miércoles, 26 de agosto de 2020

24 Festival de Lima: La restauración (Competencia Ficción)

Aseguraría que al cine peruano comercial le haría bien esta línea de películas al no subestimar al espectador a propósito de su historia aparentemente original que además no carece de un trasfondo reflexivo, tanto social o ético, claro, sin ser aleccionador, sino sugerente, aunque sucede que no deja de incomodar que la ópera prima de Alonso Llosa esté poseído por una personalidad pesimista que la orienta a un discurso pasadista. La restauración (2020) tiene como protagonista a Tato (Paul Vega), que por mucho carisma que tenga es una paria social que comienza a difundir la idea que el Perú es al consumo de la cocaína y vocifera que todo está mal sin verse al espejo. Mucho de Tato me recuerda al resentimiento social que parte del cine peruano explotó durante la década de los noventa. Es decir, no estamos tratando con un mártir de la moralidad, sino con alguien que, además de estar engatusado al polvo y la desidia, descubre un perfil hipócrita al “vender” su alma a un bando que él mismo describía con desdén.

Lo cierto es que La restauración no presenta las evidencias de que estamos tratando con un personaje netamente miserable. O al menos eso es lo que trasmite la comedia y los otros personajes que le acompañan a emprender un montaje. Tato ha decidido hacer caso a unos inversionistas inmobiliarios y poner en venta la anticuada propiedad de su familia, una de las pocas que sobrevive en un distrito residencial que experimenta el boom inmobiliario en la capital limeña. El reto es hacerlo sin que la madre postrada se percate de la venta y posterior desalojo de su propia casa. El emprender este plan es para Tato un acto de egoísmo, mientras que para los fieles empleados del hogar de la señora es un acto de compasión. Dicho esto, algo nos dice que la presencia de estos nobles personajes hará frente a la amoralidad que extiende el hijo cincuentón. Es decir, tal vez el destino de este protagonista no es la creciente de sus defectos, sino su encuentro con un acto de redención.

Los acontecimientos van por esa vía. La película de Alonso Llosa no encausa al camino fácil ni tampoco fabrica un forzado happy ending. Se diría que la resolución de la historia de Tato está a la medida de sus hechos y defectos. No hay ni final feliz ni triste. Es un final con las consecuencias merecidas y que, de paso, no extravía ese trasfondo que diferencia a esta película de otras comedias comerciales peruanas. La restauración al hacer un vistazo al boom inmobiliario, esa corriente en principio odiada por el protagonista, adjunta además a las consecuencias y sentimientos que han provocado un cambio en la sociedad limeña enriquecida. Mientras que en los Andes directores están reflexionando sobre el fin de una era, el abandonar los ámbitos rurales para asistir a la ciudad, en esta Lima vemos el fin de un estrato social. La casa maltrecha de una mujer agotando sus últimos días, madre de un hijo sin futuro, es la evidencia del último respiro de la antigua sociedad rica limeña, la que ha sido desplazada por una sociedad de inversionistas. De igual forma que en los Andes, vemos a los hijos emigrando hacia donde el negocio está.

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