En su documental, Fumito Fujikawa decide convivir con una familia afincada en una zona rural y desértica de la zona montañosa de Arequipa. Su propósito no tiene más interés que el de acercarnos a la cotidianidad de estas personas dedicadas al pastoreo y crianza de animales. Supa Layme (2020) no fabrica dramas ni trasfondo social, incluso cuando los antecedentes o situación de sus personajes bien podrían calificar para dichas perspectivas. El contenido del filme de Fujikawa no promueve reflexión o concientización sobre la existencia de estas personas. Es decir, no estamos tratando con un registro que implique un deseo por conmover al espectador ni mucho menos estimular algún gesto compasivo frente al modesto estilo de vida de esta familia. Se diría más bien que se sugiere todo lo contrario.
miércoles, 23 de septiembre de 2020
1 Lima Alterna: Supa Layme (Competencia Peruana)
Hasta
cierto punto, la mirada franca a los interiores de la casa, los juegos de los
niños, la hora de la comida, el cuidado a los animales, visitas a la escuela y
tantas otras actividades frutos de lo habitual, van creando un lazo afectivo y
armonioso sin siquiera profundizar en la personalidad o motivaciones de cada
uno de sus miembros. Claro que hay evidencia de esto, pero es apenas una
muestra superficial, una idea de los deseos de los personajes que bien podrían
evocar a un criterio universal. El hecho es que a pesar de la sobriedad de
información se funda una simpatía con esta realidad. Posiblemente, algo tenga
que ver esa percepción con el vínculo que ha provocado la presencia del
director, a propósito de los instantes en que se convierte en “uno más” del
grupo, solo que siempre manteniéndose tras la cámara y limitando su
participación.
Es
ese resultado lo que hace de Supa Layme un
producto especial, al menos dentro de un contexto de producciones que subrayan
todo lo que implica cuando se refiere a personas apartadas del mundo, casi
siempre efectos negativos que terminan en una lección sobre las políticas de la
sostenibilidad. Fumito Fujikawa evade esas preocupaciones, además de los
prejuicios, y simplemente se sienta a contemplar sin la rigurosidad de un
etnógrafo o el deseo de maquillar la estética del ámbito natural –que
equivaldría a graficar una fantasía sobre lo rural –, no preocupándose también
de esa normativa que exige al documentalista no cruzar la frontera de la
intromisión, algo que simplemente no hubiera más que colaborado en la
restricción de la humanidad que posee su filme.
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