viernes, 16 de septiembre de 2022

Dos estaciones

Actualmente, se encuentra proyectando en salas alternativas de EEUU esta notable película mexicana que obtuvo un reconocimiento del jurado en la reciente edición del Festival de Sundance. Para no perderla de vista.

Una película que encierra muchas bondades que, ciertamente, se expresan con sobriedad, sin generar ruido, pero sí mucho eco. El director Juan Pablo González representa la fractura de un próspero ambiente y, a su vez, la próxima doblegación de su matrona a cargo. María (Teresa Sánchez) es la heredera de una fábrica de tequila en Los Altos de Jalisco, mujer cuya sola presencia infunde respeto. Definitivamente, aquí hay una valoración compartida. La firmeza y parquedad de sus palabras incitan a ese juicio, pero además sus facciones masculinizadas refuerzan esa percepción. Esto último, no puede dejar de ser significativo tomando en cuenta el contexto en donde se sitúa esta empresaria, lugar que tradicionalmente subestima al género femenino y sus dotes de mando. La sola idea de que María está al cargo de un extenso territorio ya la identifica como una transgresora y, por tanto, digna de ser admirada. Claro que no deja de rondar la idea sobre qué tanto influenció ese filtro masculino en ese sentido de admiración que sus auxiliares le tienen. Lo cierto es que ese todo no deja de empoderar o reflejar el valor del establecimiento. Se siembra así la idea de que este negocio de tequila no dejará de andar mientras que María no lo suelte de sus riendas.

Por tanto, Dos estaciones, en principio, nos presenta el vigor y prosperidad de una fábrica de licor. No es gratuito que como introducción González nos obligue a hacer un tour por sus inmediaciones. Vemos en plano general la inmensidad de sus máquinas, un primer plano a cómo se pone en marcha el vigor maquinal, así como la actividad de la mano de obra, la cual trabaja a la par de los motores. Es la contemplación a un ritual laboral entre la humanidad y la máquina, un engrane sincrónico como los que Serguéi Eisenstein o el Modern Times (1936), de Charles Chaplin, nos ayudaron a percibir. Claro que aquí no hay un sentido de generar crítica a un bloque explotador. Aquí más bien sucede todo lo contrario. Hay una armonía laboral entre los empleados y su alrededor, incluyendo la patrona, quien no deja de ser presencia esencial dentro de este recorrido. Su mirada, voz y pasos trabajan, direccionan, inspeccionan, organiza y asigna. Como punto final de este recorrido, vemos a María en solitario frente a unas botellas examinando su producción. Es la evidencia de un gesto de inconformidad, un compromiso para con lo que se hace. Todo ello es lo que conlleva el reconocimiento de una gloria. Ese trayecto se renueva para cuando una nueva empleada llega a la fábrica, mujer que se convertirá en nueva pieza para que esta gran máquina pueda superarse.

A propósito de ese encuentro, es que no pasa desapercibida la interacción que surge entre María y la recién llegada. Es con la inclusión de esta última que se activa una personalidad no ahondada y apenas sugerida de la dueña de la empresa. Si bien parece repetirse esa excursión a la fábrica, ésta ya no apunta tanto a un acto de ayudar a reconocer el espacio laboral, sino se desvía a un gesto de fanfarronería. María muestra el lugar para orientar a la nueva empleada y de paso no deja de presumir. Es por esta razón que el recorrido se extiende hacia otras locaciones fuera de la fábrica: un paseo por las plantaciones de café, a una fiesta patronal o en una camioneta. Es el equivalente a una danza de apareamiento, una forma de enamoramiento rudimentario, aunque un idioma tal vez habitual para ese contexto agreste y ocasionalmente hostil. María, desde su rol de mujer fuerte, piropea, bromea, baila, sacude el polvo como si quisiera agitar su majestuoso plumaje a fin de impresionar a la joven. Es la profundización de uno de los perfiles de la dueña, el cual descubre su lado extrovertido, pero también expone su lado frágil. Esto no solo enriquece a la trama, sino que además servirá de preámbulo para el conflicto de la película.

Dos estaciones es la historia de un desbalance o fractura que incluso antes de que la nueva empleada llegara ya se había percibido. “Pinches gringos”; farfulla María cierta ocasión en que desea cuadrar su camioneta en el estacionamiento de una tienda cercana. No solo es la situación fortuita, es también la descripción de ese incidente. Posiblemente, lo que le incomoda a María no solo es la obstrucción de la camioneta de su competencia. Es además la forma en que esta se ha estacionado o las dimensiones del vehículo. En un solo encuentro, percibimos dos molestias o aventajamientos que María reconoce en ese extranjero al que automáticamente define como invasor. He ahí una guerra que pasa desapercibida inicialmente, aquella que ha puesto en aprietos no solo a su negocio, sino al de muchos otros productores de tequila oriundos del lugar. En consecuencia, capaz somos testigos de un ocaso. Pueda que sea el fin de una gloria y el principio de una actitud derrotista por parte de la matrona. Todo surge con sigilo. Era una tempestad impredecible, posible de frenar su bravura si se anticipada, pero no reversible. En relación, Juan Pablo González asocia la lógica de la naturaleza a este conflicto mediante su impresionante explotación a la luz artificial. Dos estaciones tiene una dirección de fotografía prodigiosa y vaticinadora. Es junto con la gran actuación de su protagonista y el trayecto de la trama otro de los factores que alimenta con disimulo una atmósfera desmoralizante.

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