miércoles, 11 de agosto de 2010

14 Festival de Lima: Funciones de Gala: El secreto de sus ojos

Juan José Campanella con El secreto de sus ojos obtiene la madurez como director. Campanella, hasta la actualidad, contiene casi un promedio de diez películas, de los cuales solo El hijo de la novia es el único filme reconocido como una muestra valiosa dentro del cine latinoamericano. El drama que proponía para entonces Campanella, era personal, tierno, pero a la vez cruel. Luego de esta, el director argentino había realizado otros filmes, pero ninguno tan profundo como la mencionada, hasta la aparición de El secreto de sus ojos.
Su actor fetiche, Ricardo Darín, interpreta a Benjamín Espósito, un secretario de un juzgado al borde del retiro. Su misma vejez, su vida solitaria y la nostalgia del pasado, son las razones que le motivan a escribir un libro, este narrará la historia de uno de los casos que le marcó la vida. Espósito, 25 años después, no puede olvidar la investigación de un brutal asesinato a una joven de 23 años, este quedado en la impunidad. A partir de aquí se perfila a este personaje como un obsesionado a su pasado, una cierta condena que poco a poco va modelando la memoria de Espósito como la peor de sus tragedias.
El secreto de sus ojos será básicamente la historia de cómo este obsesionado se dedica a escribir una novela, la novela de su juventud, de su pasado. La novela para Espósito, es una excusa para hurgar una vez más los problemas que nunca pudo concluir: la muerte de una joven y un amor suyo nunca concretado. Irene Menéndez-Hastings (Soledad Villamil) es una jueza que 25 años atrás, en su tiempo de asistente de juez, llevó junto con Espósito el caso. El encuentro, años después, de estos dos personajes, es como el encuentro de dos amantes a punto de continuar lo que un día fue. El hecho es que Espósito e Irene nunca tuvieron nada entre ellos. Las distinciones sociales y públicas que ambos tenían (y siguen teniendo) fueron para entonces un muro de concreto del cual ninguno fue capaz de derribar. Campanella intercalará el pasado y el presente, dos tiempos que irán reconstruyendo un “caso archivado”; la muerte de una joven y el amor entre la pareja.
El género del cine negro se tiñe en escena. Espósito es un hombre atormentado por su pasado, víctima de un amor que fue acallado por los prejuicios sociales y morales. Víctima de un caso que fue el reflejo de su vida, aquella que fue cargando hasta su futuro. Ricardo Morales (Pablo Rago) era el esposo de la víctima ultrajada. Luego de la muerte de la joven, este pasaba todos sus días buscando pistas del asesino de su esposa muerta. Morales en una escena describe sus esfuerzos por no olvidar la descripción de su último día con la mujer que amaba. Hay una resistencia hacia el olvido. Isidoro Gómez (Javier Godino) era el asesino, entonces juzgado, pero luego liberado por las fuerzas adversas de la política manipuladora. Morales pasa a ser víctima de un amor que le fue arrebatado, así como víctima de la impunidad. Morales, así como Espósito, son dos condenados por el pasado.
El secreto de sus ojos es una mirada hacia el pasado luego de haber conseguido la madurez. Vemos a un Espósito entrado en años, canoso y deshecho, esta vez decidido a resolver lo nunca antes resuelto, ha iniciar lo nunca antes iniciado. Los personajes, tanto del pasado como del presente, son víctimas de una doble vida, la real y la pasional. La real es a la que estarán atados, imposibilitados de abandonar, mientras que la pasional será la vida reprimida, llena de inseguridades y dudas, esto producto de la mocedad, de la inexperiencia de sus personajes.
Gran parte de este filme está inundado de primeros planos, un encuadre que encierra a sus personajes, los limita a ser estudiados en lo más profundo de sus intimidades. Muy buenas interpretaciones, especialmente la de Darín y Guillermo Francella, irreconocible en el doble papel de Sandoval; serio y humorista en los momentos precisos. Dos escenas formidables son la persecución en el estadio, un plano secuencia envidiable el que realiza Campanella, y la escena del ascensor. La entrada de Gómez luego de su liberación, es el muestrario de una escena ruda, con una mezcla de miedo e impotencia. Formidable en ella la presencia intimidante de Javier Godino. Buen filme de Campanella.

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