Muy atractivo filme que se apropia de la dialéctica académica para crear una experiencia divertida sin degradar su valor instructivo. Heinz Emigholz realiza una serie de situaciones extravagantes con el fin de dialogar temas milenarios, pero que hasta el día de hoy gestan efusividad, debate, divergencias y sobretodo muchos complejos. Dicho esto, The last city (2020) es una película dispuesta a desmitificar puntos de vista sobre diversos temas, incluyendo la idea de que el contenido filosófico tenga que ser necesariamente orientado a un terreno tradicional, limitado a una metodología puramente pedagógica. En su lugar, Emigholz orienta la disertación metafísica a la sátira y el absurdo a partir de un formato del sketch. No hay una historia principal, aunque sí un punto de partida. Un hombre (Jonathan Perel) dice haber soñado con una ciudad en constante cambio, en donde los roles y lenguas de los residentes también cambiaban constantemente. Ese es básicamente el resumen de esta película. A cada conversación afilada por una disertación filosófica o científica, vemos al escenario de fondo cambiar. En tanto, los que protagonizaron un rol asumirán uno distinto en una siguiente secuencia y en casos adoptarán un idioma distinto.
jueves, 26 de noviembre de 2020
35 Festival de Mar del Plata: Die letzte stadt (Panorama Autores)
The last city
gesta una realidad irracional para recrear conversaciones que no son para nada
irracionales. Desde esa perspectiva, la dirección va asentando sus bases y
reglas con humor. Observamos un modo de registro esforzándose por provocar una visión
extraña mediante la redundancia de planos inclinados. Solo falta la música de
fondo de “La dimensión desconocida” para retraernos a un mundo ficcional. Pero,
claro, como toda ficción, mucho de lo que sucede se refiere a lo real. Es
decir; por muy inclinado que esté el plano o seamos testigos de esos efectos
que van contra las leyes de la física y la coherencia, percibiremos una senda verosímil
o racional, y esto debido a los diálogos que emergen de los temas de
conversación. Por muy raro que sea observar la tranquilidad de una madre
asumiendo la relación homosexual e incestuosa de sus hijos varones como un
hecho idílico, el intercambio de ideas que se van difundiendo en este memorable
extracto nos obliga a suspender nuestros prejuicios y simplemente estar
abiertos a atender. Esto se denomina persuasión, traducido también como
verosimilitud, eso que hace de un relato fílmico “creíble”; ello logrado desde
la perorata metafísica que, en este caso, recurre a un sustento histórico.
Lo
curioso es que mucho de esos “sustentos” caen en la red de las falacias, acto
que el mismo filme en algunos momentos no tiene problema en dejar al
descubierto. Son ese tipo de revelaciones las que hace de The last city un ejercicio que no deja de enriquecer su carácter
burlesco, pero que también se abre al cuestionamiento. Lo que se proyecta a lo
largo del filme emula a esa fantasía imaginada de los primeros filósofos
caminando en las orillas de una playa hablando de cualquier cosa que se les
cruce en la mente con el fin de filosofar, lo que implica caer en el error, el
acto fallido, siempre con derecho a la corrección. Es la búsqueda y
ejercitamiento del conocimiento. Heinz Emigholz nos presenta una “aula
académica” que alienta a repensar esos temas que se han movido por el tiempo,
el espacio, dialogados en todos los idiomas y por muchos personajes. Son
tópicos añejos que no han dejado de ser ricos puntos iniciales para evaluar los
juicios universales. Porque eso es The
last city; una performance que intenta cubrir una dinámica universal con
temas universales, en donde ninguna ciudad, lengua o sujeto queda afuera del
debate.
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