Desde hoy hasta el miércoles 16 de marzo, se podrá ver de forma gratuita y online la tercera edición del Festival de Cine Latinoamericano Lenguas Originarias por su página web.
Un documental sobre la
concientización del cuerpo y la condición de género dentro de una sociedad
encurtida por patrones sociales represores. Biabu Chupea: un grito en el
silencio (2020) nos interna en un círculo de mujeres pertenecientes a la
comunidad Emberá Chamí, situada en Colombia. Todas estas, incluyendo la mayoría
de las mujeres de su misma cultura, han sido víctimas de una tradición que
atenta contra su órgano sexual, además de ser damnificadas de otras tantas
agresiones de distintas índoles. Si bien la directora Priscila Padilla hace un
acercamiento especial a dos de sus protagonistas, este documental se atiende más
como un testimonio colectivo. Las agonías de Luz o Claudia son las mismas que
cargan el resto de las mujeres emberás, la única diferencia es que estas, en su
calidad de “exiliadas”, han reconocido nuevos atendados perceptibles en el
escenario urbano; es decir, fuera de su comunidad natal. A propósito, es que la
película también nos perfila a una agresión contra las minorías y, obviamente,
un desamparo social que compete aún más a las organizaciones estatales. Es ante
esa deficiencia que el documental nos descubre a unas ciudadanas desarraigadas,
condenadas a no tener un lugar dentro del territorio colombiano.
Pero volviendo a la premisa
central de Biabu Chupea, este nos descubre a un grupo de mujeres
testificando sus miedos y complejos consecuencia de una cultura de la
desigualdad enraizada a la comunidad indígena que pertenecen. Ahora, lo
importante es que, a propósito del diálogo y reconocimiento entre ellas, se va
creando un estado de conciencia. Algo está mal dentro de esa sociedad que reduce
a las mujeres y, por tanto, esa tradición debe ser erradicada. Si bien
contemplamos daños irreversibles, ánimos frustrados y continuidades de ese
trauma, el registro de Padilla deja en evidencia que existe un futuro
optimista: algunas menores han escapado del ritual sádico de la mutilación
genital. La “presencia” del órgano sexual, en tanto, ha acondicionado a que las
mujeres más jóvenes lleven una vida normal, y no solo sexualmente hablando. Dicho
esto, una lección importante que nos brinda este documental es que el órgano sexual,
o el cuerpo en sí, es constructor de una identidad; atentar contra este es
equivalente a obstruir u escindir la identidad de una persona y reducir su rol
dentro del escenario en donde se desenvuelve.
Sin plantearse como tal, se
define un mensaje de corriente feminista en esa película. Pienso en el
documental #Female Pleasure (2018). Este nos cuenta cinco batallas
personales de mujeres derrumbando los cánones que restringen o violentan contra
la mujer en sus respectivas sociedades. Una de ellas es el caso de una
militante que denuncia y promueve constantes programas para erradicar una
tradición somalí similar a las que sufren las mujeres emberás. En sendos
documentales, vemos así a una mujer que comienza a promover una cruzada para
poner fin a esta situación. Biabu Chupea, tal vez sin darse cuenta,
fabrica a una feminista que incita la creación de colectivos y además hace
público un malestar cultural que está asociado a un antecedente histórico que
en un pasado fue reconocido como método de escarmiento que los españoles
invasores usaron contra las esclavas de origen africano. No estamos entonces
ante un ritual que trascendió por una “lógica” propiamente cultural, sino es
fruto de una herencia maldita. Lo más interesante del documental de Priscila
Padilla en tanto es la concepción de una conciencia feminista innata desde una
comunidad periférica, germinada de forma natural o humana, sin textos o
discursos académicos. Por un lado, es un descubrimiento ejemplar; por otro, es una
demostración de qué tan ajenos son los problemas de las minorías para un estado
como el de Colombia.
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