jueves, 27 de enero de 2022

Apple TV+: The Tragedy of Macbeth

Tres virtudes de la película en solitario de Joel Coen. La presencia actoral de Frances McDormand es superlativa dentro de todo el elenco. No recuerdo a una Lady Macbeth tan memorable como la que esta versión representa; en su primera parte, una total arpía que parece invocar hasta los mismísimos dioses para que alentasen la roñosería que se comienza a apoderar de ella tras la llegada de una carta de su marido; en su segunda parte, interpretando a una presencia “inanimada” engatusada por la locura o la víctima más lamentable de una empresa que fue seducida por los malos augurios de unas brujas. McDormand es por lejos la más expresiva y doliente figura de toda esta infame historia, tal vez, después de Hamlet, la más adaptada al cine de todo el catálogo de William Shakespeare. Tengo la leve impresión que, a lo largo de la historia del cine, coincidente o inconscientemente, algunos directores se detuvieron a mirar a la creación del autor británico para realizar su versión personal de una de sus piezas teatrales canónicas, siendo ese gesto un indicador de una autoconsagración fílmica. Algo así como solicitar una bendición simbólica de un autor universal. Si hablamos de Macbeth, pienso en Orson Welles y Roman Polanski. Al grupo se suma Joel Coen.

The Tragedy of Macbeth (2021) presenta como segunda virtud una verborrea deliciosa. Los dotes del mayor Coen como guionista es indudable. Esta es una película que tranquilamente se disfrutaría al oído. Los diálogos saben cómo otorgarle fuerza y carácter humano al conflicto. Ahora, si bien hay una predominancia de una pauta teatral en los parlamentos, hay también instantes en que se rompe esa impostación. Ahí está la performance de Denzel Washington, un actor de método que posiblemente se ha dejado llevar en más de una ocasión por la improvisación. Es un estilo que por momentos descompasa el ritmo dialéctico imperante, pero que le va muy bien durante los soliloquios. A propósito, cruciales son esos instantes en solitario, los puntos de inflexión que irán describiendo la involución por la que transitará el protagonista. Si solo vemos esas secuencias, tenemos ante nosotros la gráfica de una línea dramática griega. Esa sería la consolidación de la degradación del héroe, su caída tras el anuncio del “hado”. Este es un filme sobre la introducción a un escenario que se va oscureciendo, se va llenando de sombras y tinieblas, bien definidas por el cinematógrafo ya recurrente de los Coen, BrunoDelbonnel. Es una Escocia escabrosa, trágica, con detalles expresionistas como la de Welles. Es la tercera gran virtud de este estreno de Joel Coen. Ethan Coen no ha intervenido ni si quiera en el guion. Se engendra así la primera película “seria” bajo la firma de un Coen. ¿Pueda ser entonces Shakespeare el signo inaugural de una época sin la clásica mordacidad Coen?

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