martes, 17 de mayo de 2011

Thor


Hace diez años llevar a la pantalla del cine una historia basada en los cómics, sea de la Marvel o la DC, significaba una sola cosa: franquicia. Producir una película de este género era la oportunidad de llenarse los bolsillos sin necesidad de crear “la historia”, una que por cierto ya estaba escrita, pero que sin embargo siempre se insistía en recrear, esto obviamente bajo un sello de Hollywood: una historia ligera, los mismos escenarios, los mismos personajes, distintas aventuras. El producto; una película insoportable no sólo para la crítica sino para el público entero, sin embargo, la gente no dejaba de ir. El tránsito de los finales de los 90 e inicios del nuevo siglo eran tiempos de perdón, cinéfilamente hablando. Pero luego de eso todo cambió y se espera que el estreno de Thor (2011) no mortifique esta buena racha.
Desde las nuevas secuelas de Spiderman, hasta las novelas gráficas como Sin city (2005) e inclusive Kick Ass (2010) han logrado funcionar, y no me refiero funcionar como franquicia –esto siempre sucederá, y si algún día dejara de ocurrir los días de Hollywood estarían contados –sino como un filme logrado argumentalmente, en su performance, en su totalidad. Tanto los cómics como las novelas gráficas nunca se habían acercado tanto a la esencia humana, una que funciona de aquí a la China: el héroe entonces comenzó a ser el héroe, con poderes y flaquezas, tan humano como los mismos que miramos sus películas, pero clásico en sus poderes. Eso lo convertía en un ser espectacular, aunque impredecible.
Thor, no sé por qué, pero tenía que llegar. Tal vez llegar el momento en que aparezca uno de los superhéroes Marvel menos conocidos –pero que no dejaba de ser atractivo por traer consigo una leyenda nórdica –o llegar el momento de que a los productores fílmicos se les acabaran los héroes convocando así a los suplentes: próximamente Capitán América, Linterna Verde, no me sorprendería si hacen un nuevo remake de La Mujer Maravilla –las malas lenguas dicen en el próximo 2015 –. Thor, dirigida por el inglés Kenneth Branagh decepciona por todos los costados, desde el martillo, o Mjolnir como quieran llamarlo, hasta las alitas de su sombrero, uno ridículo pero que no deja de tener su gracia, sombrero ridículo que por cierto sólo aparece unas escenas. El personaje de Thor (Chris Hemsworth), hijo de Odín (Anthony Hopkins), hermano de Loki (Tom Hiddleston), tiene una personalidad humanamente decepcionante.
Spiderman (2002) representa la duda, el de asumir el rol humano o de héroe, poderes que violentan su estilo de vida obligando a abandonar no sólo su vida como sujeto común, tranquila y ordenada, sino el amor por una mujer. Batman begins (2005) es el miedo, Bruce Wayne lucha incesante con sus traumas infantiles, tanto personales como familiares. Los personajes de Kick Ass, representan la generación geek, la enajenación, la marginalidad, pero que intentan aparentar para “ser”. Thor es un caso que necesita ser archivado. Es la historia de un futuro heredero al trono de Asgard, ambicioso e impulsivo, que ante su apresurada formalidad de tomar lo que cree merecer (“Macbeth”), revivirá una vieja afrenta de su pueblo con una raza de guerreros de hielo –que no tienen hembras –. Thor por eso será desterrado a manos de su padre, Odín, ello con intención de posiblemente enderezar a su hijo. Es así como Loki, sediento de celos (“Otelo”) hacia su hermano, aprovechará en traicionar a su padre (“Rey Lear”). Lo demás es “historia” que puede ser completada incluso a ojos cerrados.
Thor no es atractiva porque no existe el debate “humano”. Lo que sufre el hijo nórdico es una simple pataleta que se logra curar como quien se curan sus heridas. El defecto del heredero de Asgard parece no tener esa complejidad de los otros héroes, aquellos que sufrían de principio a fin, cargando sus temores o debilidades, aquellas que lograban apaciguar más nunca logran curar. A Thor le basta una estadía de algunos días en la tierra para poder saber que ha obrado mal. Increíble, pero cierto. Curar tus defectos de un día para otro, eso sí es “heroico”. Thor es predecible, su comportamiento se amolda fácilmente a los terrícolas. Conoce a un tipo y a las horas ya se encuentra en una taberna emborrachándose junto a él; no hay que ser héroe para hacer eso. Thor entiende del “amor al paso”, y como buen extranjero se obsesiona rápido por la primera “mujer ejemplar” que se le cruza, Jane (Natalie Portman). El amor entre estos dos sujetos es inverosímil pero se da. Una que otra coquetería y el enorme y corpulento Thor ya está hecho. Ella sí es una heroína.
Los personajes de Thor son débiles. La interpretación de Tom Hiddleston como Loki es la de un tipo que en su primer plano –aún así nunca hayas leído alguna historieta del cómic –ya se sabe quién es: “ese es el malo”, “ese es el traidor”. No existe buena película basada en un cómic sin un buen enemigo, tal vez ese fue un motivo fundamental del porqué el público no gustó de Hulk (2003), de Ang Lee, esto a falta de un buen enemigo. Natalie Portman hace su trabajo de niña bonita. No suficiente con calzar dentro del estereotipo de Thor, Chris Hemsworth es banalizado, explotado, su futuro será ser nominado para el próximo sex-simbol según la revista People. Anthony Hopkins se hace respetar como rey, mientras que los amigos de Thor son la imagen frustrada de “los caballeros de la mesa redonda”. Ni las buenas intenciones del director Kenneth Branagh en relacionar su pasión shakesperiana con el cómic de la Marvel salvan a esta película escasa de truenos, ¿qué acaso Thor no era relativo a truenos?

jueves, 5 de mayo de 2011

Dulce venganza - I spit on your grave (1978)


En 1978, Meir Zarchi estrenó su única película titulada I spit on your grave, filme que se consideraba contenía algunos brotes del género splatter –lo que años después se conocerá como cine gore –. Esta película tuvo su aparición en escasas salas de EEUU, esto debido a que la censura en el cine recién cedía a este tipo de filmes transgresores que contenían un alto grado de violencia, lenguajes o tramas ofensivos, en algunos casos imágenes de sexo explícito, detalles que obviamente violentaba contra el círculo conservador de dicha generación. I spit on your grave ha sido considerada como una de las películas más perturbadoras de la historia según algunas listas fabricadas, es por esto que el filme de Zarchi observó su fama gracias a la clandestinidad, especialmente en Europa y otros países donde la censura no era tan lapidaria o vigilante.
Dulce venganza (2010) –o en título original también llamada I spit on your grave –dirigida por Steven R. Monroe, sigue el mismo argumento de su original, sin embargo, con un tratamiento distinto, fiel a los tópicos del actual “cine de carnicería”. Jennifer Hills (Sarah Butler) es una joven citadina que decide pasar sus días en una cabaña oculta en medio de los bosques para escribir una novela en proyecto. La trama ocurre cuando un grupo de foráneos la ultrajan sin reparo, siendo víctima de distintas humillaciones. Hills logra desaparecer como por arte de magia para luego retornar y desatar una nueva secuela de Saw. El gore es intenso, toda una “dulce venganza”, muy a pesar la trama es predecible, sin contar además que las maniobras infrahumanas, para muchos fanáticos del cine de terror de hoy, resultan ser una vuelta de tuerca, un bostezo recriminatorio al observar los mismos castigos de siempre a manos de un distinto verdugo.
La original I spit on your grave (1978) tampoco resulta ser una buena película, sin embargo, existen recursos que son provocativos, distingos que para su tiempo nunca fueron descubiertos –o dichos –debido a que la crítica tuvo una postura radical ante la misma radicalidad del filme. Los comentarios giraban en torno a la moral, el morbo y la misoginia, opacándose cualquier oportunidad de que salga a flote algún punto de vista distinto. El filme de Meir Zarchi dentro de todo logra superar al remake, y no por ser uno el original y el otro la copia, sino porque ciertamente el primero es más “original” que el segundo.
Como primera diferencia, Dulce venganza –si bien contiene la misma trama argumental –tiene un tratamiento que se ve afectado por las reglas que el cine comercial le exige seguir. Esto quiere decir que las escenas de venganza de la joven Hills serán su único propósito, es ahí donde el gore fluirá. Gran parte del remake de Monroe está dedicado a las escenas de ultraviolencia y cirugías sin anestesia. I spit on your grave (1978), sin embargo, hace más extensa las escenas del ultraje a la joven Hills. Desde ahí se entiende el porqué la película de Meir Zarchi es considerada como una de las más perturbadoras de la historia. Si por un lado Dulce venganza se encarga de ser más exigente en la vendetta, el filme original se esfuerza por ser más específico en el castigo a la joven Hills, algo que, por ejemplo, en el remake no se aprecia más que en una escena –más adelante la joven sufrirá un desmayo y no más se sabe lo que ocurrió –.
Zarchi tiene una psicología misógina desde una perspectiva conservadora, pero esta fílmicamente termina por ser más efectiva. Dulce venganza comete el grave error de ir al grano, muy a diferencia de I spit on your grave (1978) que se toma todo su tiempo para que el espectador odie –porque logras odiarlos en verdad –a ese grupo de malhechores que golpean, violan, humillan y vuelven a violar, una y otra vez a la indefensa Hills. Ya para cuando llega el momento de la venganza, “el plato está suficientemente frío” como para que el espectador disfrute del castigo a manos de su heroína. Obviamente Dulce venganza es gore puro, mientras que en la original no hay más que una que otra cortada. Dulce venganza, sin embargo, no da motivos suficientes para que el espectador se sienta conmovido por la joven Hills, tal vez hay una pena o lástima de por medio, pero la Hills de I spit on your grave (1978) conmueve, ofrece un sentimiento de impotencia, de rabia, es por eso que su venganza es más dulce que la misma Dulce venganza.
El remake, por otro lado, no tiene un buen tratamiento de sus personajes. Estos son débiles, flojamente estereotipados e inexactos. En I spit on your grave (1978) son cuatro los forajidos: el “nerd”, el “gracioso”, el “violento” y el “líder”. En Dulce venganza son cinco los violentistas: el “retrasado”, el “torpe”, el “violento” y el “líder”, un quinto que es nulo, demás. El caso del “violento” termina por ser uno más, esto debido a que es el mismo “líder” quien asumirá su postura violenta. El caso del “retrasado” es el más decepcionante. En el original la figura del “nerd” era una mezcla de sumisión, torpeza, lástima y odio. El “retrasado”, sin embargo, causa repugnancia, como alimentando esa mitificación de que el enfermo o lisiado es símbolo de defectuoso, de lo grotesco o la maldad innata. Por último, la figura del policía es el mejor aporte del remake –en la original no existe tal –, muy a pesar ya muchos conocemos la historia del lobo vestido de oveja, y si hablamos de la figura paternal, en la original el personaje del “líder” también era padre de familia.
Contextualmente ambos filmes se ubican en medio de un bosque, la diferencia está que en Dulce venganza este bosque es de espanto, lúgubre, escabroso; una especie de zona pantanosa con hedor a muerte se refleja en ese entorno, como “dramatizando” el escenario. En I spit on your grave (1978) la situación es diferente. El bosque está lleno de verdor y júbilo. Ya luego de las escenas de ultraje, el ambiente se torna espeso, el aire es opaco, las neblinas bajan como premeditando se acerca la venganza. Es mediante este escenario que I spit on your grave (1978) desarrolla su argumento más provocador: el beatus ille. Según Horacio, esta frase latina se interpreta como “dichoso aquel que vive en el campo, alejado de las banalidades de la ciudad”. En el filme de Meir Zarchi el mito del beatus ille se rompe. La trama consiste en una escritora que se retira de su vida citadina para encontrar paz e inspiración –ella escribe una novela –en la vida de campo, pero en lugar de eso encuentra el terror provocando además el brote de su instinto asesino. El bosque nunca deja de ser bello, sin embargo la fealdad aflora de la misma mano humana, de los hombres de campo, los que se criaron lejos de “lo banal”, pero que bien pueden ser tan crueles como los mismos hombres de la ciudad. Horacio se equivocó.
Dulce venganza no sorprende al estar siempre bajo la vanguardia de los mismos tópicos del cine comercial. El cine del género de terror es siempre constante, los mismos argumentos, los mismos enganches, fracturas de huesos, cortes de yugulares, carnes al rojo vivo, un cine de reacción más no de motivación, algo que si logra I spit on your grave (1978) de una forma cruel y despiadada, creando así un puente entre los filmes que son recordados y los que son olvidados. El cine si bien es ficción, este tiene la capacidad de irrumpir nuestra realidad, de perturbarnos aún así sepamos a ciencia cierta que lo que acabamos de ver no es real, pero sin embargo lo tomamos por posibilidad. Aquel filme que motiva eso, ya ha cumplido con su propósito; nos ha emocionado.

domingo, 1 de mayo de 2011

Corazones ardientes (o The Burning Plain)


Guillermo Arriaga, guionista de Amores perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006), dirige su primer filme, Corazones ardientes (2008). Además de haber sido guionista del mexicano Alejandro González Iñárritu, Arriaga escribió el guión Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005), dirigida por Tommy Lee Jones. A partir de esto, no sería extraño predecir que la ópera prima de este reconocido guionista estará compuesta por una historia fragmentada, de un orden cronológico alterado, una suerte de rompecabezas que integra o intercala la vida de personajes con un aire nostálgico que van rumbo a la incertidumbre.
En efecto, Guillermo Arriaga se decide una vez más por crear un guión que no sigue una ilación tradicional. Corazones ardientes por un lado nos describe la vida de Sylvia (Charlize Theron), una gerente de un restaurant que convive en su intimidad con una vida vacía. Sylvia lleva consigo una ruta de amantes inestables o pasajeros. En el sexo no existe pasión ni deseo, sólo la rutina con mirada pesimista, la misma que Sylvia pone cada vez que observa las olas del mar desde el borde de los acantilados. Otra historia es la de Gina (Kim Basinger) y Mariana (Jennifer Lawrence), madre e hija, ambas infieles a sus familias por abrir sus deseos a sus sendos amantes, aquellos que sin desear provocarán una ruta de tragedias y arrepentimientos.
Así como ocurre en 21 gramos, los personajes en Corazones ardientes también son seres marcados por su pasado. Son seres angustiados por el mañana, sea por mano ajena o propia. Sylvia mira con pesimismo su futuro, mientras que sobrevive atormentada por su pasado. Asimismo Mariana y Gina son seres estigmatizados, marcas en sus cuerpos las delatan. Tanto en Amores perros como en Babel sucede que algunos de sus personajes son seres escindidos a partir de un defecto físico, algún miembro o sentido inútil los tiene marcado de por vida, una señal que vaticinaba una ruta trágica y maldita. Otro rasgo contante en la línea argumental de Arriaga es sobre el conflicto fronterizo, también ambientado en Babel y en Los tres entierros de Melquíades Estrada. Este es un acercamiento o necesidad por graficar las relaciones entre dos naciones cercanas pero opuestas, EEUU y México, situación que en Corazones ardientes no posee una mirada crítica o punzante como se podría admirar en los dos filmes mencionados.
Guillermo Arriaga en esta ocasión no es efectivo como guionista. La sensualidad de narrar una historia fuera del orden convencional se encuentra a partir de la total o parcial ignorancia de los sucesos, la repentina manifestación de acciones que deja cabos sueltos, incertidumbres. El conocimiento de las identidades de los personajes debe ser mínimo o anónimo, en ocasiones hasta míticas. Es la audacia de mantener la atención del espectador para de pronto volcarlo a la perplejidad de los verdaderos hechos o los cabos ya resueltos, situaciones que recién por la mitad o al final del filme deberán exponerse. Nada de esto logra sensibilizarse en Corazones ardientes. No se necesita esperar hasta la mitad para saber la identidad y las razones de cada uno de los personajes. La interpretación de las tres actrices es valorada, esto, sin embargo, no es suficiente para el éxito de este drama que pudo haberse narrado tranquilamente bajo la escala tradicional.

martes, 26 de abril de 2011

Entre hermanos

La temática sobre la familia es una constante dentro de la filmografía de Jim Sheridan. Sus personajes son seres velados por un espíritu familiar que alberga una serie de nostalgias, una que a pesar de todo funciona como una motivación emocional para estos mismos, pero que de todas formas no deja de resultar ser una carga o un pecado que enmendar. Entre hermanos (2009) es un drama familiar basado en el filme homónimo de Susanne Bier, directora ganadora del Oscar en la última ceremonia realizada este año.
Sam (Tobey Maguire) y Tommy (Jake Gyllenhaal) son dos hermanos que tienen sus vidas apuntando a distintas vías. Sam es un marine muy respetado en su entorno laboral. Tommy acaba de salir de la cárcel. El primero tiene una familia propia, así como el respeto de su padre, mientras que el segundo es solitario, además de ser lapidado continuamente por las agresiones verbales de su progenitor. Entre hermanos es el típico drama que bosqueja el enfrentamiento de dos seres comunes pero lejanos. Es el encuentro entre el bueno y el malo, el ejemplo de familia y la oveja negra, dos modos de vida que si bien no terminan por colisionar es debido a que existe un equilibrio entre ambos, algo que evita a que siempre un hermano será condescendiente y razonable respecto al otro. Lo ciertamente novedoso en el filme es que ocurrirá un intercambio de identidades entre ellos.
Sam tendrá que ir al campo de batalla donde será tomado como rehén, mientras su familia guardará luto al ignorar la verdad de los hechos. Tommy entonces recurre al entorno familiar de su hermano, uno que ha tomado como herencia y sin ninguna malicia. Es así como ocurre las conversiones. Sam pasará por un infierno, una serie de eventos que tatuaran en su mente hechos irremediables, mientras que Tommy asumirá un rol paternal e inclusive conyugal. No existe muchas evidencias sobre un posible amor entre Tommy y Grace (Natalie Portman), la esposa de Sam, sin embargo, el afecto y el rol de esposo que irradia Tommy toman por asalto la ausencia del soldado. El bueno y el malo intercambian papeles. Ninguno de ellos conocía su vida desde una perspectiva distinta, mucho menos ignoraban los límites de cada uno. Uno enloquecerá mientras que el otro asumirá un perfil sabio. Es ahí donde ocurre el conflicto, no existiendo una colisión plena debido a que el conflicto mismo es la mente de Sam, una que le juega sucio, embistiendo a los que más quiere.

Así como ocurre en otros de sus filmes de Sheridan, Entre hermanos es un relato donde la familia juega un rol de motivación moral. Tanto en Mi pie izquierdo (1989), En el nombre del Padre (1993) o en Tierra de sueños (2002) los miembros de familia tienen una virtud abnegada respecto a los suyos, especialmente de aquellos que están moralmente desvalidos. Sam es quien recurre a su hermano Tommy, muy a pesar de la desaprobación que su misma familia promueve. Luego que se marchará Sam al campo de batalla, Tommy inconscientemente asiste donde la familia de su hermano con una intención de saldar una deuda con él. Asimismo, será él mismo quien fijará el equilibrio de las alteraciones mentales de su hermano causadas por el horror de la guerra.
Jim Sheridan no promueve un nuevo filme. La temática sobre los hermanos enfrentados/opuestos es un refrito que no consigue una mirada distinta. El tratado de los hechos es ineficaz, así como sus mismos personajes. La actitud de las niñas maltrata una cúpula que debería cerrarse a un mundo adulto, lejano de un drama facilista que pudiera provocar la mirada lagrimosa de una de las pequeñas. El perfil del padre de Sam y Tommy no se compara a las otras figuras paternales de sus anteriores películas. El protagonismo de los demás personajes se ven opacados por el drama entre los hermanos, donde sólo es Sam quien posee una complejidad en su naturaleza. Tommy no acumula los suficientes rasgos como para tomarlo por canalla, es por eso que no se justifica tampoco la postura crítica del padre frente a su hijo. Por último, la temática del horror de la guerra al final de la película parece entrometerse, como queriendo desplazar a la temática de los hermanos, cual se supone es la principal.

jueves, 21 de abril de 2011

Ágora


Alejandro Amenábar hasta la actualidad ha indagado por las vertientes del género del thriller, el romance –este con unas inclinaciones futuristas –el terror y el drama. Ágora (2009), su última producción, se encuentra ubicado dentro del género épico, más no una épica con deseos de aspirar a ser una epopeya comercial. La trama que se imparte en Ágora es discursiva, ajena a los estereotipos o prototipos pertenecientes al género. Amenábar toma por excusa un suceso histórico para desentrañar la evolución de dos dogmas tradicionalmente opuestos y que lograron sobrevivir al paso de los años. Ágora es el prólogo a estas dos creencias; la ciencia y el cristianismo.
El filme se compone en dos partes: el incendio de la Biblioteca de Alejandría –principal recinto donde se albergaban una gran multitud de manuscritos que contenían los más representativos conocimientos “paganos”, tanto religiosos como científicos –y el ascenso del cristianismo como única creencia dentro de la polis egipcia. Ágora es un relato en tiempos del caos y la violencia. La vida entonces estaba compuesta por continuas afrentas y debates los cuales casi siempre desataban ríos de sangre, masacres y revanchas que parecían no tener fin. Así por igual, se reconoce a estas dos principales creencias, tanto la fe como la ciencia, como dos ideologías que luchan por descubrirse, cada una independientemente de la otra, cada una sobreviviendo o intentando superarse frente a sus enemigos. Será el caso de la ciencia quien se verá superada por el cristianismo, la cual imparte una política de persecución y extinción a las falsas creencias, dicha campaña iniciada con la quema de la Biblioteca de Alejandría, bastión del saber pagano.
En Ágora, los orígenes del cristianismo son duramente expuestos, muy a diferencia de lo que podría ocurrir en una épica de género donde la cristiandad casi siempre es símbolo de libertad, una lucha constante ante fuerzas malignas, sean gobiernos tiránicos o impartiendo una gesta similar al que se dio en las Cruzadas; la fe y el cristianismo reflejados como el “camino correcto”. Amenábar, sin embargo, cuestiona el ejercicio inicial del cristianismo, esta como una ideología que intenta apoderarse de la coyuntura social. Ágora, históricamente, es el antesala a la Edad Media, tiempo donde la fe era un gobierno que restringía cualquier espacio o sentimiento ajeno a su religiosidad. Es por esto que gran parte de sus personajes, todos cristianos, son seres impulsivos y pasionales, siempre con una postura ofensiva e interpretando el lenguaje “del resto” como un gesto subversivo. Lo curioso es que el personaje principal del filme de Amenábar no es un aspirante a santo o un predicador cristiano; es un perseguido más, una bruja, una hechicera, una filósofa.
A pesar de ser un tiempo donde la filosofía era aún una presencia fundamental en todo gobierno, Hipatia (Rachel Weisz) es la única filósofa que interviene en escena. Ella, además de impartir su ideología sostenida por la razón, está obsesionada con los astros, especialmente sobre cómo rige el movimiento de ellos; cuál es el centro del universo, quién rodea a quien, de qué forma lo hace. Hipatia día y noche teoriza y replantea las ideas de Tolomeo y Apolonio; esa es su razón de vida. Hipatia es una mujer que se ha divorciado de su femineidad a expensas de todos. Ha dejado de ser “mujer” para ser filósofa y mujer de ciencia. Esto perjudicará a Orestes (Oscar Isaac) y Davus (Max Minghella), el primero uno de sus aprendices, mientras que el segundo un esclavo suyo. La naturaleza de ambos jóvenes coinciden en amar a la filósofa, ambos se han obsesionado con su propio astro, la bella Hipatia, la inalcanzable e indescifrable. Por otro lado, cada uno confronta con su otra ideología, la fe. Ambos personajes también coinciden en su creencia frente al cristianismo, una cuestionable. Tanto Orestes como Davus fueron a principio paganos, sin embargo, el paso del tiempo los ha inclinado a ser cristianos, el primero representando una labor gubernamental, mientras que el segundo siendo un militante más, un combatiendo en las arenas, decapitando a cualquier pagano o judío que se niegue a aceptar las leyes del cristianismo.
Es así como Amenábar se aprovecha de este seudo-triángulo amoroso para revelar dos formas de asumir las creencias en general, donde se diferencia los deseos de poder y los deseos de entender o aprender (lo que en lenguaje cristiano se entiende como predicar). Por un lado, los cristianos luchan por escalar más allá de lo logrado. Luego de ser la religión oficial, la aspiración deja de ser religiosa para ser política. El personaje de Sinesius (Rupert Evans) es fundamental para entender dicho punto. Él se ubica al límite de su acción política, aunque siempre velando por la representatividad del cristianismo. De otro lado, la ciencia lucha por conocer, más no por destruir a sus “enemigos”. La figura de Hipatia siempre es neutral, guiada por un gesto de sabiduría, muy opuesto al sesgo impositivo de la religión.
Muy aparte de esto, así como ocurre con la religión, la ciencia aún está errada. Si bien el cristianismo para entonces no podía reconocer la manera correcta de propagar su fe, la ciencia no encuentra respuesta a sobre cómo y por qué giran de tal forma los astros. Ágora es la búsqueda incesante a la respuesta; cuál es la forma correcta de la cosas. Davus se pregunta si en realidad el cristianismo es la verdadera religión. Hipatia se cuestiona frente a la ley de los astros. Todos los personajes del filme van girando ante su propio centro, sea la ciencia, la religión o el amor, sean dioses, astros o personas. Orestes se cuestiona el “porqué preguntarnos cómo se mueven los planetas si en el mundo el movimiento es distinto y villano”. El conocer esa respuesta tendría una sola reacción; la indiferencia. Ágora es un mundo que está en continua marcha, en movimiento, en evolución, más ninguno de sus personajes reconoce lo que está provocando. Ni los cristianos saben que están promoviendo una de las creencias que será muy influyente a un futuro ni Hipatia conoce que tanto le servirá a los futuros científicos sus estudios astronómicos. El mundo gira a “revoluciones”, más lo personaje no se percatan de ello.
Un punto controversial sería entender Ágora –o el pensamiento de Alejandro Amenábar –como un gestor anti-cristiano, algo que obviamente así lo interpretaron algunas sociedades de la Iglesia luego de su estreno. Un caso similar había ocurrido con su anterior película Mar adentro (2004), donde se relata la biografía de Ramón San Pedro, un parapléjico que lucha por se le conceda la eutanasia. Desde un perfil agudo, Mar adentro podría pasar como una película que apoya dicha acción, un “no” a la vida, algo que su mismo director negó y que es más bien un “sí” a la vida; observar desde las vivencias de Ramón San Pedro el valor de la vida, una especie de psicología a la inversa que por cierto se puede sostener de varias escenas cómicas y jubilosas que se manifiesta en dicho filme. Pasa lo mismo con Ágora, si bien el cristianismo se ve empañado por un velo oscurantista (sus mismos adeptos visten túnicas negras), la presencia de Hipatia se representa como un símbolo mesiánico. Recuérdese que la religión por muchos años había tomado la figura femenina como símbolo de la perversión, y es más bien una mujer la que proclama igualdad entre todos los seres vivientes. En muchas partes de la película, Hipatia parece patentar frases que en un pasado el mismo Mesías pudo haber citado. Amenábar es irónico desde ese sentido. Encara las ridículas y pasadistas posturas de la religión, sobre el machismo y su afrenta con la ciencia, ambas posturas inmersas en la presencia de Hipatia, quien a final de la película será ajusticiada, apedreada, crucificada.

Alejandro Amenábar desde una perspectiva puede decepcionar para algunos. Sus anteriores películas siempre han contenido un giro motivacional, un suspense, un drama, algún gesto emocional que no provoca un estancamiento de los hechos. En Tesis (1996) una estudiante va descartando posibles responsables de una mafia macabra, en Abre los ojos (1997) el personaje principal se debate entre la realidad y el sueño, en Los otros (2001) una madre de familia intenta resolver el misterio de unos posibles invasores de su propiedad, e inclusive en Mar adentro (2004) no se sabe si Ramón San Pedro logrará su cometido de autodestruirse. En el último filme de Amenábar no se reconoce un propósito argumental, simplemente es la exposición de dos historias en diferentes momentos, ambas interpretando dos hechos en concreto, no originando una trama compleja e inestable. Ágora, sin embargo, es valiosa desde su discurso, desde lo que se quiere decir a través de los primeros pasos de la ciencia y el cristianismo. El director de origen chileno ha optado por un cine más dialéctico y argumental, se ha divorciado de un cine emocional –ese lado hitchcockiano muy bien interpretado en todos sus filmes –pero que le ayudan a replantearse como director.

domingo, 17 de abril de 2011

Déjame entrar

Matt Reeves (Cloverfield, 2008) es quien dirige este remake de la película sueca Criatura de la noche (2008), de Tomas Alfredson. A diferencia de su original, el contexto de Déjame entrar está ubicado en la zona de nevados en Los Álamos (Nuevo México, EE.UU). Su temporalidad se concentra en la década de los 80, tiempo en que EE.UU aún terminaba por reaccionar a los cambios políticos y social-urbanos. La Guerra Fría seguía en campaña y el imaginario de los suburbios era una víctima más de los discursos subliminares, aquellos que definían el “bien” y el “mal” (hay una escena donde aparece el entonces presidente Ronald Reagan hablando sobre aquello) haciendo derecho a la ley del más fuerte. Desde este perfil, Déjame entrar se mueve en un tiempo donde las desigualdades son notorias, y el más débil, o el que es diferente, está expuesto a los ataques o a la incomprensión...


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jueves, 14 de abril de 2011

Los ojos de Julia

Los ojos de Julia (2010) de Guillem Morales, no es de lo mejor aunque es interesante desde la perspectiva que bebe de la misma fuente de películas como REC (2007) o El orfanato (2007). La trama de horror comienza a captar su efectividad a partir del suspense que se va originando en el filme. El filme no se apresura a manifestar el morbo, se preocupa más bien en crear motivos para más adelante exponerlo. Morales va dejando misterios sin resolver, posibles sospechosos, cabos sueltos que se van agrupando a lo largo de la película provocando un estado de tensión que no es sino hasta el final que parece aclararse todo. El ambiente fotográfico es primordial dentro de la trama, oscura y claustrofóbica, al ser su protagonista una mujer a punto de perder la visión...

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