lunes, 12 de enero de 2015

Magia a la luz de la luna

El misterio o la magia como equivalente de lo que está más allá de la razón, eso que Stanley (Colin Firth), mago por oficio, cree y sabe firmemente no existe. Es un invento; una ilusión. Muy a pesar, conocer a Sophie (Emma Stone) será su punto de inflexión. Es así como el encuentro entre este mago pesimista y la bella médium será equivalente al encuentro entre Friedrich Nietzsche y el famoso caballo de Turín, es decir, el punto inicial (o causante) de que el razonamiento sea anulado y la demencia se pose en su lugar. Magia a la luz de la luna (2014) a medida que enfrenta lo empírico y lo irracional, va tejiendo otra lucha, igual de universal aunque menos teórica: la sentimental. Woody Allen revisita a sus personajes amargados, los alienados, conformistas y muchos otros que sobreviven en base a “falsas” satisfacciones; trucos auto medicados a fin de evadir sus propias frustraciones.
Lo mejor de Magia a la luz de la luna tiene que ver con los cambios personales o sentimentales de sus protagonistas. Nada más animado que ver a la razón embaucada por la sin razón, ya luego retornando airada, aunque con rezagos que son irreparables, al menos para la mente. En sintonía a esto, está la fluidez de las acciones, la comedia que sin grandes complicaciones se va abriendo paso. Allen deja transcurrir los eventos de su trama con un despliegue teatralmente dialéctico mas sacándole ventaja al frecuente cambio de locaciones. Lo más decepcionante es su final, uno compasivo y sentimental. Es tal vez un sentido que está más emparentado para una comedia que en cierta forma no quiere generar grandes aspiraciones, pero que sin embargo tiene el peso necesario para entretener no dejando de academizar.

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