En cierta perspectiva, la humanidad parece estar destinada a no seguir sus propios consejos. Al menos, cuando se trata del amor, esa regla luce más sensata. Esa idea me ronda al ver Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait (2020), una película que juega a esas fantasías de la educación sentimental muy a la francesa, aunque de una manera light. La discursiva de Emmanuel Mouret no tendrá la herencia intelectual de Eric Rohmer o la complejidad psicológica de los melodramas de Claude Chabrol, sin embargo, su relato no deja de ser atractivo ante el acaecimiento de situaciones o coincidencias que exponen a sus personajes a dilemas o a asumir acciones que contradicen a sus orientaciones. La historia inicia con el encuentro de Daphné (Camélia Jordana) y Maxime (Niels Schneider). Ambos “desconocidos” hacen intercambio de sus respectivas confidencias sentimentales. Por un lado, hacen desfogue de sus emociones nunca confesadas y, por otro lado, nos dan idea de sus perspectivas o comportamientos frente al amor. Es decir; sendos testimonios manifiestan un descubrimiento sincero de sus emociones y, en teoría, describen el mapa de ruta que ellos siguen cuando se trata de temas del amor. Obviamente, hay una gran distancia entre la palabra y los hechos.
sábado, 13 de noviembre de 2021
7 Semana del Cine ULima: Las cosas que decimos, las cosas que hacemos
Mouret parece mofarse de sus
personajes. Los hace hablar y luego los empuja a las situaciones para después
verlos cómo estos contradicen a sus métodos. Les choses qu’on dit… es
una historia en donde muchos hablan del amor, los sentimientos, actos de
fidelidad o sinceridad hacia sus emociones, pero pasan por alto a la
posibilidad o las circunstancias o el simple hecho de que el futuro no está
escrito y las conciencias son sensibles al paso del tiempo o a ciertas personas
o debilidades. Esta película francesa pone sobre la mesa la complejidad del
tema. En el amor nada está escrito y esto no tiene por qué convertirse en una
realidad que genere ansiedad, depresión o incertidumbre. Lo interesante de las
confesiones de Daphné y Maxime, además de las del resto de personajes, es que
por muy triste que sea el panorama sentimental que expongan, resulta como una
vivencia jubilosa, transitoria, placentera por muy corta o decepcionante. Todo
además se cuenta en tonos cálidos o escenarios de una vida en retiro, como si
se tratara de un compendio de amores de verano, entre pasajeros, aunque no
dejan de ser trascendentales. Pueda que uno dure más de lo pensado, pero en su
transcurso puede haber bifurcaciones, descansos, contradicciones, como para
matar la rutina o anticipar al desamor y la soledad.
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