El documental de Marcos Pimentel resulta ser vaticinio fílmico de la inauguración del gobierno de Jair Bolsonaro. Mientras se comienza a producir este filme que adjunta demandas y hace llamados de urgencia sobre cómo ciertos bandos religiosos han alimentado las posturas conservadoras dentro de las esferas de las favelas brasileras, el político se encontraba emprendiendo su campaña ultraconservadora rumbo a la presidencia, aprobando las torturas –aludiendo específicamente al caso de la entonces depuesta presidenta Dilma Rousseff– durante el escenario de la dictadura o reconociendo a la coacción militar como estrategia política; siempre respaldado por una religión oficial que desestima la idea de un Estado laico. Fé e fúria (2019) relaciona la militancia religiosa con la militancia armada. Existe pues una atmósfera de la represión religiosa dentro del contexto en cuestión, desfogue comandado en su mayoría por los grupos evangélicos, los cuales se han visto sostenidos por los bloques del poder económico, político e incluso delincuencial. En consecuencia, en los suburbios brasileros se han levantado trincheras, filas de militantes, toques de queda, encargados de cohibir, censurar y aniquilar mediante la intimidación y la violencia a las otras religiones. Es básicamente el panorama o uno de los trampolines con que la política del actual gobierno ha logrado inscribirse como el poder hegemónico.
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