Lo más atractivo de la película de Martín Boulocq es cuando el protagonista se sirve del discurso evangélico de su suegro para despegar su emprendimiento. Por un lado, es una mirada crítica a sobre cómo dicha práctica comunitaria se inspiró de las dinámicas de un sistema capitalista para robustecer sus arcas a partir de la explotación de “la palabra de Dios”. Por otro lado, no deja de ser una mirada irónica a las dialécticas de los líderes mercantes y su sistema de masificación de obreros, quienes no están lejos de comportarse como borregos convocados por una secta. Lo resto de El visitante (2022) tiene de conocido. Humberto (Enrique Araoz) se reinserta a la sociedad y va en busca de su redención: recuperar a su hija. Lo cierto es que no la tendrá fácil a causa de un viejo resentimiento que viene de los tutores de la niña, sus exsuegros. Esta es una historia que combina un trauma familiar y un choque de ideologías. Aunque la película nos orienta a observar a Humberto como víctima de ambos conflictos, es el personaje de la hija que se perfila como la gran damnificada. Hasta cierto punto, la menor estará en una doble encrucijada. En tanto, su padre se verá relegado a un fracaso personal. Aunque El visitante cierra con un aire de frustración, no deja de tener un final abierto.
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