Una de las mejores óperas primas
de este año. James Vaughan realiza de esas historias que tienen una apariencia
de que muchas de sus situaciones son producto de la improvisación, pero lo
cierto es que se percibe eso dado que muchos de sus protagonistas son
esencialmente improvisados. Friends and Strangers (2021) inicia con el encuentro
casual en plena vía pública de una pareja que ya se conocía de lejos. Es de esa
manera cómo empieza este relato en donde personajes “desconocidos” coinciden,
hablan, pasan el rato fruto del azar, y que en el trayecto descubrirán que hay
un vínculo que los une, sea amical, familiar o, en su mayoría de veces,
simplemente un vínculo personal. Es una película sobre personas relacionándose
de manera transitoria. Son encuentros de paso e incluso no trascendentales,
pues no nos lleva a una búsqueda en concreta. ¿A dónde va la película? Hacia
ninguna parte, y se entiende siendo su protagonista un hombre sin brújula. Ray
(Fergus Wilson) es lo que podría definirse como un slacker contemporáneo.
Él es una especie de vago procedente de una familia acomodada contando con un
trabajo que no le genera molestias. Algo así como su cortina de humo para que
no se den cuenta que sigue siendo dependiente e inmaduro.
Entonces, no es el caso de una
generación indecisa e insegura que hace el esfuerzo por cambiar al no dejar de ser
persuadida por una realidad que va a un ritmo o sensibilidad distinta a la suya.
Estoy pensando en la comunidad que, por ejemplo, retrató el mumblecore
en numerosas películas, tales como Mutual Appreciation (2005), de Andrew
Bujalski, o Frances Ha (2012), de Noah Baumbach. Son individuos
resistiéndose a formar parte de las filas de un trabajo mediocre o una relación
sin romanticismo, pero eso no evita tengan un remordimiento o gesto por modificar
las cosas, abrirse al mundo. Ese no es el caso de Ray, un ya adulto que parece
ser consciente que es de esa generación que se dejó arrastrar por la corriente
de la irresolución hasta caer en el drenaje —al que observa en silencio en más
de una ocasión— y no tiene ánimo de salir de ahí. Friends and Strangers pone
en primer plano a un colectivo víctima de la desidia y, de paso, una generación
más mayor que ha sido responsable de ese fracaso viviente. No es gratuito que
los centrados y acaudalados de esta historia sean figuras paternas, personas
que disfrutan de la vida viajando sin rumbo, viviendo en sus mansiones o
manejando una camioneta del año, quienes además se quejan de la holgazanería de
sus menores, cuando han sido ellos parte del problema.
Y aquí vamos al punto de gran
interés, reflexivo y comprometido de este filme. Sucede que esta negligencia no
solo ha gestado una camada de inútiles, sucede que estos acaudalados no son tan
conscientes o escrupulosos como lo presumen ante sus descendientes, sucede que
todo ese circuito australiano por donde se desplaza esta sociedad irreflexiva
no siempre fue la ciudad desarrollada que limita con un territorio de descanso
paradisíaco. Ocurre que Vaughan ante nuestras narices nos ha ido dando señas de
que el orden establecido en esa metrópoli fue obtenido gracias a las dinámicas
orientadas por una tradición del exterminio. No existiría esa ciudad ideal de
no ser por las normativas de la erradicación. Ahí está la escena de “no se
puede acampar aquí”, un sótano que ha sido construido sin autorización legal o
incluso los instantes en que vemos rastros de basura terminando en el drenaje,
esa fosa invisible y pútrida de esa comunidad impoluta que no duda en desechar
lo que no le sirve. ¿Qué tan lejos está esa normativa hoy vigente respecto a los
procedimientos colonialistas que datan del siglo XVIII? ¿Es que acaso estamos
ante una sociedad que no ha perdido esas costumbres y ha heredado esas apatías
de los colonizadores británicos?
Friends and Strangers tal vez no sea una película
sobre personas que se encuentran y son amigos y a la vez extraños. Qué tal si
ese lazo de “amigos y extraños” tenga que ver con la relación entre los colonos
y los aborígenes australianos, siendo dos comunidades que habitaron un mismo
espacio, lo que implicaría un vínculo fraternal forzoso dada la convivencia
geográfica, pero que, según dicta la historia, fue negada por los extranjeros,
quienes pasaron de ser amigos a ser extraños y luego impulsadores de una
aniquilación masiva, sea física, cultural como genética. Para más información,
ahí está la película Rabbit-Proof Fence (2002), de Phillip Noyce. Tal
como figura en la dedicatoria final, la película de James Vaughan hace memoria a
dos comunidades originarias del territorio australiano erradicadas por ese sistema
colonialista británico, sociedades hoy ausentes en lo que fue su territorio, invisibilizadas
por esa nueva sociedad al ser reducidos a restos, huesos que se esconden en una
caja de herramientas o monedas extraviadas a la orilla del mar. Muy
significativa esa escena del irreflexivo Ray hallando esa moneda que por una
cara tiene la figura de canguros y por la otra el rostro de Elizabeth II. Friends and Strangers hace sátira de
una sociedad sin memoria que pisa sobre la historia sin percibirla, hace
tributos a emblemas nacionales que sus antepasados un día decidieron cazar, a
pesar de que todavía se sienten orgullosos de esa herencia colonial.
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