Con
su última película, la directora Chloé Zhao confirma su dedicación por los
personajes asociados al desamparo. Los protagonistas de sus historias son
sobrevivientes de algún desarraigo, y digo sobrevivientes porque, en efecto,
estos son prueba de una realidad que se trasluce como un escenario decadente
que los expulsó a una suerte de orfandad. Ahí está la comunidad india de Songs My Brothers Taught Me (2015) o el
que un día fue una estrella del rodeo en The
Rider (2017). Estamos refiriéndonos a ámbitos o prácticas que languidecen
incluso dentro de los mismos espacios en donde se les vio florecer. En
consecuencia, ese hecho convierte a sus miembros en presencias que simbolizan el
fin de algo que en un momento fue trascendental y fructífero. Lo cierto es que,
a pesar de ese efecto irreversible que implica el fin de una era, estos mismos
personajes no dejan de revelar un gesto de resistencia, la negación de olvidar
o enterrar eso que dio forma a sus vidas y que además los vinculó a múltiples
generaciones. Esto es muy importante. Zhao no retrata a personas que se
lamentan por un drama a nivel personal, sino a individuos que gimen por un
drama colectivo, el de la agonía de una tradición significativa que ha generado
el saldo de muchos damnificados al igual que ellos.
Nomadland
(2020) retrata la historia de Fern (Frances McDormand), una mujer que decide
convertirse en una nómada tras la muerte de su esposo. A diferencia de sus
anteriores filmes, Zhao en esta ocasión cita dos tradiciones desamparadas, dos
comunidades que definen dos tipos de sobrevivencia, siendo Fern el foco que nos
introducirá a ambas realidades. En primer lugar, el pueblo de la protagonista ha
desaparecido consecuencia de la recesión económica del 2008. En segundo lugar,
Fern pasará a formar parte de una comunidad de nómadas. Es el tránsito de un
escenario huérfano a otro que, si bien comparten similitudes, manifiestan un
nivel de agonía distinto. Por un lado, el pueblo entero en donde vivía Fern
desapareció después del cierre de la fábrica en donde laboraba su marido. Es
decir, estamos ante el caso de un escenario que ha sucumbido y no ha dejado más
que escombros materiales. Panorama distinto es el de la comunidad nómada, un
gran grupo de personas que, a pesar de ostentar un aire moribundo, subsiste
dentro de sus posibilidades. Por tanto, luego de sobrevivir a la desaparición
de toda su comunidad –ciclo que culminó con la muerte de su esposo–, Fern se
integra a otra comunidad también en riesgo de desaparecer.
En
cierto punto de la película, luego de esa larga etapa de reconocimiento a esa
realidad tan compleja que implica la vida nómada en la actual EEUU, un debate
interesante suscita la protagonista a propósito de su necedad por mantenerse
dentro de esa forma de vida. Eso es algo que simplemente no entendería una
persona –como su hermana o su cuñado, un agente inmobiliario– que ignora los
principios de esta rutina, incluyendo las virtudes que se difunden en dicho
entorno, tal como el apoyo mutuo o comunitario. A esto se suma que Fern ha sido
testigo y parte de una comunidad que ha muerto. De pronto, para esta mujer
sexagenaria, que ha aprendido a apreciar el valor de la propiedad comunal,
territorial y de todo lo que surgió de esta desde una experiencia trágica, ha
aprendido también a ser más sensible a esos valores y riesgos que ha logrado
identificar en la realidad de la población nómada, al punto de querer
integrarse a este colectivo comprometido en seguir empujando su trascendencia. Nomadland es una historia de personas
sin terreno o desterrados que se resisten a perecer no solo como acto de que
sus cuerpos sobrevivan, sino a bien de que no desaparezca la comunidad a la que
pertenecen y todo lo que compromete a esta.
Esto
va más allá de impulsar un estilo de vida. Hay una necesidad de la directora
por definir a un grupo luchando por mantener vivo un modelo tradicional respaldado
por una evidencia histórica. El trayecto de Fern y el resto de nómadas no está
lejos de las travesías emprendidas por los primeros colonos en territorio no
reclamado. Si nos remontamos al primer western
de las décadas del 20 o el 30, observamos el despliegue de comunidades
ingeniándoselas para hacer frente a la escases de alimentos o la hostilidad del
territorio geográfico, sea por los factores de la naturaleza o los peligros que
surgen de esta, todo ello con el fin de encontrar “su lugar”. Si bien para
entonces se hablaba de una sociedad en formación, el ejercicio comunitario era
evidente. En esas películas vemos caravanas dispuestas por familias
protegiéndose entre ellas, pequeñas diligencias asistidas por grupos de
salvamento ante el embaucamiento de los atracadores de paso. Son ejemplos de
los mecanismos que sirven para preservar el beneficio colectivo, similares gestos
que acontecen en Nomadland. Desde la
experiencia de Fern, podemos identificar un ejercicio comunitario contemplado
desde el acto de la solidaridad, el cual poco a poco la protagonista va
recibiendo para después ella misma ejercerla hacia los que ha identificado como
sus iguales.
A
propósito, es que surge uno de los detalles más sustanciales en el cine de la
directora. Zhao por momentos parece emular una narrativa documental y ello se
debe al perfil realista que se nutre de un contenido testimonial. Nomadland se convierte en su película
que más incentiva ese carácter debido a sus secuencias en donde nómadas dictan
sus testimonios al resto, experiencia grupal que aproximó a Fern a
identificarse con el grupo. Al igual que ella, varios han perdido sus casas,
sus trabajos o a algún ser querido. La mujer reconoce sus problemas en esos
desconocidos desde el plano de la oralidad. Ahora, resulta significativo para
la trama que la directora asista a miembros “reales”. La mayoría del elenco de Nomadland son personas que llevan una
vida nómada. Es decir, los testimonios que escuchamos no solo son reales, sino
que además son pronunciados por los que lo vivieron. Esto convierte a Nomadland en un ejercicio etnográfico.
Los miembros no solo comparten su sabiduría, sino también sus antecedentes.
¿Cuál es el origen de ser nómada? Para muchos resultó ser una única
alternativa, un método de sobrevivencia. Pero lo anecdótico es que para otros
se torna una opción. Fern peregrina por estas dos fases. Por muy melancólico y
solitario que parezca ese modo de vida, ella se sentirá atraída por eso que
resulta ser inconcebible para el resto.
Nomadland,
así como las películas anteriores de Zhao, puede ser interpretada como una
elegía a figuras crepusculares. Sus protagonistas, al estar asociados a un
terreno o rutina que languidece, se convierten en lumbres que parpadean dentro
del territorio. Algo nos dice que ellos también están expuestos a la
consumación, pero su acto de resistencia, el deseo por querer confrontar a las
circunstancias, los mantiene vivos y de paso los ennoblece. Esto también tiene
que ver con el estado de fragilidad que los domina, ya sea alguna lesión física
irremediable como la que sufre el protagonista en The Rider o el duelo ante la muerte que confronta el protagonista
de Songs My Brothers Taught Me o la
misma Fern. La adversidad en lugar de reducirlos, los dignifica. Es un
tratamiento muy distinto al que, por ejemplo, se define en un drama social
promedio, en donde la miseria lacera y martiriza a los que la soportan. Zhao
más bien evita ese tipo de conductos que otorgan una sensibilidad gratuita que
persuade al espectador a compadecerse. Nomadland
es una película que si bien manifiesta un lado sensible ante la carencia, no
genera castigos ni germina lástima. Paradójicamente, busca enaltecer y revalorar
a su heroína y su comunidad desde un escenario que a primera vista se traduce
como trágico. Es una sensación que se gesta a través del trabajo de fotografía.
Chloé Zhao, una vez más, combina los planos generales y la luz natural en un
estado de gracia para definir el lado sublime de la soledad o el desamparo,
cuestión que solo será perceptible luego de convivir con los protagonistas.
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