Este fin de semana se estrenó por cartelera y en la plataforma Mubi la reciente película de Leos Carax.
La interacción y dialéctica entre
los discursos del pasado y el presente se manifiestan con coherencia en la
última película del francés. Leos Carax ya había dejado muy en claro con Holy
Motors (2012) que su cine es síntoma de un aprendizaje que ha trascendido y
otro que es producto de una transformación continua, ello a propósito de su
repaso a los géneros cinematográficos más tradicionales y el despliegue e impacto
del cine en su modalidad digital orientados desde la rutina de un día de un
actor, el equivalente a un tour de force que nos hace un panorama a las mutaciones
que expresaba el cine por aquel entonces. Annette (2021), por su lado, piensa
más bien en los antecedentes y las conversiones del espectáculo, pasando por el
cine, el teatro, el musical hasta el stand up comedy. La sola relación
amorosa que surge entre Ann (Marian Cotillard) y Henry (Adam Driver) ya implica
pues el choque entre dos tiempos o mundos distintos que, a pesar, comparten una
misma galaxia: el escenario. Carax remarca además esa distancia a partir de lo
físico, aquello que de paso engendra uno de los tópicos más recurrentes dentro
de su filmografía. La pareja hace emulación al mito de la Bella y la Bestia, la
Eva Mendes y el Denis Lavant de Holy Motors, o el doblete Juliette Binoche
y Denis Lavant en dos de sus películas.
Tras bambalinas a la presentación
de los protagonistas, en un extremo, vemos el juego de espalda y hombros de
Henry como preparándose para una lucha de boxeo y, por otro lado, Ann tirada en
el piso tal vez ejerciendo un método de relajación que no deja de expresar
fragilidad. Vamos entonces percibiendo el contraste entre estos dos sujetos y
sus escenarios a partir de la corporalidad. El contenido de sus expresiones artísticas
confirmará la frontera que divide a esos dos mundos y, ya después, esa misma división
se aumentará con la revelación de las personalidades de cada uno, las cuales
concreta ya no solamente una disparidad, sino que además origina una suerte de
antagonismo. Ese es el primer conflicto de Annette y, de paso, una referencia
actualizada al clásico conflicto que fundó el género musical durante la época
dorada en Hollywood. El ejemplo más inmediato, las versiones de Ha nacido
una estrella. La relación de Ann y Henry es el retrato melodramático de dos
estrellas en apogeo, en donde luego una de ellas se va apagando producto de sus
demonios internos. Y claro, Carax lo actualiza invocando tópicos actuales como
el #MeToo o las limitaciones que genera la corrección política en las
tablas artísticas. Esos, curiosamente, serán los flagelos del comediante Henry,
el que un día fue amado por sus discursos y actitudes incisivas, pero que
después será odiado por esas mismas razones. Los tiempos cambian.
Carax, una vez más, esquematiza un
ejemplo sobre cómo el arte está acondicionado a la coyuntura, ya sea dominada
por los cambios tecnológicos, como se define en Holy Motors, o las
nuevas formas de pensar, tal como sucede en su última película. Por cierto, vemos
aquí a dos tipos de públicos, uno invisible, que no se descubre o irrumpe en la
representación artística, y otro que forma parte del espectáculo, se hace notar
e incluso modula la representación artística. Hay un gran contraste entre el
público de Ann, un espectador consumidor de puestas operísticas, y el público
de Henry, un espectador consumidor del stand up comedy. Unos cumplen la
función de observadores y los otros de jurados. Carax define ese cambio del
modo de digerir y apreciar un espectáculo, en donde un espectador dejó de ser
pasivo consecuencia de ese nuevo pensamiento democrático, aunque corregidor. Ahora,
no es una crítica la que lanza. Estamos ante escenarios que tienen su propia
dinámica y no hay razón para desprestigiar a uno del otro. Lo cierto es que esa
misma formalidad ha comenzado a hacer tambalear al políticamente incorrecto
Henry. Estamos ante el caso de un artista víctima de un cambio que aún está en
proceso y no ha digerido aún. Annette descubre a la industria del
espectáculo dividida en preservar sus modos más tradicionales y canalizar las nuevas
formas de disfrutar un show, siendo este último más dialéctico y participativo.
Es otro nivel de la cuarta pared a la que hacía referencia Bertolt Brecht.
Carax, en respaldo a esa fijación
de la cuarta pared, es que también comienza a asumirla desde su puesta en
escena o el modo cómo concibe el cine. Los preámbulos de Holy Motors y Annette
son muy similares. Uno inicia con un plano conjunto a un público espectador
dormido —o tal vez muerto—,
mientras el otro con una secuencia que surge desde una habitación de control de
audio. En sendos, vemos cómo es que el espectáculo está acondicionado por un
orientador, el que lo valora o el que lo conduce. El director francés está
continuamente descubriendo esa frontera entre la ficción y lo real, entre lo
que se está representando y los que la crean u observan. No es gratuito esas
continuas tomas en contrapicado de un director o un espectador en primer plano
inspeccionando el plató visto en profundidad de campo. Son varias las formas
cómo es que Leos Carax nos recuerda que estamos ante una ficción. Están también
los avances del showbiz, las puestas acartonadas —muy
propio también de los musicales clásicos—
o la misma representación artificiosa de la bebé Annette, una especie de
creación del espectáculo, o sea, que no tiene identidad o voz propia, sino es
experimento o sumatoria de dos naturalezas artísticas. Ella no definirá su
imagen sino hasta cuando sea consciente de las personalidades de sus padres o
conceptos que la engendraron. Es ahí que recién la bebé Annette tendrá su
propio rostro, su propia arte. Entonces será independiente, al menos hasta
cuando reconozca la fuerza persuasiva de la industria —sea
grande o chica— y el espectador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario