El cine nos ha enseñado que el encierro es un estimulante de la crisis. Desde Ingmar Bergman hasta John Carpenter, nos han mostrado historias en donde el refugio o alejarnos del resto conlleva la exteriorización y convivencia con fantasmas y monstruos que siempre compartieron nuestro mundo. Algunas bestias (2019) relata la estadía provisional a una isla ubicada al sur de Chile de una familia joven junto a los suegros, los padres de Ana (Millaray Lobos). Incluso antes que aconteciera una insólita “desaparición”, las bestias ya se veían manifiestas. Esta no es una película alineada a lo sobrenatural ni tampoco que se reduce a una crisis familiar. Aquí los personajes parecen emular las dinámicas sociales chilenas. Al igual que en Parasite (2019), vemos a clanes respondiendo a una postura moral y social que no han concientizado, y arremeten su desencanto o furia hacia la sociedad misma a propósito del comportamiento del “otro”, ese sujeto contrario a su círculo, que bien los retrasa o los margina. El director Jorge Riquelme, así como el filme de Bong Joon-ho, retrata un desencuentro entre las clases sociales en donde el espacio es simbólico, y se convierte en cómplice y testigo de un enfrentamiento social.
sábado, 22 de agosto de 2020
24 Festival de Lima: Algunas bestias (Competencia Ficción)
Ahora, lo cierto es que esta
película chilena prefiere inclinarse a la representación dramática que transita
hacia el estado de delirio. A medida que la historia va manifestando los roces
entre los familiares, se van disponiendo ciertas intrigas, sospechas que
sugieren un perfil falso de los personajes. Ello tiene que ver con los
comportamientos y dinámicas que estos adoptan en su cotidiano para fines de
sobrevivencia o preservación de sus intereses. Gran parte del conflicto de Algunas bestias tiene que ver con el
distanciamiento de clases que, obviamente, alude al poder económico que
representa, por un lado, los suegros, dueños de terrenos de algarrobos, y, por
otro lado, Alejandro (Gastón Salgado), el esposo de Ana, un hombre con antecedentes
humildes o simplemente de un nivel inferior a opinión de los suegros. Pero no
dejemos de lado la mecha encendida que desata la efervescencia de
personalidades. Estos dos bandos, curiosamente, serán entrampados por un
personaje muy secundario, el que, posiblemente, haya sido el único rastro de
decencia en esa isla. Se diría que este personaje es el equivalente al hombre
que vivía en el subsuelo de la mansión de los Park en Parasite. La diferencia es que este hombre se niega a ser un servil
de las clases superiores.
Es a propósito de una
humillación –sin contar una difamación– que este personaje, tal vez,
conscientemente, decide dar una lección a estas personas. Es la venganza del
último escalón social. La ausencia del servilismo termina por definir la idea de
que la película es una representación del orden social chileno, el del poder
hegemónico funcionando en base a los servicios del más inferior, bloque al que,
irónicamente, no dudan en degradar. Algunas
bestias define a una sociedad hipócrita, tal como menciona uno de los
protagonistas, solo que sin saber que este también asume esa conducta.
Hipocresía cuando acusas únicamente cuando el individuo no pertenece a su
círculo social, hipocresía cuando se tapa los defectos de un trato, hipocresía
cuando ocultas la desazón hacia tu familiar, sea sanguíneo o político, algo que,
por ejemplo, alimentó la desidia de la hija y el rencor del yerno hacia sus
suegros. Algunas bestias es atractiva
por esas expresiones, las que incluyen también el espacio, el clima frío e intempestivo,
que lucen ser una expresión del estado apático de los personajes. El hecho es
que la resolución hacia dónde se dirige esta película es lo que decepciona. La
historia desciende a lo pueril y gráfico cuando muy bien el discurso sugerente
ya lo había antepuesto. Si pienso en Blanco
en blanco (2019), otra película chilena reciente, diría que el cine chileno
está inspirado en expurgar sus fantasmas de la manera más infame.
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