Nueva
proeza de Charlie Kaufman. Él es uno de los guionistas y también directores más
ingeniosos de la actualidad. Su no tan merecido reconocimiento, posiblemente,
se debe a que a diferencia de otros autores, Kaufman siempre se inclina a
reincidir en su universo personal, siempre extravagante, hasta cierto punto
hermético. Pienso en el final (2020)
es en definitiva su película más difícil. Ahora, esto no quiere decir
impenetrable. Existen pues directores que creo valen la pena seguirlos de
manera cronológica, y este es uno de ellos. Pienso en el inicio. Kaufman junto
con Spike Jonze y luego en Eterno
resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Son sus autorías como
guionista más exquisitas. El futuro director ya había invocado una serie de
tópicos a su creación que se convertirían también en puntos referenciales para
su filmografía. Temas como la memoria, la frustración personal, el fracaso
–íntimo o artístico–, la apología al yo, la vejez y la muerte. Su cine tiene una
alta dosis de conflictos introspectivos, siempre desde una mirada en primera
persona. Los personajes de Kaufman son paradójicos. Ellos están obsesionados
con visionar un futuro desalentador, pero también son unos nostálgicos
empedernidos. Es decir, están amarrados a su pasado y fantasean con su final –o
el olvido de su pasado–. Eso los despega de su presente.
En
la nueva película de Kaufman, Lucy (Jessie Buckley) viaja por primera vez junto
con su novio Jake (Jesse Plemons). Ellos irán a visitar la granja de los padres
de él. Esto origina un estado de melancolía en la joven. ¿O es que siempre fue
melancólica? Ella piensa en el final. El primer viaje juntos para conocer a los
padres de él es el indicador de que Jake se ha convertido en alguien importante
en su vida. Muy a pesar, ella piensa en el final de su relación, el día en que
todo terminará. Lo cierto es que eso no la deprime. Es lo que es y tiene que
suceder; dice. Como todos los protagonistas de Kaufman, Lucy abraza la
melancolía al pensar en la consumación. En la carretera camino a la granja, el
paisaje, la nieve y la música añeja no hacen más que alentar su pesadumbre que
la mantiene ensimismada, estado emocional que siempre será suspendido por Jake.
La voz del novio interrumpirá una y otra vez los pensamientos de Lucy. Es como
si fuera la voz de su conciencia. ¿O tal vez lo sea? Pienso en el final es otra película en donde un personaje se
reconoce en otros personajes. Lucy dice que Jake le gusta mucho porque la
escucha, porque no es académico, pero es curioso por naturaleza. En síntesis, a
Lucy le gusta Jake porque se parece a ella.
A
partir de aquí se va perfilando ese culto al yo. Los personajes de Kaufman son
ególatras. Lo es John Malkovich en Being John Malkovich (1999) quien ama ser John Malkovich, así como el Philip
Seymour Hoffman de Synecdoche, New York
(2008) jugando a ser un director de teatro que desea crear una puesta que lo
inmortalice, o el protagonista de Anomalisa
(2015) que no deja de pensar en sí mismo cada que se relaciona con alguien.
Lucy no deja de pensar en ella y en el final, que es su final, a pesar de que
Jake se esfuerza por “entretenerla” –o prepararla– en el camino a la casa de
sus padres. Ella disfruta de su abstracción, sin embargo, valora las atenciones
de Jake. Ella cree que su novio es tierno, como cuando se interesa en el poema
inédito que ella escribió. Jake le pide lo recite. Lucy dice que no, pero solo
finge. Ella recita. Ella y su ego. El poema habla sobre lo terrible que es retornar
a casa, la presión de enfrentarte nuevamente con los que te has criado y
observas cómo has envejecido. “Es como si hablara de mí”; dice Jake. Lucy
pensará que es lindo que Jake piense y sienta como ella. Pero el hecho es que,
literal, el poema habla sobre Jake. Está sucediendo: es el hijo que regresa a
casa, un acto odioso, terrible, pero, a fin de cuentas, una necesidad de
retornar. Lucy y Jake son los mismos.
Pienso en el
final es una historia que da la
impresión que estamos tratando con una pareja que comparte ese sentimiento de
nostalgia frente al pasado, algo doloroso y que no quieren dejar ir, un pasado
al que siempre retornan por muy incómodo o traumático que haya sido. Pero ese
es solo una lectura. Pueda que también sea el de una joven observándose a sí
misma. Es su ego, su mente, la que le juega mal, la que le hace verse en el
rostro o en la vida de cada persona que se le cruza. Y, por qué no, viceversa.
Pueda que también sea la historia de un joven que no deja de verse así mismo en
el rostro de su pareja. Antes que Jake dijera que se sentía identificado con el
poema de Lucy, citaba a un poema de William Wordsworth con el que también se
sentía identificado. Jake es un ególatra. Y el resto de la película parece
girar en torno a su vida o lo que será, quien sabe, como conserje de su
colegio. Otra vez, siempre retornamos a ese lugar que nos provocó dolores, y
Jake lo hace. Recorre kilómetros para botar en un depósito de basura de su excolegio
un helado que no comerá. Y es seguro que en un futuro retornará otra vez y
espiará a los alumnos practicar el melancólico musical de Oklahoma!, porque tanto a él como al conserje les gusta ese
musical, pues melancolía les sobreviene.
Pero
no nos olvidemos de Lucy, quien se reconoce en una fotografía pegada en el muro
de la casa de infancia de Jake. Coincidencia o apropiación; sea lo que sea,
Kaufman converge a todos estos personajes –o los pone a alucinar–, a fin de dar
sostén a ese goce de naturaleza sádica en donde la memoria es una suerte de
cruz que está por todas partes, en donde menos lo imaginas. Lucy y Jake ven sus
recuerdos por todas partes, y les duele, pero ellos van hacia estos. Y, en
paralelo, no dejan de imaginarse su futuro, ellos languideciendo, imaginando
sus finales, el de sus padres o el de los padres de su pareja, que bien
llegaría a ser lo mismo. Existe la posibilidad que mucho de lo que sucede en la
granja de los padres de Jake no aconteció, y solo fue Lucy/Jake pensando, imaginándose
el final de los dueños de casa. A veces los vemos rejuvenecidos. Pueda que sea
la reminiscencia de Jake como también un invento de Lucy, invento que por
cierto no se aleja de su propia biografía. Tomemos en cuenta que Lucy y Jake
parecen ser conscientes que tienen mucho en común. Son apenas seis semanas que
ellos están juntos, pero Lucy se atreve a afirmar que siente como si hubiera
estado con él toda una vida.
A
Kaufman le atrae duplicar biografías. Antes ya lo ha hecho de manera física, a
propósito de la multiplicación de rostros en Being John Malkovich y en Anomalisa.
En Pienso en ti, hay una duplicación
de memorias. Vemos a personajes “infiltrándose” en los espacios del otro: Lucy
en la casa de Jake, Jake en el trabajo de un conserje. Muy a pesar, estos
infiltrados encuentran pertenencias dentro de estos espacios ajenos,
pertenencias tanto personales como físicas. Lucy ve su foto en la granja de los
papás de Jake, Jake tiene un sarpullido similar al que tiene la cajera gentil
en la heladería, y por alguna razón las camisetas del viejo conserje se lavan
en el sótano de la antigua casa de Jake. Es una película que tiene muchas
piezas esparcidas que no son gratuitas. Charlie Kaufman le da un sentido al
alrededor absurdo de estos personajes tan frustrados como los protagonistas del
cine de John Cassavetes. Tiene algo de ese sentimiento antinaturalista de
Robert Bresson. Qué es sino la belleza triste de una nevada en plena carretera
o la muerte lenta de unos cerdos en una granja. Jake dice: “No todo es lindo en
una granja”. Y pienso en Al azar
Balthazar (1966). Pienso en ti es “pienso en mi” y también la repetición de “siento que…ya
lo viví…nadie ve mis cosas buenas…”. Es una gran película, correcto diseño
artístico, fotografía y un espectacular elenco. Todas las actuaciones son
buenas, sin excepción.
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