domingo, 18 de noviembre de 2018

Netflix: La balada de Buster Scruggs

El cine de los hermanos Coen está asociado a un humor áspero, casi indecente e inoportuno. Es por eso que no es de extrañar que La balada de Buster Scruggs (2018) inicie con el capítulo más jocoso de esta serie compuesta por seis historias y finalice con la más turbadora. Sucede que a medida continúan los siguientes relatos, los episodios van perdiendo esa comicidad. De pronto nos encontramos con nuevos personajes y conflictos que evocan un aire sobrio, liberando un gesto dramático, en casos trágicos, unos sugiriendo a lo reflexivo, e incluso remontando a lo enigmático. Si comparamos el trayecto anímico de esta reciente película con alguna otra de la filmografía del dúo, El gran Lebowski (1998) sería la que mejor coincide con dicho derrotero. La historia de un tipo bonachón y apático pasa por sucesos hilarantes, alarmantes, dramáticos, trágicos y cierra con esa extrañísima charla con un cowboy interpretado por Sam Elliot. Memorable escena.
En referencia al género tratado; además del cine negro, los Coen son fanáticos confesos de los filmes ambientados en el Viejo Oeste. Los breves relatos que componen La balada de Buster Scruggs se convierten en un tributo a los conflictos recurrentes en el género western. Siguiendo el orden, estas historias se inspiran en relatos de forajidos y proscritos, asaltantes de bancos, peregrinos sin suerte, buscadores de oro, caravanas migrando a nuevas tierras y las infaltables diligencias. Cada episodio despliega una situación distinta. Salvo por una doble aparición de tribus indias, los Coen no repetirán los estereotipos de este universo estadounidense. Si existen coincidencias, estas se reconocen en base a las personalidades de los protagonistas. Pensemos en un John Wayne o en la Joan Crawford de Johnny Guitar (1954). Muchos de los personajes inolvidables del western poseían un sesgo ambiguo e impredecible. Lo cierto es que en muchas ocasiones siempre les terminaba ganando el entorno. Es decir, si descubrían algún momento de docilidad o debilidad, al final siempre terminaban por reestablecer su fama de solitarios y despiadados.
Las leyes del Viejo Oeste no son ajenas al cine de los Coen. Sus historias siempre han retratado a personajes de comportamientos dudosos. Estos pueden ser una agradable compañía pero al siguiente día locos totales (el John Goodman de Barton Fink), sujetos pacíficos que esconden un comportamiento oportunista (Billy Bob Thornton en El hombre que nunca estuvo allí), o un grupo apacible de ladrones ingresando al hogar de una mansa anciana (Tom Hanks y compañía en Ladykillers). Los personajes western están en todas partes de la filmografía de los hermanos Coen, y esto sucede también con el imaginario tradicional de EEUU que envuelve a dicho género. Vemos historias que son folletines de villanos (Fargo), atmósferas decadentes (A propósito de Llewyn Davis), el peso y el retrato histórico (de Muerte entre las flores hasta ¡Ave, César!) que dan forma al sujeto criado a la sombra de la violencia y el declive social.

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