En un momento de su documental, Werner Herzog comenta le hubiera encantado conocer a esta pareja de vulcanólogos franceses que no dudaban en exponerse a la muerte con el fin de contemplar de cerca la belleza natural que emerge de las deformaciones terrestres. Hay mucha lógica en esa confesión viniendo de un hombre que, ante esa necedad de ser observador privilegiado de escenarios vírgenes o poco explorados por la humanidad, tantas veces ha mirado a su frente la sonrisa de la Muerte, y este en respuesta le ha guiñado el ojo. Obviamente, en su trayecto, el territorio de los volcanes también se convirtió en foco de fascinación para el director. Solo para tomar dos ejemplos. Mucho años antes del turismo volcánico que emprendió en Into the Inferno (2016), Herzog realizó La Soufriere (1977). En esa ocasión viajó a la isla de Guadalupe tan solo para conocer a esas tres personas que se negaron a abandonar el escenario tras el anuncio de una próxima erupción que destruiría todo ese territorio. La reacción natural nunca sucedió, pero el alemán ya había dejado registro de que estaba lo suficientemente desquiciado como para poner su vida en manos de la naturaleza y sus efectos volátiles.
lunes, 5 de diciembre de 2022
The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft
Pero, a propósito de La
Soufriere, no es tanto esa belleza natural que podría provocar la invasión
de flujos piroplásticos a la superficie lo que persuade a Herzog a exponerse a
la muerte. En efecto, el director aguardó mucho a que el volcán caribeño
reventara y liberara una marea de cenizas y rocas volcánicas que,
definitivamente, destruiría todo lo que se encontrara a su paso. Sin embargo,
la iniciativa del viaje fue ante todo la presencia de esos tres hombres que se
atrincheraron a pesar de las advertencias de un peligro “inminente”. ¿Qué
sucede en la cabeza de estas personas? ¿Qué los obliga a quedarse? ¿Es que son
dementes o solo incomprendidos? Son preguntas que se formula Herzog, mientras
contempla admirado una ciudad fantasma y al volcán en estado de ebullición. El
director, además de sentirse atraído por la belleza caótica de la naturaleza,
tiene una profunda debilidad por aquellos que identifica como sus iguales. Me
refiero a sujetos románticos que ponen en segundo plano los conflictos de la
mortalidad para en su lugar concentrarse en el ocio por esa poesía que se gesta
en el tránsito de la calma a la destrucción, el descubrimiento de ese encanto
natural que implica hostilidad, confrontación, riesgo o incluso hasta la
muerte.
The Fire Within: A Requiem for
Katia and Maurice Krafft
(2022) es un tributo a esa clase de aventureros. Por tanto, cuando Herzog dice
que se imagina siendo amigos de los Krafft para acompañarlos a ver cómo los
volcanes hacen lo suyo, o sea, reaccionan con volatibilidad o hasta siembran el
caos en la misma superficie en donde los humanos caminan, no es tanto así. Me
imagino al director yendo en principio con la idea de mirar reaccionar la lava
o palpar las rocas incandescentes, pero luego su curiosidad giraría hacia los
esposos. Herzog hubiera convertido a los Krafft en su objeto de estudio u
objeto del deseo. Entonces, sería Herzog filmando a los científicos, mientras
que los científicos filmaban a los volcanes. Es una secuencia curiosa. Una
escala en donde la belleza y el caos crean un lazo de amor. Es una relación
loca, insana, tóxica, aunque fascinante. Es como hacer el amor a las orillas de
un precipicio. Es una situación que, ciertamente, es incomprensible a primera
mirada, pero que se va tornando algo consecuente para cuando Werner Herzog va
reproduciendo ese metraje encontrado, autoría fílmica de los Krafft, registro
que más allá de crear una fuente científica parece promover una fuente lírica.
Es como si los vulcanólogos por un momento se olvidasen de crear conciencia
científica y comparten más bien su obsesión hacia la belleza del caos lejana de
lo teórico.
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