lunes, 12 de marzo de 2018

La rueda de la maravilla

La tragedia oculta bajo la comedia. Esto también sucedía claramente en Blue Jasmine (2013). Era un filme sobre la decadencia económica y moral, encallando a un trastorno mental. Fatal el cierre que le aguardaba a la historia de la protagonista que en principio descubría un tramo optimista en donde la misma se esfuerza por hallar su redención. Woody Allen está seguro que algunas personas nacen con el estigma. La rueda de la maravilla (2017) tendrá todo un maquillaje de encanto empezando por su panorama central, Coney Island, cuna del concepto de la feria recreacional, además de los recónditos jardines chinos que reserva la zona sur de New York, la música entusiasta de los 50 y los atardeceres provocados por la deslumbrante –aunque por momentos surreal– fotografía del gran Vittorio Storaro, pero todo esto es ilusión dentro del terreno del infortunio.
Ginny (Kate Winslet), camarera y ex actriz –oficio fetiche que da indicio al fatalismo en el universo de Allen –, es una esposa y madre desdichada. Tanto su marido como su menor y pirómano hijo generan razones independientes para que la mujer viva con desencanto su día a día. Sin embargo, una segunda vida, el “salvavidas” o comodín, le dará el alivio, la oportunidad de ser feliz, de fantasear en medio del parque de ilusiones en donde ella labora. Claro que, como toda ilusión, esa realidad será efímera. Así como en Blue Jasmine, en La rueda de la maravilla vemos cómo la vida le sonríe –por segunda vez– a la protagonista en un tiempo limitado. Si bien la mujer ya habrá tenido un fracaso anterior, aún no ha tocado fondo. Está en el trabajo de la historia recrear una ruina, a partir de la integración de una hija pródiga, y darle un desenlace digno de la degradación personal del protagonista en cuestión.
Importante notar el asunto de la ruina “recreándose”. Tanto a Jasmine como a Ginny, Allen les asocia un pasado. Es a propósito de alguna remembranza que se gesta en la historia que nos damos cuenta cómo las protagonistas reinciden a sus delitos. Son las destinadas a tropezar con la misma piedra, culpa posiblemente de sus progenitores, quienes, cual tragedia griega, les han heredaron una maldición que trasciende y se agrava. La rueda de la maravilla es una tragicomedia que tiene toda la esencia del cine de Woody Allen, no dejando de ser atractiva y hasta por momentos auténtica. Sus historias que han caminado por esa línea argumental siempre han tenido una apariencia incierta, pero lo cierto es que todo tiene un destino prescrito dentro de sus ficciones. Lo que si no está claro es lo que le depara en adelante a las producciones del neoyorquino, pero eso ya no es terreno de la ficción.

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