Hasta el 14 de julio va la cuarta edición de Frontera Sur, festival internacional de cine de no-ficción. Su programación podrá verse de forma gratuita en su web desde Chile y gran parte de ella en toda Latinoamérica. Solo tienen que registrarse previamente.
La
casa familiar en el cine de Andrei Tarkovsky es escenario esencial en las
escenas de sueños. En estos siempre se ven los hogares de la infancia, ese
primer terruño en donde los protagonistas construyeron sus emociones y temores
que rebrotarán en su tiempo de adultos. Incluso, fuera del ámbito de los
sueños, las casas de estos protagonistas tienen algo o mucho de su domicilio
primigenio. En una escena de Solaris (1972), un veterano astronauta llega
a la morada de un amigo suyo y queda fascinado por el hogar de este último. El
dueño confiesa que hizo una copia exacta de la casa de su abuelo. Aunque no lo
menciona, es seguro que el árbol a las afueras del lugar también fue plantado
adrede para emular con mayor proximidad ese escenario que abraza con nostalgia.
Al margen de la abstracción que provoca el cine de Tarkovsky, sus historias también
se valoran a partir de los conceptos universales que confirman el fuerte
vínculo que existe entre la humanidad y sus recuerdos, ello estimulado mediante
la arquitectura, la naturaleza o elementos que sus personajes perciben en su
presente o rescatan en sus momentos de sueño, que no es más que una fuga recurrente
hacia su pasado.
El piso del viento (2021) coincide en ese pensamiento sin escalar a un punto alto de la
abstracción. Los directores Gustavo Fontán y Gloria Peirano convocan a un grupo
de personas para que ingresen a un piso deshabitado con el fin de poner al
descubierto esa perspectiva que relaciona a estas personas de criterios, rutinas
y generaciones distintas. Estos juegan a ser los inquilinos interesados en un
territorio que nunca habían visto, pero por alguna razón les recuerda a sus territorios,
sea los actuales o los de la infancia. Por paradójico que suene, esas paredes blancas
con áreas vacías están llenas de recuerdos de personas que nunca habían estado
en ese lugar. Es como el retirado astronauta de Solaris que
llega por primera vez a un hogar que lo reconforta. ¿Es que ha percibido algo
familiar en esa casa o es solo su deseo recurrente de recordar? Los personajes
de El piso del
viento tendrán antecedentes o apreciaciones
distantes, sin embargo, todos en algún momento citan al pasado. Ellos, en algún
punto de su recorrido en esas habitaciones, miden su valoración en base a sus
precedentes, razonan empíricamente, hacen regresiones de manera automática,
están en un punto lejano, pero se acuerdan de Buenos Aires o del hogar de la abuela.Ahora, por qué no, esta película puede ser evaluada
también como una experiencia abstracta —a propósito de su exhortación lírica—.
Tenemos pues a este grupo de personas que ingresan a un lugar vacío e imaginan
ver trazos que “no están”. Ellos miran coincidencias que lucen forzadas para
una mirada ajena, siendo algunas visiones o proyecciones más complejas y
profundas que otras. Esto podría ser equivalente al ejercicio de un sujeto
ingresando a una galería de arte, observando lienzos que interpreta en base a
su sensibilidad, que no es más que un condensado de sus vivencias previas, una
selección de recuerdos que valora y añora. Claro que, a diferencia de una pintura
o escultura, aquí estamos tratando con una construcción más universal, algo que
por cierto no intimida a que los protagonistas compartan sus impresiones o pensamientos.
Gustavo Fontán y Gloria Peirano, salvo por ciertas ocasiones, no se esfuerzan
por guiar a sus invitados a que opinen sobre ese “cuadro vacío” con total
libertad. Sucede que todos hemos estado vinculados en algún momento a un hogar.
Es decir; todos somos expertos en la materia cuando se trata de opinar sobre nuestro
lugar de procedencia, nuestros recuerdos, sean buenos o malos.
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