domingo, 4 de noviembre de 2018

4 Semana del Cine ULima: Sollers Point

Un derrotero sobre la restauración personal en medio de lo calamitoso. Por mucho que el panorama social tenga un estímulo crucial en el comportamiento del protagonista de esta historia, Sollers Point (2018) no deja de contener un conflicto interno. Keith (McCaul Lombardi), un joven en sus veintes, cumple una libertad condicional. Desde un principio se demarca una carga de culpa que pesa sobre este personaje. Es por esa razón que en parte las reacciones del mismo no se desvían a una condena autoimpuesta. La fílmica de Matthew Porterfield hace retratos de la disfuncionalidad personal, familiar y comunitaria en contextos suburbiales menesterosos de Baltimore y afines. Su mirada resulta un tanto objetiva por el aire decadente y desencantado. Sus historias no maquillan, no son happy endings, no hay rastros de aprendizajes, sino de continuidades que ninguno hace esfuerzo por corregir.
Sollers Point se podría decir que manifiesta a un protagonista que sí busca la reformación. Lo cierto es que, además del entorno, algo inconsciente le impide deslindarse a totalidad con un pasado que reniega. Lo atractivo de este filme es que teje este tránsito personal mediante elipsis. El paso del tiempo es imperceptible, no solo por el efecto de edición, sino porque la realidad de Keith no está lejos a la del inicio. No hay cambios, todo sigue igual. Porterfield deja en claro que esta realidad será incorregible mientras no exista una funcionalidad en conjunto. No basta Keith y su deseo de superación, está también los efectos colaterales, los provocados por el carácter impredecible de su padre, las pandillas, el oficio fácil, la misma deficiencia comunitaria. No es de sorprender el cierre de la historia. Matthew Porterfield en su deseo de lo cotidiano, cae en lo trivial. Desde su experimento transficcional en Putty Hill (2010), el director no ha encontrado la reinvención de su discurso.

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