Martin Scorsese luego
de haber realizado un largo catálogo de filmes siempre abarcando una temática
aferrada a la sobrevivencia urbana –sea en Nueva York en tiempos de época o
durante los sórdidos años setenta –, la degradación moral, el sentimiento de
culpa, la redención, la duda humana y demás cuestiones existenciales, estrena
una película en tono de aventuras que tiene como personaje principal a un niño
huérfano rodeado de tuercas y máquinas, soñador, curioso, solitario, cinéfilo. Hugo (2011) es una adaptación al libro
de Brian Selznick, una historia de ficción que se cobija de un fragmento en la
vida real de uno de los directores más importantes en la Historia del Cine.
Scorsese hace un alto a su enfoque filmográfico esta vez para hacer remembranza
a una época lejana sobre una personalidad importante. Es el sentido homenaje
del legado, la conmemoración a una herencia invaluable, oportunidad precisa que
el director no dejará pasar; esta vez es personal.
Hugo trata dramas personales, el de un niño que ha perdido a su padre y el de
un anciano que ha perdido la fe. Hugo Cabret (Asa Butterfield) más que buscar
respuestas, busca maneras de llenar un vacío latente. No existe peor momento
que la infancia para sufrir una tragedia por ser esta tiempo de crianza, de
afecto y convivencia, cuestiones que poco o nada experimenta Hugo. Scorsese
pasó gran parte de su infancia recostado en cama, era un niño muy enfermizo
además de estar aquejado constantemente por el asma. Sus únicos momentos de
vida eran sus días mirando por detrás de su ventana, y fueron los mejores
durante sus visitas al cinematógrafo. Hugo o Scorsese, ambos viendo al mundo
caminar desde su propia ventana (o reloj), ambos prematuros cinéfilos, ambos
soñadores. Hugo es tan personal para
Scorsese como la misma distinción que hace tanto al cine como a George Melies
(Ben Kingsley), un hombre que en su historia está envejecido y amargado,
renegando un pasado glorioso que en su presente es nada más que olvido. Tanto
Hugo como Melies sufren por separado sus propios dramas, sin embargo es el cine
que los une, aquel que fue heredado por un padre ausente o que fue concebido
por sí mismo, los dos soñadores, uno enérgico –la figura del huérfano
dickensiano, soñador y dispuesto a tener aventuras –, el otro frustrado.
El rescate que Hugo le
da a Melies, no es nada más que el gesto de reconocimiento que el director le
brinda tanto al arte como al artista. Hugo
es además una apreciación al invento, el celuloide, este incluso representado a
modo de metáfora en la multiplicidad de engranes, relojes y un robot, producto
que un día inventó el creador de Viaje a
la luna (1902) como alcancía de sus más grandes diseños fílmicos y que
luego se convertiría en la obsesión del pequeño Hugo, un medio de consolación
pero también de creatividad. Si en la realidad George Melies nunca pudo comprar
el invento de los Hermanos Lumiere, esto le sirvió como ánimo para construir su
propia máquina, algo que con los años sería precedente de las primeras
industrias de cine. Por otro lado, como todo homenaje tiene una esencia gozosa,
Hugo es también un género de
aventuras, es la persecución entre el niño y el guardia de la estación de tren.
Son las escenas cómicas empleando una serie de gags, es el cortejo entre el hombre bonachón y la “posible” viuda
(con mascota incluida), es el tipo tímido y la simpática florista. Scorsese
adapta los personajes tipo del cine mudo, reproduciendo o citando clásicas
escenas tales como Safety last (1923)
de Harold Lloyd trepando los brazos de un reloj, escena que más tarde imitaría
el propio Hugo.
Pero como se había
afirmado, si todo homenaje es gozoso, es también hasta cierto momento aburrido.
Hugo al tiempo de converger sus
acciones se torna en ocasiones sobrante, aplazando sus escenas principales por
secundarias como la conversación del guardia con su jefe, los amores de este
mismo o de unos ancianos o la misma aparición de Christopher Lee como un
bibliotecario –aunque por ser Christopher Lee eso está ciento por ciento
perdonado –. Hugo, más que una buena trama, encuentra su
valor a través de la emoción y la nostalgia que se percibe, por ejemplo, cuando
un cohete cae sobre el ojo de la Luna en medio de una sala oscura, una escena
emotiva y con una banda sonora precisa y bien situada; aprecio que dentro de
todo termina por ser un gesto relativo, uno que no necesariamente tiene que ver
con la afición hacia el cine mudo, sino frente a cualquier otra película
perteneciente a un distinto género o época; gesto que conmueve y provoca
asimilar el filme a pesar que en algún momento tuviéramos la tentación de ver
qué hora marcaba el reloj.
¿Por qué decir que
esta es la oportunidad precisa para rendir tributo a un director como George
Melies y de paso hacer memoria sobre lo que nos dejó el cine mudo? Es preciso
mencionar que Martin Scorsese es fundador y director de The Film Foundation, organización evocada a la restauración de
películas para bien de la Historia del Cine, fundación que ha renovado cintas
de Federico Fellini, Luchino Visconti, John Cassavetes, entre otros. Eso
convierte a Scorsese en uno de los directores más pendientes en valorar las
fuentes filmográficas. Es por esto que no es de extrañar que Hugo tratara sobre la preservación
fílmica y el cine mismo, y siendo además el momento preciso para tomar este
tema pues no lleva ni un año que se ha declarado el fin del celuloide, esto a
raíz que la industria digital ha tomado liderazgo en el mercado
cinematográfico, hecho que posiblemente perturbe el lado estético de distintos
cineastas, aunque para el modo de ver de Scorsese significara solo parte de una
“progresión natural”, dicho esto a propósito del estreno de Hugo en 3D, modalidad que adopta como
fin y no como estrategia de mercado. Martin Scorsese intenta recrear lo que el
cine mudo quiso expresar a partir del clásico de los Hermanos Lumiere, Llegada de un tren a La Ciotat (1897), durante
su escena en que Hugo logra sortear los rieles de un tren, y que a nuestra
vista – y con los lentes puestos –, el tren también parece salir de su lugar.
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