sábado, 29 de diciembre de 2018

Cada día o La cenicienta digital

“Lo que parece ser el comienzo de una comedia romántica adolescente situada en el contexto de una escuela secundaria de pronto se convierte en una enigmática y quizás involuntaria introducción al platonismo en el siglo XXI”; dice el crítico Roger Koza sobre esta película. En efecto, su historia emprende el “despertar” de una adolescente que en orden de su generación se encuentra asociada –o resignada– a una rutina de lo apático, el desapego humano, la ausencia de momentos Kodak, al no ser experiencias de plenitud o goce físico o emocional, sino plenamente digital, los cuales banalmente se archivan en los celulares no teniendo más significado que el del propio registro.
La película no deja de interesar además por su premisa, un ente que posee cuerpos por espacio de 24 horas, cambia de rostros, personalidad y sexo, siempre preservando una memoria y personalidad propia. ¿Qué significado tiene la relación de la protagonista con este ente o catálogo generacional mutable? No solo resulta ser el testimonio de un “despertar”, sino también es el panorama a las demandas y exigencias del sujeto millenial. Es la historia de una adolescente que tiene la opción de tener como amante a alguien que se nivela a sus líneas de búsqueda, su perfil de gustos, desde lo musical hasta el tipo de físico. La relación o match de hecho se establece bajo la fantasía que permiten redes sociales como Tinder o Facebook. Es por eso que para cuando la situación se va tornando seria, la protagonista optará por definir el set up de su amante ideal: “Este es el rostro”.
No deja de ser también, en cierta manera, provocador y hasta transgresor la idea de cómo una adolescente no tiene complejos en relacionarse íntimamente con un cuerpo un día y al día siguiente con otro distinto. Resulta entonces la pregunta, si posee la misma personalidad, ¿acaso no sigue siendo la misma persona? Pueda que sí, pero incluso si trasladamos este cuestionamiento a una plataforma digital, un grupo de personas comparten mismos gustos o hasta personalidad, sin embargo, no son la misma persona o tienen el mismo nickname. Cada día (2018), de Michael Sucsy, da pautas sobre las dinámicas racionales de la generación millenial, una sociedad dependiente de la imagen, ególatras –lo que resulta siendo el verdadero conflicto del filme–, siempre alineados a categorías que definen sus personalidades, pero también abiertos a la diversidad –basta ver el desfile de rostros que asume el ente–, siempre y cuando compartan por lo menos alguna categoría.

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