Desde que se asoman los primeros créditos, no puedo dejar de relacionar a la película de Carlos Moreno con los filmes de Guy Ritchie, un cine que también inicia sus historias en la mesa de algún mafioso o individuo poniendo al tanto a alguno sobre un golpe o venganza. El presentimiento no me falla. Lavaperros (2020), en efecto, se introduce a un mundo criminal, en este caso, colombiano. Las fantasías de Pablo Escobar y el narcotráfico en ese país resuenan. El relato nos presenta a personajes escabulléndose o buscando al enemigo, a secuaces vigilando por un lado y la policía por el otro. Al referirnos a Ritchie, no nos introducimos a una atmósfera dramática o de acción, sino al de una comedia negra. Moreno, al igual que el director británico, asume ese perfil cómico que no deviene necesariamente de los hechos, sino de la caricaturización de estos estereotipos de la criminalidad que se han visto una y otra vez en las inmediaciones de la cultura popular.
Lavaperros trata sobre la afrente entre dos jefes de la mafia organizada, a propósito de una cuenta económica no saldada. Vemos así más de un protagonista principal, cada uno definiendo su función o propósito de manera individual, pero sin salir del ámbito principal. Esto último la aparta de definirla como una película de historias cruzadas, pues los personajes no pierden la ruta de los otros. Es mediante esta norma que la historia descubre el polvorín que definirá los destinos de cada uno, ese elemento que al desaparecer descubrirá los verdaderos rostros y motivaciones de los personajes. Es de esas historias de “nadie sabe para quién trabaja”. Nuevamente, Ritchie. Lo cierto es que Carlos Moreno no tiene la producción ni la ambición de crear todo un circuito de enredos y desencuentros, gesto que por momentos ralentiza el ritmo de la acción y no promueve gran resolución de los hechos.
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