El día de ayer colaboramos con una reseña de la película italiana César debe morir en "Vértigo", suplemento encargado de cubrir el Festival de Lima. Esta es una versión ampliada de la publicada.
En la cárcel romana de
Rebibbia, el director teatral Fabio Cavalli ha venido impulsando desde hace
algunos años una serie de puestas en escenas a los interiores de esta prisión
como parte de un programa de talleres dispuestos a los reos que cumplen sentencias
que van desde penas cortas hasta cadenas perpetuas. César debe morir (2012), de los italianos Paolo y Vittorio Taviani,
es una película ficticia basada en esta premisa real. Los directores de las
laureadas Padre padrone (1977) y La noche de San Lorenzo (1982) realizan
un filme que se asienta en una especie limbo narrativo. Protagonizada por
actores profesionales, ex convictos y presos actualmente cumpliendo condena,
los veteranos directores promueven una nueva lectura al “Julio César” de
William Shakespeare, una que aspira a ser ficción y documental a la vez.
A grandes rasgos, César debe morir contempla los ensayos y
el proceso de aprendizaje de los reos que juegan a ser emperadores, sucesores
de un Imperio o cónsules asesinos, es decir, se dramatiza los previos al estreno
teatral a celebrarse en el auditorio de la penitenciaría. Es a partir de lo
indicado que se cumple un plano ficticio. En paralelo, los Taviani van
apuntando a un lado más específico, es la mirada que congrega los testimonios
de un grupo de personajes que van asimilando un texto a medida que reflexionan,
que son presas del recuerdo o el rencor hacia sus compañeros o hacia ellos
mismos. La obra de Shakespeare, a medida que se repasa en voz alta, va calando
las mentes de estos condenados por asesinato, tráfico de drogas, crimen
organizado y demás delitos que sin querer parecen refractarse en esta obra
teatral canónica. Es entonces cuando el plano real se delata en el filme.
En el elenco de Fabio
Cavalli existe más de un Bruto o un Casio. Reos que en un tiempo fallido fueron
traidores, homicidas de compañeros de crimen, personajes reales que en el
presente se retuercen por un acto perpetrado e irreversible, responsables de un
episodio que hoy cumple castigo y que en un futuro será lección para la
sociedad. César debe morir se
confunde entre lo que dicta el guión teatral y lo que expone un parlamento
original. Es así como ciertas líneas expresadas por los reos parecen funcionar
en sus propios dramas sin faltar a las normas expresadas en la obra de
Shakespeare. En más de una ocasión el espectador es testigo de cómo los actores
en medio de la catarsis modifican su parlamento, uno que no ha sido efecto del
olvido, sino una especie de terapia que expurga los demonios y manifiesta con
propias palabras un sentimiento compartido.
No se sabe si por obra
del propio Cavalli o los Taviani, dentro del argumento los presos siguen como
indicación que sus líneas deberán ser pronunciadas mediante su propio dialecto (lombardo,
toscano, napolitano). En otros términos, hay una motivación o una necesidad que
lo expresado por estos reos sea de carácter auténtico, lo más veraz posible, aquello
que no los desligue de sus propias tradiciones o procedimientos. Es por esto
mismo que “el Marco Antonio de Rebibbia”, un condenado por crimen organizado,
al momento de hacer discurso a los pobladores romanos sobre la traición contra el
César, parece más bien evocar el código de honor sujeto en la mafia italiana. César debe morir es ante todo un drama
carcelario en gran parte compuesto en escala de grises, momento en que lo
irreal cobra significado en la vida de un grupo de condenados, pero para cuando
todo toma color, la normalidad nuevamente los apresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario