viernes, 27 de noviembre de 2020

35 Festival de Mar del Plata: The woman who run (Panorama Autores)

Hablemos de animales. El primer escenario de la última película de Hong Sang-soo, desde cierta perspectiva, parece tener un tufillo animalista. Lo cierto es que este discurso cambia cuando pensamos en base al universo del director surcoreano. Sucede que algo de los animales citados en este extracto nos recuerda a las dinámicas románticas que se desarrollan en su cine. El drama de las relaciones de pareja en el cine de Hong está asociado a lo instintivo. En sus historias vemos a hombres y mujeres dejándose encandilar por lo superficial. Si las reses tienen ojos lindos, los hombres tienen “talento” académico y las mujeres belleza y juventud. Están también los hombres agresivamente persuasivos, los amantes que retornan a sembrar el caos emocional en la mujer, como el gallo que picotea las nucas de las gallinas. Ello no es más que una manifestación del egoísmo innato de los hombres de Hong, el que representa el vecino que prefiere ver morir a un inofensivo gato en favor de aplacar los miedos de su pareja. Hay una paradoja aquí: el hombre que es humano con su esposa, aunque inhumano con los más indefensos. El amor nos vuelve instintivos, parcializa nuestro juicio, nos contradice.

Como en todas las películas de Hong, The Woman who ran (2020) condensa, revisita y refresca los conflictos y personalidades que componen a su cine. En cierta forma, contemplo este relato como una historia de personajes que han “sobrevivido” a esos conflictos. No es un filme con gente borracha tirándose o ventilando sus trapos sucios. Estos incluso comen con moderación y son mansas las peleas románticas que se perciben. Es como si ya hubieran transitado y asimilado –o están en vía de asimilar– esa etapa que ha calado su armonía. Si tomamos en cuenta la escena final, hay un gesto de madurez. Ese optar por retirarse, dejar atrás lo que ya es pasado y mirar el horizonte –así sea desde una pantalla de cine–. Vemos a personas ofreciendo disculpas, otras que se niegan a “pisar el palito” que pudiera complicar su estado emocional. Ahora, eso no implica que todos los personajes estén librados de una próxima fatalidad, la eterna redundancia de repetir los fallos que hizo uno mismo o el otro. Los personajes de Hong, ocasionalmente, cumplen la función de espejos. Somos testigos de cómo los comportamientos y conflictos rebotan en todos los personajes. Lo que hizo uno, el otro lo experimentó en un pasado.

Otro aspecto a atender es que nunca antes había percibido en una película de Hong una fuerte comunión entre las mujeres. De pronto, este reencuentro de la mujer –quien por primera vez en cinco años se separa de su esposo por un trabajo de negocios– con tres amigas, en tres escenarios distintos, crea un panorama idílico de las mujeres tomando vacaciones frente a ese sujeto que les provoca conflictos. Se percibe una suerte de terapia en la comunicación de estas damas, la cual transita de la conversación intrascendente a la más significativa. Se habla del consumo de carne, luego de los planes personales y termina con un encuentro que germinará un diálogo que será punto de cierre emocional para la protagonista. Son instantes de intimidad entre las mujeres, cada una dispuesta apoyarse o reconfortar a la otra, sea cocinándole o asistiéndola en sus momentos de soledad en plena nocturnidad. En tanto, el hombre, su intromisión no hace mas que generar roces, ofuscar, desnivelar esa tranquilidad que solo existe cuando las mujeres se reúnen.

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