Una divergencia me suscita la
última película de Clint Eastwood, ambivalencia de valoraciones que
anteriormente me había gestado un filme como Gran Torino (2008). Ésta es
una buena película, sin embargo, no podía pasar por alto diversas convenciones
muy propio del cine del director. Su historia parecía una congregación de
clichés, empezando por el personaje interpretado por Eastwood haciéndola de
pistolero retirado. Estaba también esta caricatura de familia de
asiáticos, el modo cómo se representaban las pandillas de la zona, los diálogos
tan familiares que se oían tan naturales en el veterano actor y tan forzados por
el elenco juvenil que, en serio, parecía haberse saltado una dirección de casting.
Eso último era lo que, a mi vista, ponía en más desventaja a Gran Torino.
Muy a pesar, había mucha humanidad en la dialéctica —sobre todo emotiva— que
surgía entre esos dos mundos o generaciones distintas. Ese choque es lo que hoy
en día la juventud llamaría como un crossover: el mundo de la vieja
escuela y la novata en un mismo escenario. No solo porque es lo viejo y lo
joven, sino también porque es la experiencia y la que aprende de esa misma.
Pero insisto en lo dialéctico. Es una historia en donde el viejo también
aprende del joven. La definición dramática me resulta un accesorio. Lo que vale
de Gran Torino son las incidencias, esos pequeños desencuentros, entre
cómicos y cálidos.
Entonces, logro percibir mismos
pro y contras en Cry Macho (2021), solo que aquí esas bondades son más
débiles y los defectos son casi superlativos. En las últimas décadas, los
personajes añejos de Eastwood son equivalentes a dispensadores de valores que
los jóvenes no han adoptado o correctores de conceptos de la vida que los
mismos muchachos han malinterpretado. Estos hombres maduros no son más los
héroes del escenario. En su lugar, los vemos reconocer su decadencia o la
cercanía de su ocaso, piensan en sus antecedentes y toda esa vivencia que los perfiló
como sujetos defectuosos hasta el punto de estancarlos. Es dentro de esta etapa
que observan una motivación, un lazo para salir del hoyo y resarcirse anímicamente.
Hay una disposición por redimirse. Y aquí es importante la figura de la
juventud. Es a propósito de las generaciones más tempranas que estos viejos se ven
estimulados a gestionar un cambio que logre impactar en esos desconocidos descarriados,
huérfanos, criados entre los prejuicios y la hostilidad. Tómese como ejemplos A
Perfect World (1993), Million Dollar Baby (2004), Invictus (2009),
La mula (2018) y, obviamente, Cry Macho (2021). Mike Milo,
protagonizado por el director nonagenario, es el criador de caballos retirado
que se convierte en guía de un adolescente a partir de una sabiduría acumulada.
Cry Macho luce como el viejo rescatando al
joven, pero hay más bien una mutua salvación. Dos generaciones interactúan y se
reforman. Es un gesto humano tomando en cuenta que dicha iniciativa es
puramente desinteresada. Estamos hablando de un filme moralista con mucho
aprendizaje en el trayecto. Una road movie es una zona de conforte para Eastwood.
La ruta y la convivencia provisoria se convierte en método que para que dos
personas reconozcan sus valores y falencias a lo largo del camino.
Definitivamente, el modo de instrucción del director es muy tradicional. Claro
que eso no convierte a las películas de Eastwood en retratos cerrados con la coyuntura
o intereses en tendencia. En La mula, ya veíamos a un abuelo cool
que bailaba música urbana y reconocía con humor las libertades de expresión. Se
repetía riéndose para sus afueras: “Puedo aceptarlo”. Es el equivalente a un político
ganándose al elector juvenil; forzado dentro de tanto progresismo. En tanto, Cry
Macho, desde su título, ya anuncia un nuevo intento por derrumbar poco a
poco ese halo conservador de su cine. “El ser macho está sobrevalorado”; le
dice al niño mitad yanque y mitad mexicano —una alianza malévola del patriarcado—.
Y así camina esta película. El anciano y el adolescente “lloran” en el camino,
ellos dejan de fingir una dureza impostada y se franquean con llevar una vida en
compañía de alguien que los ame. Es eso. Hasta el gallo que deja de pelear se
libra de esa representación de lo macho y su nombre deja de tener sentido.
Pero, todo eso es cliché. Ya ha
sido visto. Y pues molesta esa impostación del elenco mexicano sacado también
de una caricatura o telenovela versionada por los gringos. Aquí incluso no
funciona la construcción de los vínculos humanos. Es la mayoría tan básico,
casi un telefilme aleccionador, mediadamente dramático y cómico. Muy a pesar, Cry
Macho provoca algo que no había sucedido con tal vitalidad en otra película
de Eastwood. Esta despierta afición y un estremecimiento ante un punto que curiosamente
escapa de su propia historia. Me atrevo a entenderla como un cine dentro del
cine. Mike Milo no es un simple mortal que imparte valores. Este es la
condensación de toda una representación o sabiduría fílmica. Mike Milo es
evidencia de la resistencia de un personaje tipo que ha trascendido y se ha
regenerado a lo largo de décadas. Por otro lado, no comparto el nivel de algarabía
de ver a un director de su edad dirigiendo, produciendo, protagonizando, etc. Claro
que sí, es una proeza, sin embargo, meramente anecdótica. Pero ver de perfil la
figura de Clint Eastwood —ya no a la representación ficticia, sino la real—, seguido
por un travelling también es poderosamente sugestiva. El contraste entre
la vida que se mueve a un ritmo distinto a su andar lánguido y encorvado
entusiasma y a la vez conmueve. Es una divergencia puramente cinéfila que,
obviamente, pasa por alto esas redundancias ya mencionadas. Siento que de aquí
en adelante será casi un evento ver al veterano en acción, y es que existe una
afición innata del espectador por presenciar la culminación de algo. Es ver al
tiempo en acción.
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