martes, 16 de noviembre de 2021

7 Semana del Cine ULima: Dios está llorando

La película de Gustavo Meza parece querer seguir la tradición de creativos inspirados en la fílmica de Andrei Tarkovsky. Pienso en Aleksandr Sokurov o Bela Tarr, directores que se inclinaron en un cine plagado de lirismo y que de paso observaban un escenario apocalíptico como coyuntura existencial por excelencia. Ahí están Stalker (1979), Días de eclipse (1988) o El caballo de Turín (2011). Son películas en donde la soledad y lo enigmático envuelve a una comunidad sobreviviente. En Dios está llorando (2019), una enfermedad a nivel mundial ha reducido a la población adulta a un mal que no tiene cura sino la propia muerte. En tanto, veremos a niños exponiéndose a una madurez precoz e imágenes que ellos mismos no entienden, las cuales ven desde un televisor, así como en sus propios sueños. ¿Qué más Tarkovsky que una infancia huérfana y sueños indescifrables? A esta historia se suman espejos, manzanas y árboles como para verificar la afición de este filme hacia el cineasta de culto. Los mencionados son pues elementos claves y universales en el cine del ruso, los cuales definitivamente no cobijaban un significado o secreto específico, sino el simple recuerdo y, por tanto, obsesión nostálgica de Tarkovsky hacia los mismos. ¿Es acaso también la película de Meza una historia sobre la memoria y lo irrepetible?

Dios está llorando tiene como protagonistas a dos niños que vagan por un bosque para sobrevivir, pero también para buscar respuestas de un artefacto que no hace más que emitir las mismas imágenes. El punto de inflexión se revela tras el encuentro con un mayor enfermo. A partir de entonces, percibimos la diferencia de pensamientos entre los hermanos. Así como en la fílmica de Tarkovsky, siempre hay una personalidad inversa para el pesimismo. Esto, sin embargo, más allá de ser un signo esperanzador, resulta agravar el estado de angustia. Posiblemente, el destino de todos sea la degradación, en este caso, moral. De pronto, la adultez es equivalente a la muerte, así que es posible que en un futuro los menores sobrevivientes sean los próximos infectados de esa enfermedad. Por lo resto, Dios está llorando está dominado por una dependencia hacia lo visual que deriva a lo artificioso.  A diferencia de los directores citados arriba, la película de Gustavo Mendoza carece de esa esencia de lo inefable. Muchas de sus secuencias lucen independientes entre sí, o tal vez solo sea el efecto de un discurso hermético que no haya coherencia, como la idea de anticipar los créditos y provocar un extenso epílogo que anuncia más que el discurso mismo.

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