domingo, 23 de febrero de 2014

Philomena

Se me viene a la mente títulos de documentales como Querido Zachary (2008) o Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (2008), películas que rastrean el pasado. Personajes que contemplan con melancolía las historias olvidadas, personas que ya no están y que aparentemente han zanjado la vida de los demás. Lo cierto es que de pronto “la historia despierta”. Es como si los muertos se levantaran para concluir la vida de los que un día los acompañaron o poner en orden algunas cuestiones nunca antes aclaradas. La historia, aparentemente, no estaba del todo acabada. El círculo aún no estaba cerrado. Es por esa senda que camina Philomena (2013), filme de Stephen Frears, director que se inició con el cine negro para luego reservarse a un cine más social. Frears tiene además una afición por el cine histórico, no como centro de estudio, sino como mero contexto que influye en la historia de sus personajes.
Frears se concentra en la búsqueda del hijo extraviado de Philomena, 50 años después, no dejando de mirar al pasado, gran cómplice del filme, el mismo que asistirá a la angustia de la mujer septuagenaria y a rellenar aquellos sucesos nunca compartidos entre madre e hijo. Philomena, además de ser una crítica al conservadurismo religioso y la antigua fe castrante, es también la relación –hasta cierto punto– inconcebible entre Philomena y Martin Sixsmith (Steve Coogan), ex reportero de la BBC, periodista, desempleado, pretencioso, apático y oportunista, interesado en convertir el drama de una anciana en una historia humanamente amarillista. Es la convergencia entre dos mundos muy distanciados. La mujer de pueblo, creyente y complaciente, y el hombre de ciudad, ateo y malhumorado. Philomena, muy a pesar de los giros dramáticos por los que pasa, no parece calar emocionalmente. Stephen Frears no le ofrece vitalidad al personaje de Judi Dench cuando se trata de replantear al pasado. El pasado es equivalente a las anécdotas, algo que le es escaso a la mujer que prefiere hablar más bien en su “idioma”, algo que remarca una y otra vez el redundante choque cultural entre ella y su acompañante.

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