DeFesl 10 al 15 de octubre se realizará una nueva edición del Festival de Cine de Trujillo.
Al margen de lo frívolo y exótico
que podrían resultar sus motivaciones, el conflicto de esta protagonista se
asocia a temores trascendentales y universales habituales en una determinada
etapa humana. Antonia en la vida (2022) relata la historia de una mujer
a un paso de los cuarenta años apreciando su soledad y abrazando sus fantasías personales
a medida que lidia con los convencionalismos o presiones sociales. Mientras ella
expresa un gesto de liberación desde lo íntimo, experimenta el estrujamiento de
una camisa de fuerza desde lo público. Ahora, el conflicto se reconoce cuando lo
segundo se convierte en parte de su rutina al ser una expresión cada vez más
recurrente. Antonia (Antonia Moreno) simplemente ha comenzado a perder su
libertad. Ese cuestionamiento que viene del exterior ha llegado a tomar por
asalto a su interior. Su paz ha perdido el equilibrio y, por tanto, perturbado
y alterado su rutina. Siendo una mujer de treinta y nueve años sin pareja y sin
hijos, a vista del resto, se ha convertido en un caso insólito. De pronto, su
deseo de viajar a un lugar lejano la convierte en alguien introvertida, así
como su inapetencia de no ser madre la autodenomina un ser egoísta. Es decir;
indirectamente, la sociedad la ha catalogado como una paria.
A propósito, es que la directora
Natalia Rojas Gamarra gestiona una transición emocional. Si la película
iniciaba con una mujer vital rodeada de plantas, más adelante veremos un
trayecto lánguido y hasta por momentos crepuscular. La infertilidad abre paso
al tópico de la muerte. La edad de Antonia se torna un equivalente a un reloj
de arena agotando sus granos. Entonces sale a reflote el eterno cuestionamiento
al yo. “¿Estoy haciendo lo correcto?”; se consulta Antonia, quien a
pesar no deja de imaginar con ese tour a Camboya. Un punto curioso es
que incluso hasta el terreno de la ilusión se ve afectado por la opresión
social. Antonia se imagina —o tal vez lee— cómo una aventurera es subestimada
por su condición de mujer. Ella no podrá rescatar la cabeza de un francés. Antonia
en la vida, aunque presente a una persona independiente y hasta
ideológicamente emancipada, la vemos siendo asediada por la duda provocada por
su alrededor, esa cizaña social lúcida, a veces inconsciente y otras manifiesta
fruto del azar. Al respecto, la protagonista conocerá por casualidad a una
adolescente que concibe la maternidad de una forma muy contraria a ella. ¿Es
acaso una señal persuasiva o solo un hecho aislado a sus deseos? ¿Es que los
astros en verdad nos dan el paso libre o es que somos conductores de nuestro
propio destino? Aunque lo místico aquí resulte relativo,
el “magnetismo” de la naturaleza se convierte en un factor esencial para la
reparación de Antonia. El escenario de San Bartolo es una suerte de lugar ideal
para reencontrarse con el yo o simplemente evitar esas convenciones
sociales lapidarias. Pienso en The Lost Daughter (2021), de Maggie
Gyllenhaal, y La virgen de agosto (2019), de Jonás Trueba. Ambas asumen la
migración temporal de las mujeres como acto de escape frente a eso que perturba
sus motivaciones y cotidianos. Caso la película de Gyllenhaal, presenta más
coincidencias con Antonia en la vida. El mar, la maternidad y cómo es
que este tema del que se quiere huir sigue a las protagonistas mediante un
personaje que representa el opuesto a sus criterios. Claro que en The Lost
Daughter tenemos a una protagonista que reaviva su pasado como escape,
mientras que en la película de Natalia Rojas Gamarra el personaje de Antonia
revisita un futuro posible como salida de su entorno asfixiante. Antonia en
la vida es una película que, a pesar de tener un aire desalentado y
obstruido, no deja de disponer un camino optimista para su protagonista, y lo
que es mejor es que no la convierte en una mujer obtusa o que cuestiona lo que
está del otro lado de sus aspiraciones.
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