La nueva
película de Henry Vallejo parece un filme de sobrevivencia, pero no
representado bajo las convenciones que refieren a ese tópico que de inmediato nos
asocia al cine de aventura o acción, en donde el humano está expuesto a la
naturaleza que revela trampas meteorológicas, animales indómitos, y además es
carente de cualquier tecnología o comodidad que provee la “civilización”. En su
lugar, lo salvaje, los cambios intempestivos de clima y otros retos se traducen
bajo los códigos de la urbanidad, espacio que aparenta ser un lugar
privilegiado respecto a esos territorios no céntricos, o al menos así lo asume
el protagonista de esta historia. En Manco
Cápac (2020), tenemos a un joven, una suerte de aventurero, insertándose
bajo propia convicción a un espacio que para él es territorio virgen; es decir,
que desconoce de sus leyes y normativas. Muy pronto, sufrirá un naufragio en esa
ciudad puneña, y entonces se inaugura su enfrentamiento y reconocimiento
territorial en solitario. Nuevamente, parece un filme de sobrevivencia, pero no
lo es, porque aquí el martirio no existe.
Me pongo a pensar en Cast Away (2000), Life of Pi (2012), la filmografía de
Peter Weir o de Werner Herzog, películas que manifiestan a personas padeciendo
en territorio ajeno, algunas sobreviviendo al extravío, pero no sin antes haber
pasado por un calvario, una cadena de secuencias en donde la convalecencia es inminente.
Esto es un mito en Manco Cápac.
Sabemos que su protagonista no tiene techo dónde dormir, cobija con la qué
cubrirse o pan para morder, sin embargo, el director se niega a expresar esas
situaciones. No es como El signo de Leo
(1962), gran película de Eric Rohmer, pero que perturba el suplicio por el que
transita su protagonista. Casos similares, aunque socialmente comprometidos,
son la española Surcos (1951), la
estadounidense Cowboy de medianoche (1969)
o la japonesa Nadie sabe (2004), filmes
que revitalizan los escenarios y situaciones miserables con el fin de inquietar
al espectador para asegurar una reacción en pos de una crítica social, respecto
al abandono público y el egoísmo urbano. Claro que la película de Vallejo
también infiere eso, aunque por encima está su compromiso a revalorar a su
protagonista.
Manco
Cápac escapa
de cualquier efecto dramático. Y es que cada que pretendemos conmovernos por
este personaje de postura tímida e inocente –a continuación, un prejuicio–,
digno de ser auxiliado, este joven juega sus cartas, encuentra la solución a su
carencia o, simplemente, decide no retorcerse ante la situación que lo
desventaja, porque él sabe que esto es solo momentáneo. No se le ve mordiendo
el polvo ni tiene deseos de rogar, inclinarse o escupir al cielo. Esto va más
allá de la dignidad. El protagonista de esta historia es un merecedor
sobreviviente de cualquier catástrofe que se avecine. Es decir, nadie tiene
derecho a brindarle algún gesto por lástima. A diferencia de la mayoría de
náufragos del mar o de la selva, el personaje de Vallejo no depende de la
suerte. Tal vez sí del buen gesto humano, pero no olvidemos que esto mismo no
viene gratis, sino que también es el efecto de una estrategia, un acto de
persuasión que implica, por ejemplo, al muchacho visitando una y otra vez a la
mujer que un día le ofreció –no le regaló– un plato de comida a una tarifa
mínima. Lo vemos incluso ofreciéndole un presente, posiblemente, anticipándose
a una posible próxima situación en que esté en un nuevo apuro.
Henry Vallejo
desmitifica al estereotipo que deviene desde las épocas de las invasiones
occidentales a América, sobre sujetos ajenos a los rituales sociales
occidentales, que para encontrar su lugar en esa civilización tuvieron que convertirse
en un “buen salvaje”, individuos sumisos dispuestos a ser amaestrados, a ser
mano de obra barata, los esclavos que solventarán al poder económico. Por el
contrario, vemos a un personaje que se niega a ser explotado, pues exige según
sus posibilidades. Dicho esto, no estamos tratando con un revolucionario o
transgresor que pretende cambiar las leyes de esa naturaleza que le resulta
exótica. Pero eso no evita que persiga a sus deudores o que reclame un cambio
monetario correspondiente. Es una persona que está comprometida a conversar sus
principios. No se humilla ni da oportunidad a que lo humillen. A propósito, no
está demás rememorar sus momentos de regateo, un ejercicio que nada tiene que
ver con el fantasma de la miseria. Es solo un acto que propone –no exige– un
trueque equitativo. Manco Cápac tiene
un final memorable. La prueba irrefutable de un personaje obstinado, ingenioso
y trabajador, un conquistador de tierras ajenas que nunca aguardó a que le
llegara la suerte.
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