En Sideways o Entre copas (2011), hay una escena que el
personaje de Thomas Haden Church brota unas lágrimas increíbles; digo increíble
no por el cuadro conmovedor o el grado de realismo que comunica el actor en su
performance, sino por ser el resultado de una acción inesperada. El director Alexander
Payne narra la historia de un dúo pintoresco que se van a la aventura, una película
con pinceladas cómicas donde ocurren cosas, detalles raros, las acciones son
planas pero también hay momentos hilarantes, y de pronto a esto se le infiltra
una escena dramática, y justo después de haber ocurrido la escena más cómica de
toda la película. Extraño pero cierto, Payne logra armonizar con gran
efectividad las emociones, las gratas y las no gratas sin provocar risas ni
lágrimas alborotadas. Es el punto ciego entre la comedia y el drama, mismo
efecto que logra provocar Los
descendientes (2011).
Matt King (George
Clooney) es un abogado adinerado en el archipiélago de Hawái, y así como él,
otros millonarios visten de camisas florearas, andan en pantalones cortos, no
se peinan y lucen gentilmente sus canas –ojo a esto, Clooney aquí no es Clooney
–. El filme se inicia con voz en off;
un desconcertado King nos cuenta la doble crisis que está enfrentando: su
esposa ha caído repentinamente en un estado de coma y un gran dilema de
negocios lo ha apartado a una encrucijada entre sus socios familiares y,
literalmente, el resto de toda una comunidad. Los descendientes nos cuenta la descuidada relación de un padre
hacia sus dos menores hijas. Es, además, el conflicto moral sobre lo
conveniente para la generación de un hombre de noble familia y lo conveniente
para una sociedad y su propia cultura. Alexander Payne a pesar de hablar sobre
un personaje a punto de colapsar por la situación, su filme no se alberga al
drama o algún derivado. Así como ocurre en A
propósito de Schmidt (2004) o Sideways
–anteriores películas –, el director nos acerca a un género mediano donde el
drama y la comedia se confunden y ninguno prevalece.
Similar a la temática
de Cameron Crowe, aunque con un estilo propio, Payne habla sobre la vida, el
lado trágico de esta, y cómo sus protagonistas encuentran la forma de poder
sobrevivir ante la situación. Matt junto a sus hijas Alexandra (Shailene
Woodley) de 17 años, y Scottie (Amara Miller) de 10 años, son una familia que
afronta una tragedia familiar a su manera. Los momentos dramáticos se aproximan
mediante una multitud de primeros planos –en primera abiertos, luego cerrados
–, esto con la intención de prevalecer la gestualidad, las lágrimas, la
impotencia, los gritos bajo el agua, las miradas al vacío. Es en estos roles
donde se asoma el mejor George Clooney –meditabundo, desagarrado, improvisado,
absurdo –, al igual que el personaje de
Robert Forster, esto a pesar de sus escasas escenas como el suegro de Matt, y
sin duda Shailene Woodley perfilándose como nuevo descubrimiento.
Pero Payne también nos
acerca al lado patético de sus personajes, es el lado cómico de la película, el
comportamiento natural, propio de una persona como Matt que nunca ha pasado por
una situación como esta: el enterarse que su mujer le ha sido infiel cuando
esta gozaba de buena salud, y que ahora –en calidad de convaleciente –es inmune
a sus gritos, pataletas y otros reclamos. Es a partir de este suceso que la
trama enriquece. Los descendientes es
también la búsqueda del “amante anónimo”, el juego detectivesco de una
pandilla de cuatro, incluyendo al torpe pero bienintencionado Sid (Nick Krause)
– personaje secundario pero fundamental –, que se van desplazando de un lado a
otro sin un claro motivo. Payne crea personajes que peregrinan, bien a un
viñedo o a una isla vecina, una estadía hacia un lugar donde más que buscar
respuestas, estas llegan por sí mismas. Un viaje necesario para Matt,
vulnerable ante una crisis que el camino y su geografía logran apaciguar.
Los descendientes es ingeniosa por ese efecto bipolar que se va sorteando
entre lo cómico y dramático. En el filme no existen las ganas de llorar o
carcajear, la atmósfera se apega más a lo ridículo o lo absurdo, es un punto de
vista real con personas reales que reaccionan de la forma más real, sea
riéndose en un momento en que no deben o gritándole a alguien que no muestra
signos de vida. El soundtrack bien ajustado a las situaciones, no existen tonos
de nostalgia o algarabía, es la música que uno esperaría a escuchar por ejemplo
dentro de un ascensor en Hawái; expresiva y muy local. Sí George Clooney ganará
en esta oportunidad su segundo Oscar sería bien merecido, muy a diferencia del
que obtuviera por Syriana (2005), uno
que en lugar de reconocimiento más parecía una mera estrategia de la Academia
por no dejar a alguien como Clooney – en ese certamen postulando a varias
nominaciones – sin ninguna estatuilla. La escena final de Los descendientes es una especie de coda. Es la mirada optimista de
un cuadro familiar, el cierre que concluye sobre lo mejor que se puede obtener
de una tragedia familiar. Y sí, el asunto del negocio se torna secundario en el
camino.
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