Cálido y a la vez desgarrador
testimonio de una pareja de esposos. Ya son más de ocho años que Augusto
Góngora, consagrado periodista chileno, padece de los efectos del Alzheimer; aunque
no es un padecimiento en solitario, sino uno junto a su esposa, la actriz y ex
ministra de la Cultura, Paulina Urrutia, única celadora a tiempo completo de
ese hombre que recuerda muchas cosas, pero a veces no recuerda a Paulina. A
pesar del panorama trágico, este es un documental que se esfuerza por captar el
lado reconfortante del drama. La memoria infinita (2023) es en gran
medida una secuencia de homenajes: al escritor, al amor y a la memoria. No es
de extrañar que Maite Alberdi se cautive por una historia que implica una lucha
entre el recuerdo y el olvido, pugna que desata una gran paradoja, una mezcla
de júbilo, pero también congoja. El recordar es motivo de alegría, pero también
un sentimiento que nos hunde en la tristeza. Ahí están los personajes de sus
documentales Los niños (2016) o El agente topo (2020), por poner
un par de ejemplos. Ambos coinciden en esta idea de un familiar que no
retornará, sin embargo, se abrazan con júbilo al recuerdo, a la imagen ausente
de aquel que ya no está. Es, en cierta manera, una suerte de consuelo el
recordar. De ahí radica el drama del Alzheimer y, por tanto, del último
documental de Alberdi.
Augusto se hizo nombre a causa de
su activismo durante la dictadura en Chile a partir de reportajes, investigaciones,
publicaciones, iniciativas que condenaban al presente de entonces y, posteriormente,
concientizaban la necesidad de no olvidar lo que en algún momento sucedió en su
nación. Resulta entonces un giro irónico el estado mental que hoy embarga al
periodista. Un hombre que hizo de la memoria su trabajo, dedicación y pasión. Un
voraz lector que, además, un día fue actor en La recta provincia (2007),
una miniserie realizada por el también célebre Raúl Ruiz, director que fue un
obsesionado de la memoria. Sus películas iniciales son fuentes históricas del
panorama chileno durante la Dictadura. En sus últimas películas, vemos
historias infestadas por personas que viven del recuerdo, muertos que reviven a
causa de la memoria activa de algún vivo, como el que interpreta Augusto en la
mencionada realización. La memoria gravita en torno a la figura de este hombre,
a quien lo veremos tropezar con el olvido y la desesperación. Es un destino pesaroso,
pero que, ciertamente, está balanceado por ese marco que Alberdi le otorga. Así
como otros retratos de personas diagnosticadas con Alzheimer, La memoria
infinita es un documental que hace tributo al aporte que en algún momento
hizo esa persona que por instantes “no está” o desaparece producto de la fragilidad
mental.
En First Cousin Once Removed (2012),
el director Alan Berliner registra a Edwin Honig, autor de una gran variedad de
publicaciones, pero lo hace en un tono póstumo, no solo consciente de la
proximidad del deceso de su familiar y mentor vocacional, sino también porque
poco o nada queda de lo que un día fue Edwin Honig. Entonces Berliner comienza
a citar la obra publicada de su primo con Alzheimer, esa memoria que existe y
será imborrable a diferencia de los recuerdos de Honig. Es una respuesta al vil
destino que le tocó padecer a un hombre que dependió de su creatividad mental,
el ingenio que solo puede ser concretado por la suma de las vivencias y
conocimientos percibidos en la realidad. Alberdi también parece estar
persuadida a asistir a los antecedentes de Góngora con intención de buscar un
consuelo ante el advenimiento de una pérdida progresiva de los recuerdos. La
directora hace homenaje al periodista con excusa de mostrar la memoria que
deja. El autor podrá estar olvidando, pero sus recuerdos han quedado impresos y
grabados en distintos soportes. Pase lo que pase, la memoria de Augusto Góngora
tiene un seguro de preservación, un escudo contra el olvido. Es el lado
reconfortante de esta historia. Ahora, hay un lado aún más acogedor.
La memoria infinita es también una historia de amor.
Este es un documental sobre Augusto y Paulina, los amantes que decidieron
casarse luego de años de relación y algunos después de que al primero lo diagnosticaran
con Alzheimer. Eso convierte a esta película en un melodrama. Una historia de
dos personas que se quieren con devoción mientras luchan con un destino
trágico. Los vemos abrazados y luego comunicándose con desesperación. Pasan de
la calma a la tempestad y luego retornan al Edén rodeados de una vegetación de
ensueño. Hay un frecuente ejercicio de la resistencia física y emocional en
esta relación. Los dos sufren, aunque de distinta forma, pero lo hacen juntos. En
tanto, el contexto de la pandemia pareciera descubrirnos un mundo apocalíptico,
mas existe un aparente equilibrio a causa del cariño férreo que los ata. Este
es un testimonio que hasta cierto punto adolece de una fuerza que resulta intempestiva
e incontrolable. Solo queda esperar a que ese momento de agonía cumpla su ritual.
Más allá de la mitad del documental, los síntomas de la enfermedad de Augusto tomarán
las riendas de la pauta dramática. Maite Alberdi, por su parte, aprovecha a
revisar las fuentes que también serán prueba de un amor perdurable. No hay un
manoseo dispuesto a alivianar el dolor de esa realidad. Es un reconocimiento honesto.
Hay muchos instantes de ternura, pero el destino es irrevocable.
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