Curiosamente, es justo la secuencia menos trascendental la que resulta siendo la más significativa o la que servirá como base para argumentar la verdadera motivación del director hacia su última película. Esperaré aquí hasta oír mi nombre (2021) presenta como premisa el viaje de una compañía teatral a una comunidad andina con el fin de nutrir o reorientar el valor testimonial de una de sus obras. Serán pues los pobladores de aquella zona quienes juzguen el argumento y representación de dicha puesta que se inspira en los acontecimientos durante la época del terrorismo en el interior del Perú, escenario vivido por esa misma comunidad. Pueda que sea la primera visita del elenco teatral al lugar, pero para el director Héctor Gálvez es un retorno, y no físico, sino mental y emocional. El director peruano desde su documental Lucanamarca (2008) ha creado un vínculo con el luto de las zonas que han sido golpeadas por esa violencia. Su misma película NN (2014), en palabras de Gálvez, fue un acto de depuración, una necesidad de contar esa otra clase de testimonios captados durante su temporada en Ayacucho y que no pudo canalizar en sus anteriores trabajos. Su último documental, en tanto, resulta ser un nuevo gesto por depurar rezagos de esa experiencia.
miércoles, 25 de agosto de 2021
25 Festival de Lima: Esperaré aquí hasta oír mi nombre (Competencia Documental)
Pero volvamos a esta secuencia un
tanto intrusa del filme. Un adolescente curioso del oficio teatral ejercido por
los visitantes es entrevistado por Gálvez. Se manifiesta así un diálogo un
tanto forzado. De alargarse más esa situación, podría interpretarse que el
director ha extraviado la ruta de su proyecto fílmico. Más que complementar,
dicha secuencia se percibe como un punto de reposo o anecdótico; un anexo.
Claro que no deja de ser curioso el cuestionario que Gálvez ejerce. Ya
concluido el encuentro, se revela la intención de la entrevista y, de paso, de
la película. Es el único instante en que escucharemos la voz en off del
director. En efecto, este menciona que interrogaba o hasta persuadía a su comentador
con el fin de socavar respuestas que hurgasen a la memoria, esa memoria trágica
perteneciente a las comunidades andinas y que el director se siente parte. ¿Los
pobladores todavía remueven esos malos recuerdos o somos “nosotros” quienes se
lo recordamos? ¿Sus jóvenes han heredado ese dolor? ¿Hay aún más por hablar al
respecto? ¿Tengo más que hablar al respecto? Son tal vez preguntas que surtía
Gálvez camino a la comunidad o frente a su joven entrevistado. Esperaré aquí
hasta oír mi nombre, así como NN, es un deseo por seguir comunicando
sobre el tema en cuestión, solo que aquí se suma un deseo por superarlo.
Es después de esto que la obra
teatral pasa de convertirse en premisa a excusa para el documental. Por un
momento, Gálvez siente un remordimiento por pecar de egoísmo. ¿Qué es sino un
documentalista o un director de ficción? Un obsesionado con un tema o una
historia. Tantos directores luego de finalizar una película han mencionado que
había más por contar. Estamos hablando de un oficio que se tarda en superar —o
tal vez nunca lo hace— esas relaciones en la que se entabló un vínculo
emocional. Un tema ajeno, de pronto, lo convierten en algo personal. Y qué
decir de los que desde un principio se sintieron parte del “problema”. Ahí
están Claude Lanzmann u Oliver Stone, quienes nunca superaron o superarán el
Holocausto o la Guerra de Vietnam; respectivamente. Lo de Gálvez es un síntoma
artístico, es un sentimiento que, por muy frívolo que suene, es parte de la
activación creativa. Claro que a eso sumamos el valor humano, la conciencia
histórica, la empatía hacia una fracción social frágil y olvidada. Esperaré
aquí hasta oír mi nombre es el producto de todas esas experiencias. No es
de extrañar que luego de esa confesión, no más será el centro la obra teatral,
y entonces veremos que el director había coincidido con una nueva exhumación.
Parece repetirse Lucanamarca, y tal vez de ahí salgan nuevas notas de
pie o un nuevo NN. No sería extraño que Héctor Gálvez retorne al tema en
un siguiente filme, porque la creación artística es a veces eso: cíclica, pero
a su vez una renovación en donde emergen nuevos argumentos.
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