Una
pareja de esposos iraníes va a visitar a su hijo a Grecia, pero no hay señal de
este. Es así como se emprende la historia de una búsqueda. Ahora, dicho
conflicto sería el único foco de esta película de no ser porque desde la
primera secuencia hemos percibido otra clase de disputa. Pari (2020) resulta definir una búsqueda que se perfila como
desigual. Mientras que el padre prefiere asumir la ausencia del hijo como un
acto de rebelión, la madre alerta en la ausencia un peligro. En base a ese
juicio, se diferencia qué tan arraigados son los principios tradicionales en el
hombre respecto a la mujer iraní. El director Siamak Etemadi crea un abismo de
razonamientos entre la pareja de esposos a propósito de las normativas
culturales que priman en su país. Al margen de la desaparición del hijo, la
obstinación del padre, quien no deja de pensar en base a sus juicios
conservadores, se convierte también en otro conflicto, una traba que
ciertamente comienza a atrasar la búsqueda.
La
paradoja es que, a pesar de que Pari desde el principio de la película ha sido
víctima de una serie de complejos que devienen de su condición de mujer
vistiendo un hiyab en un país europeo, ella es consciente que las dinámicas conservadoras
de Irán son inconsecuentes dentro de ese territorio poco tradicional, el cual exige
además de un juicio dispuesto a reconocer dichos parámetros. Es consecuencia de
esto que Pari manifiesta una dificultad menor para desenvolverse en este ámbito
ajeno a su país natal. En tanto, su esposo se percibe desorientado. Su solo
desconocimiento del idioma inglés ya se convierte en una barrera, pero es su
obstinación por preservar su tradición lo que resulta ser su verdadera camisa
de fuerza. Si asumimos este derrotero de búsqueda como si se tratase de un
filme policial; el hombre sería equivalente al detective que solo atiende a las
huellas que se ajustan a los antecedentes del investigado, mientras que Pari es
la detective abierta a cualquier evidencia o posibilidad que pueda llevarlo al
extraviado. Dicho esto; los procederes de cada uno mide la posibilidad de
sobrevivencia de estos dentro del ámbito ajeno.
En
cierto punto de la trama, Pari
definirá al hombre fracasando dentro de esta sociedad, mientras vemos a la
mujer sobreviviendo a la misma. Entonces inicia la segunda parte de la historia
y además la más interesante. La búsqueda de Pari a su hijo se convierte para
ella en un trayecto de descubrimientos personales. Su disposición de persona
abierta a las posibilidades la ha comenzado a llevar a una deriva de rituales
sociales que, además de ignorar su existencia, contrastan abismalmente con el
universo cultural al que estaba habituada. Pero lo curioso de todo esto es que
por momentos ese rumbo obedece a un llamado casi místico. De pronto, secuencias
de esta búsqueda que no cesa, a pesar de las pocas posibilidades de éxito de
encontrar al hijo, reconocen a Pari como presa de una epifanía. Sus pasos lucen
dominados por el presagio que, ciertamente, le disponen un camino acertado.
Nuevas huellas comienzan a dar señas del tránsito de su hijo.
Por
un lado, Pari es el descubrimiento
individual de un sujeto abriéndose a una cultura distinta. Esto, a su vez,
implica a un estado de emancipación respecto a lo tradicional o conservador.
Por otro lado, es la historia de una madre recogiendo los pasos de su hijo de
una forma particular. Si bien el tránsito de Pari fue el de su hijo, los padecimientos
que sufrirá la madre fueron también los que experimentó su primogénito. Siamak
Etemadi hace relato de una mujer emulando los (des)encuentros e impresiones de
su ser querido, además de manifestar los efectos que implica esa embestida
cultural. La madre del principio no es la misma que la del final. Se declara en
ese trayecto un cambio físico, pero sobretodo mental. “Tú hijo parecía loco”;
es una frase que oye constantemente la mujer. Lo cierto es que aquí la locura
se traduce como un efecto del golpe cultural, uno que, por cierto, no hace más
que desplegar el lado desencantado de la cultura occidental. Si bien Pari y su
hijo han encontrado su emancipación en dicho contexto, se han expuesto también
al lado pernicioso de una sociedad. Su tránsito ha ido camino al extravío y la
degradación. Muy simbólico en dónde es que “termina” ese trayecto. El mar es la
ruta a la deriva por excelencia, bien hacia una búsqueda de la consumación o la
redención.
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