Cuando la profesora Carla (Leonie
Benesch) es testigo sobre cómo unos colegas suyos presionan a unos alumnos para
que mencionen posibles responsables de una serie de hurtos que viene
aconteciendo dentro del escenario educativo, nos percatamos de inmediato de
lado de quien está la protagonista. Das Lehrerzimmer (2023) es el tenso seguimiento
a una correcta maestra en medio de un conflicto que ha comenzado a vulnerar la
confianza que tenía hacia sus aprendices. Antes de ello, el director Ilker Çatak nos deja clarísimo que estamos ante una mujer comprometida hacia su
oficio. La vemos habitualmente resolviendo con consecuencia una serie de
incidencias que surgen dentro de su aula. Es decir; Carla es el prototipo de
profesora ejemplar, a pesar de que sus métodos, a veces, sean un tanto sumisos
o hasta infantiles, pero lo cierto es que esos mecanismos no hacen más que
convencernos que esta profesora actúa con sensibilidad, entrega y suma cautela
cada que sus menores discípulos expresan con libertad sus emociones. Podríamos
decir que la discreción o el tener tacto es un superpoder de esta mujer,
habilidad que, ciertamente, algunos de sus iguales no comparten. He ahí el
antecedente del conflicto con el que tropezará esta buena mujer. Çatak nos pone
en una situación en donde el ser un maestro empático no garantiza la salvación
de su alma en una inmediación educativa hipersensibilizada por las políticas de
la corrección.
Una alerta suena en la cabeza de
Carla en la secuencia más arriba descrita y que está casi a inicio de la
película. ¿Es buena idea persuadir a los alumnos a que suelten nombres de
personas cuando no han visto nada extraño en ellas? ¿La persuasión puede ser
interpretada como presión? ¿Es que al presionarlos a que den una testificación
dudosa no se les estaría presionando a suponer, mentir y de paso a traicionar contra
sus compañeros bajo la venia de sus educadores? ¿Es acaso ese el ejemplo que
todo maestro debería de darle a los menores? ¿Los niños entrevistados más
adelante les contarán a sus padres esa penosa petición acontecida en el salón
de profesores? Tanto la protagonista como el espectador nos hacemos algunas de
estas interrogantes. “Eso no está bien”; parece decir Carla con la mirada. Ya
después, verbaliza su enunciado. He ahí una profesora que pone una barrera frente
a las posibles negligencias de sus colegas con el fin de poner a salvo a sus
alumnos o, por qué no, poner a salvo a sus propios colegas de alguna metida de
pata. Es por eso que Carla desde un principio se gana nuestra estima. Ese
sonidito de alerta que suena en nuestra cabeza también suena en la de ella.
Piensa como nosotros. Es altruista hacia los menores, pero, nuevamente, esto
resulta como un arma de doble filo, más aún si es en demasía. Carla es como una
madre para los pequeños. El pensar en los niños antes que las propias normas, poniendo
por debajo su propio criterio o el del resto, será parte de su perdición.
Entonces sucederá más adelante
algo que pondrá a la maestra en el ojo de la tormenta. Lo curioso de todo es
que ese problema la irá perjudicando cada vez más a pesar de que ella asume el
rol de víctima y denunciante dentro de la situación. Das Lehrerzimmer
nos expone un caso en donde la filantropía genera fugas. Cualquier gesto de
renuncia moral, por ejemplo, en favor a los menores, tiene sus puntos ciegos. Obviamente,
Carla, en su calidad de ejecutora de esa política de corregirse a la medida de
lo que “podría ser más saludable” para los niños, no es capaz de percibir ese daño
que recae en ella y, hasta cierto punto, a los de su alrededor. Sin saberlo, la
protagonista de Çatak va remeciendo su entorno. Una serie de damnificados habrá
a causa de su corrección. Ahora, esto tampoco convierte a la profesora en
alguien nociva o puramente negligente. Al igual que otros maestros, Carla tiene
sus puntos débiles como docente. ¿Por qué entonces le sucedió a ella y no a
otro? Por un lado, tal vez tenga que ver la empatía un tanto desmedida de la
profesora y, por otro lado, tenga que ver también los efectos de ciertos
protocolos que acondicionan a los centros educativos. Surge así un debate:
¿Hasta qué punto ciertos reglamentos escolares podrían ser muy inconvenientes
para el error humano desatado por algún maestro? Pueda que, además de Carla, esas
leyes no consideran los puntos ciegos.
Das Lehrerzimmer hace una representación de cómo
la base y credibilidad de un sistema educativo flaquea ante un contexto que privilegia
el salvaguardar a los alumnos y privar a los maestros de mismos beneficios, así
como promover las prácticas de la libre expresión y la exigente fiscalización frente
a cualquier indicio de ofensa o prejuicio pasando por alto los límites o
excesos que esas demandas podrían provocar. Se emite un mensaje político muy
urgente en esta película tomando en cuenta que son niños los que están
expuestos a un estado de anarquía que podría propagar un estado de censura
generalizado, perjudicando de paso a buenos elementos como Carla, a quien la
vemos, en principio, estresada y ansiosa, preocupada por el resto, y luego
presa del pánico y el embargo, preocupada por su destino. Dos grandes estimulantes
de ese estado. La música que acompasa la sensación de intranquilidad. La banda
sonora tiene la función de un leitmotiv que nos mantiene en alerta. Lo
otro es la gran interpretación de Leonie Benesch. Física y performativamente,
me recuerda a Vicky Krieps. Diría que hubiera caído bien la actriz luxemburguesa
para ese papel, pero Benesch está estupenda como esta protagonista que tiene el
aguante de una mártir. Fascinante es la secuencia en que la maestra improvisa
una terapia de grito ante su clase. Si alguna escena tuviera que elegir de esta
inquietante película sería cuando la profesora concede una entrevista. Es un
instante perturbador, la fabricación de una trampa que parece emular a un
juicio preparado, una testificación a presión, como la que en un inicio Clara frustró,
pero que ahora ella es víctima de ese ambiente a manos de una comunidad empoderada
y que Ilker Çatak viste y distribuye a sus miembros estratégicamente. Todo es
muy intimidante.
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