lunes, 17 de septiembre de 2018

The Song of Sway Lake

The Song of Sway Lake ha recibido 14 premios en distintos festivales de cine. Se estrena en 13 ciudades de EEUU este viernes 21 de setiembre, y poco después estará disponible por VOD.

Sinopsis: Un joven coleccionista de jazz trama robarle a su adinerada abuela un raro disco de 78, pero su plan se descarrila cuando su cómplice se enamora de la glamorosa matriarca.

La película de Ari Gold expira melancolía por todos sus costados, pero no necesariamente una melancolía asociada a la pesadumbre. Los primeros minutos en The Song of Sway Lake (2018) resumen el sentido de la película y la doble connotación que a veces lo nostálgico nos refiere. En estricto, se reconoce como un sentimiento de tristeza ante la invasión de un recuerdo o ausencia; sin embargo, son estos mismos los que ocasionalmente reconfortan a algunos de los personajes de esta historia. Es bajo esa premisa que Gold nos asienta a una temporalidad pretérita que en un instante tiene un ánimo de aflicción y en otro de júbilo. Anímicamente y estéticamente, este filme parece estar en medio de un limbo. Nos refieren a un espacio idílico y bucólico, “Sway Lake”, pero que también nos alude a un acontecimiento trágico, un luto. Lo mismo pasa con sus protagonistas, enérgicos y vigentes, pero que además cobijan un sentimiento de aflicción y postergación. Es una comunidad entre la frontera de las vacaciones de verano y la temporada invernal.
Ollie (Rory Culkin) retorna a Sway Lake en dirección a la casa abandonada de su abuela. Él, junto a su amigo Nikolai (Robert Sheehan), van en búsqueda de una joya musical que el padre de Ollie guardó con recelo en algún lugar del olvidado domicilio. La nostalgia por una canción de antaño es el punto de partida para una nostalgia más inmediata y universal: la honra a una pérdida. “Es lo que mi padre hubiera querido”; parece repetirse Ollie. La música de una época distinta y, especialmente, el vínculo familiar son tópicos cruciales en The Song of Sway Lake. Todos los personajes tienen que ver con cualquiera de los casos, incluso hasta los ajenos al árbol genealógico de los Sway –linaje de Ollie–. Nikolai e Isadora (Isabelle McNally), una de las residentes de Sway Lake, aluden a un modo de orfandad. Al igual que Ollie, ellos tienen sus lazos familiares escindidos. En su tránsito, este trío de adolescentes recurren a sus pasiones o fantasías a manera de “ocultar” esa carencia.
Lo cierto es que en The Song of Sway Lake la melancolía no es exclusiva de una generación. Gold nos presenta un universo en donde la pesadumbre es una herencia fuerte que ha trascendido. Los más antiguos han extendido sus memorias a sus descendientes, lo que es equivalente a sus tristezas y frustraciones, pero también sus goces y pasiones. Ahora, este sentimiento no es algo innato, sino adquirido. Los padres han persuadido a sus hijos a ser melancólicos. La música, las cartas y las historias parecen ser lecciones constantes que los más jóvenes perciben y han aprendido a querer. Un caso especial es el de Nikolai, quien en tiempo récord rinde culto a una historia ajena que la hace suya. Su pensamiento parece resumirse en esa anécdota sobre cadáveres bajo la nieve rusa, un cuento tan humano como macabro. The Song of Sway Lake tiene mucho de esa ambigüedad emocional. La misma Charlie (Mary Beth Peil), la enigmática abuela de Ollie, es prueba de ello, un cliché de vieja solitaria y rica que no pasa de moda como la nostalgia misma.

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