jueves, 24 de febrero de 2011

El discurso del Rey


El ascenso del duque de York al trono de Inglaterra implica que, además de la voz, tenga la seguridad suficiente en sí mismo, una que extravió hace muchos años a raíz del conservadurismo y las manías ortodoxas de una familia tradicional que solía “desterrar” a aquel que era “diferente” de los demás. El discurso del Rey (2010), dirigido por Tom Hooper, más que la historia entre un monarca y un profesor de dicción, es la historia entre un hombre embaucado en asilo de sus traumas infantiles y su relación con su terapeuta, un aprendiz de psicólogo, uno excéntrico pero eficaz.
Colin Firth interpretando a Bertie, el duque de York, que más adelante será el rey Jorge VI, logra uno de sus pocos papeles mejor logrados. Lo menciono de una vez ya que ciertamente su performance es parte de lo mejor del filme. No hace mucho, Firth actuó en Un hombre solo (2009) que junto con su interpretación en La joven de la perla (2003) serían sus únicas buenas actuaciones. En referencia con la última mencionada y el reciente filme del actor personificando a un futuro monarca inhábil de hablar, nos percatamos que el actor británico funciona más para roles de personajes con carácter, serios, con cierto aire de misterio, volubilidad en su sangre, un espíritu ermitaño. Firth nunca resultó para los melodramas de época donde interpretaba a los bien centrados nobles ingleses o estereotipando al galán bonachón con imagen de buen partido. Firth parece haber descubierto su senda. La vocalización del Rey es tan torpe y nunca precisa. La seguridad del actor es la inseguridad de Jorge VI. Sus ensayos de vocalización manifiestan un aire improvisado nada ajeno a la naturalidad. Firth convence.
Geoffrey Rush siempre innovador. El podrá interpretar desde un pianista con alteraciones mentales hasta un perverso pirata y siempre lo hará bien. Las demás actuaciones están opacadas. No se puede hablar de actuaciones buenas en menor rango, aunque tampoco se critican, simplemente allí están. Ha ocurrido, sin embargo, un énfasis en remarcar la actuación, e inclusive presencia, de la reina Elizabeth interpretada por Helena Bonham Carter. El que haya interpretado casi siempre el rol de personajes extraños –una especie de imagen burtoneano –no infiere que ahora al realizar el papel de un personaje cuerdo –algo que no lo ha hecho mal –ya sea una proeza de por sí. Su actuación fue interpretada y nada más. La presencia misma de la reina Elizabeth es un adjunto. Es un hecho que no podrá haber un rey sin su reina, y si pasara, entonces la película se titularía “Rey busca a reina”, algo por el estilo.
Se interpreta que, además de la presencia de Lionel Logue, es la imagen de la Reina la que provoca en Bertie esas ganas de superación, sea anímico como físico. Efectivamente lo es, más sólo hasta la aparición del excéntrico profesor, pues en cuanto aparece, ella desaparece, y viceversa, y como habremos notado, en gran parte de las escenas se encuentra el rostro de Rush. La reina Elizabeth no es la presencia, por ejemplo, de Adrian en (casi todos los) Rocky (1976), o la de la abnegada madre de Christy Brown en Mi pie izquierdo (1989). El personaje de Bonham no posee la dicción de Lionel en el sentido que no existe en ningún momento un discurso de esposa a conyugue, hora en que la mujer asuma el rol patriarcal con intención de demostrar al frágil rey que no es tan difícil dicha responsabilidad; es una idea. La reina Elizabeth empuja y empuja y nada más. No existe un momento en que Bertie, con lágrimas en los ojos, indique que está fatigado y no pueda con tal peso –escena que sí existió –y ella observe en esa, su oportunidad para lanzar “el discurso de la Reina”, cosa que no ocurrió, y felizmente que no fue así, sino ya veríamos a más de un principal responsable de que el Rey pudiese hablar y la gracia de los “dos amigos” que lograron comunicarse terminaría por extraviarse.
Un punto aparte. Por qué puede gustar tanto El discurso del Rey, es más, por qué ha gustado tanto el filme de Tom Hopper. A continuación, nos vamos a referir a lo que gran parte de la crítica en habla inglesa ha opinado sobre este filme, y sólo este sector, porque el resto quedó tan sólo satisfecho, muy a diferencia del clímax que se desató tanto en Hollywood como en el Bafta. Mi introducción es la siguiente: cuál es la diferencia entre un rey sabio y un rey con traumas infantiles, cuál es la diferencia entre un drama puro y una comedia que oculta el drama o lo trágico, prefieres verlos con casacas y jeans o con vestidos y colas de pingüino, qué tanto puede influir la presencia de un actor tan recorrido como Colin Firth que ahora observa su mayor logro, su gran performance. Hasta qué punto la historia influye a que la película sea más cercana, más real, más en carne propia. Y por último, qué tanto nos puede satisfacer observar a aquel que fue dueño de una parte del mundo, tenga las mismas debilidades del “hombre común” –así los llamaba el rey Jorge VII a sus plebeyos –.
Esto es lo que ocurre, que la crítica se deja contagiar por similares tónicos, hablamos de “similares”, aquellos que estructuran la historia de un relato, y no cualquiera, sino uno en forma de fábula, que da lecciones de vida, dramas personales, intimidad humana, y que mejor si es de alguien conocido, sea el rey X o el creador de una red social –ahí entonces se le agrega el morbo –. Son historias que te dejan un sinsabor o que al final, luego que las luces de la sala se encienden, sales satisfecho porque tu personaje favorito ha logrado alcanzar lo que durante dos largas horas parecía inalcanzable. Eso es lo que te pide la industria, que no es nada menos que la provocación al público y por inferencia, lo que hoy en día le interesa a los premios Oscar, un prototipo de películas, aquellas que contienen una finalidad moral, que agitan el dedo al espectador diciendo “eso no se hace”. El biopic es un género cinematográfico que resulta en la ceremonia Hollywoodense, y mejor aún si es de época, así contendrá casi todos los componentes necesarios para que logre escalar a casi todas las candidaturas; lógico.
Estéticamente El discurso del Rey tiene algo interesante. El enfoque a primer plano que ofrece Hopper no es cualquier enfoque, es uno que pega a su personaje, sólo en los casos de Lionel o Bertie, bien a la izquierda o bien a la derecha, posando como para la foto, dejando un espacio para el otro, para aquel que posiblemente sea su complemento, su cómplice y amigo. Otra observación son los corredores angostos. El estrecho –alguien lo mencionó –podría ser la garganta obstruida del Rey, aquella que lucha por hacer brotar las palabras. Los encuadres y los posicionamientos de la cámara son efectivos y provocadores. Simulan al espectador la situación en la que se sienten los personajes, como cuando el Rey se ubica en el estrado y parece estar frente de una habitación que no tiene fin ni forma. La banda sonora de Beethoven en el discurso final del Rey es precisa, sublime y triunfante. La puesta en escena, así como la vestimenta, de hecho tienen que lucirse, y lo hacen. El discurso del Rey es un biopic logrado, así como ocurrió con Ray (2004) o con Shine (1996). Relatos de historias curiosas, de personajes con un aire trágico, pero con un final motivador; a quién no le gusta ese tipo de películas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya la vi, me gusto por ese enlace que hubo y al final los hizo amigos, pero nose exactamente porque tenia una mayor expectativa. Mivi