viernes, 4 de noviembre de 2022

8 Semana del Cine ULima: Godland

Se cuenta que en Islandia cierta vez se encontró una caja de madera que contenía fotografías que habían sido tomadas por un cura danés allá por finales del siglo XIX. El director islandés Hlynur Palmason se inspira de ese hallazgo para crear su historia. No es de extrañar entonces que Godland (2022) sea una película fotogénica. En gran parte, este relato acontece en los escenarios naturales islandeses, terreno en donde me imagino se coloca la cámara y el plano ya está hecho. La diversidad geográfica de este país es impresionantemente bella, pero sobre todo imponente. El joven sacerdote Lucas (Elliot Crosset Hove) de origen danés ha sido encomendado para una misión. Viajar a algún punto de la lejana Islandia para fundar una iglesia en una pequeña comunidad antes de la llegada del invierno. Se emprende así un duro trayecto que el propio cura, sin premeditarlo, se impone: evitar la ruta por agua y seguir una a pie para aprovechar a tomar fotos en el camino. Más allá de un acto de penitencia, es un acto de ignorancia. Lucas, junto a una comitiva de lugareños, en efecto, será testigo privilegiado de esos hermosos fondos dignos de fotografiar, pero también se verá expuesto a la hostilidad de un entorno, tal vez dominable para sus acompañantes, aunque desafiante para un cura danés como él.

Godland retrata la convergencia de estados que suscita este escenario. La Islandia bella e inhóspita. Contemplamos a un personaje extasiado por su encanto y en momentos perturbado ante la constante amenaza que expresa ese espacio. Surge la idea de una dicotomía que trae como consecuencia una pugna o lucha interna. Por poner una aproximación al caso, ahí están las películas de Werner Herzog, relatos en donde la inmersión del hombre a un entorno virgen es la revelación a un universo agreste, impredecible, amenazador, incentivador del caos emocional, lugar por excelencia en donde se pone a prueba la fortaleza y el deseo de sobrevivencia de un ajeno del entorno. El cohabitar con la naturaleza implica una prueba tanto física como mental. Es decir, su belleza es aparente, solo virtual, lejana a la idea del paraíso prometido. Por tanto; la naturaleza islandesa aquí será reflejo y estimulante de las exaltaciones del cura, desencadenando en él un conflicto de fe, que no es lo mismo que una duda de fe. Se alude así otro conflicto tradicional dentro del cine. Películas como Diario de un cura rural (1951), de Robert Bresson, o la más reciente Silence (2016), de Martin Scorsese, tienen por igual a curas en donde su fe es puesta a prueba producto de su convivencia con lugares que están fuera de su zona de confort, no únicamente consecuencia de sus incidencias geográficas, sino también culturales.

Así como los protagonistas de la película de Bresson y Scorsese, Lucas reconoce a una sociedad que le es difícil digerir. De hecho, esto tiene que ver con que toda civilización es síntoma de su hábitat. En ese sentido, esa pequeña comunidad islandesa que acoge al cura tiene algo de brusca e impredecible. Es momento perfecto para vincular a Godland con el cine de John Ford. Esta es una película que no está lejos a las normativas y fantasías del viejo oeste estadounidense. Lucas se encuentra en un escenario en donde las leyes son distintas a su natal Dinamarca. Aquí el espacio exige rudeza, vigor físico, entendimiento y asimilación de las lecturas míticas o paganas para comprender el comportamiento de la naturaleza y sus habitantes. Es toda una serie de requerimientos que el cura no tiene y además se resiste a adoptar porque va en contra de sus conceptos. Entonces, es como un citadino en un escenario western, un sujeto que nunca ha jalado del gatillo y se niega a “desagradarse” a asumir ese discernimiento ético. Queda entonces aprender a disparar o menguar dentro de eso que reconoce como barbarie. A eso suma el poder de la naturaleza. Esa geografía simbólica contenciosa. Un adversario más para el foráneo confundido por la letal belleza de su extensión.

Adicionalmente, Godland se presta a una lectura histórica. Este es un relato con apunte revanchista. Aquí los colonos islandeses demuestran a los colonizadores daneses que su territorio y su gente es indomable. Así mismo, la fragilidad del sacerdote Lucas y sus ideas de conquista espiritual a partir de una fe vulnerada es prueba de que los argumentos y costumbres sacras no tienen fortaleza y sentido en terreno mítico. No es gratuito que el cura nunca se toma la molestia de aprender un poco del idioma local. Está más bien a la espera de que sea el “otro” quien sepa comunicarse. Es el precedente de una necedad de figurar como el dominante desde el terreno del lenguaje. En razón a esa actitud es que el cura Lucas se verá expuesto a una constante afrenta con la naturaleza, sus acompañantes, los que lo acogen y luego su conflicto interior. Las fotografías son sus únicos instantes de apacibilidad. Lo resto es ser avergonzado o ceder ante esas demandas inherentes a esa Islandia. Es un acto de penitencia si se contempla en un sentido eclesiástico, el cual, ciertamente, viene por pedido de los altos mandos católicos, los entonces colonizadores daneses. Hlynur Palmason crea una odisea sin retorno. Esta es una historia más sobre una pasión, una vía crucis que más allá de ultimar te humilla, te hace flaquear, te consume. Es un ejemplo en donde la naturaleza triunfa sobre los débiles, sea de físico, mental o de fe.

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