lunes, 25 de septiembre de 2017

¡madre!

La nueva puesta de Darren Aronofsky se comprende mediante términos alegóricos. Si bien los primeros instantes del filme sugieren un retrato de terror psicológico, consecuencia del fantasma El cisne negro (2010), esto se diluye para cuando la irracionalidad y el caos toman absoluto control. ¡madre! (2017) nos integra a la historia de una pareja asistiendo al retiro. Un poeta (Javier Bardem) busca la inspiración que pondría fin a un estancamiento en su producción literaria. Mientras tanto, su pareja (Jennifer Lawrence) dedica su tiempo a las tareas domésticas y a la reconstrucción de la amplia morada, recinto que, se cuenta, además de haber sido propiedad de la familia del escritor, tiempo atrás resistió a un voraz incendio. En paralelo, se percibe un estado de desasosiego en el ambiente. Es como si la convivencia, que en teoría debiera evocar la apacibilidad propia del apartamiento, diera pauta de una ansiedad, la que se hará evidente a la llegada de una inesperada visita.

¡madre! pasa de la premisa inicial de El resplandor (1980) a la temática fetichista del Roman Polanski de El cuchillo en el agua (1962), Cul-de-sac (1966) y otras de sus películas que relatan tramas sobre intrusos que llegan sin previo aviso a un lugar, provocando tensiones y conflictos en escalas de una histeria contagiosa. En el tránsito, el absurdo, la violencia y otras perversiones se convierten en ingredientes fundamentales para frustrar la paz y cundir el pánico. Para Polanski esto es una alegoría de la humanidad manifestando su lado hostil y demencial. Caso distinto, la intención de Aronofsky es más bien atender a una naturaleza distanciada de lo universal o colectivo. En principio, haciéndonos creer que el foco de esta alegoría tiene que ver con la pareja y sus comportamientos desarticulados. Vemos así al personaje de Bardem tomando atribuciones sin consultar a su pareja, mientras que el personaje de Lawrence recriminando dichas decisiones, a la vez que lidia con la impertinencia de los invasores.
Ante la falta de consenso, la mujer se convierte en paredón de humillación, pero también en fetiche de la cámara que la encuadra y la sigue de cerca. El personaje de Lawrence se denota como la protagonista principal de esta historia, siendo el eje del conflicto su fastidio, su agotamiento o cualquier prueba que evidencia su minusvalía o esterilidad respecto a las reglas que se establecen bajo el techo del hogar. Tanto su pareja como los intrusos pasarán sobre la autoridad de la mujer. Lawrence es la anfitriona no reconocida, un personaje secundario para el resto del elenco, que prefiere estimularse mutuamente en orden de sus roles: el personaje de Bardem como poeta best seller y los visitantes como lectores de dicha producción. Es el autor y los fanáticos reunidos, en tanto, la mujer sobrando dentro del entorno. La que a vista es protagonista principal y ama de casa, irónicamente, se convierte en la intrusa en su propio hogar, en donde, en una segunda parte de la historia, se sumarán nuevos visitantes o fanáticos, quienes lamerán la vanidad del poeta y agravarán la impotencia de la mujer. O sea, lo mismo que el primer fragmento, solo que en grandes proporciones.

¡madre! tropieza a consecuencia de su alegoría literal, desde las estocadas estomacales que sufre el personaje de Lawrence, producto de una maternidad atrofiada que más adelante dará signos de fertilidad al volver a ser única “protagonista” para el escritor, hasta la representación de la casa viva y latente, símbolo del universo literario que es testigo del proceso creativo de un escritor que expira mediocridad, siempre reconstruyendo su poética bajo una misma plantilla o arquitectura, condenada a lo cíclico, a la escasez de originalidad. La extravagancia del filme es también un factor que fracasa, desviándose del virtuosismo y alineándose al facilismo, por mucho que quiera hacer una metáfora del consumismo literario y lo que implique dicha industria. No necesariamente observada desde una lectura conservadora, ¡madre! hace una crítica a la morbosidad literaria –o quién sabe que en su desvío se refiera a la producción artística en general–, sin embargo, en su tránsito la convierte en su fetiche.
El último filme de Aronofsky tiene mucho en común con Birdman (2014). Ambas películas tienen como protagonista a creadores montando sus “obras maestras”, personajes buscando llamar la atención de un público, lo que los convierte en ególatras empedernidos. El personaje de Bardem, a fin de cuentas, resulta ser además el centro del universo, siendo director, orquestador, dios de todo lo acontecido. En el filme de Alejandro González Iñárritu rige también el relato estrambótico, un espectáculo con fuegos artificiales a inicio, intermedio y salida, representación que se establece en la segunda parte de ¡madre! mediante la anarquía argumental. Es el Irrumpiendo la fiesta (1957) de Polanski con extensiones que nos remonta a las secuencias de turbación en Los hijos del hombre (2006) –resultando más brutal que un bélico como Dunkirk (2017)– y los singulares rituales de Alejandro Jodorowsky. ¡madre! para Darren Aronofsky, es lo que Birdman significó para González Iñárritu; el retorno triunfal después de proyectos fracasados, y hasta tal vez dosis para el ego artístico.

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