Trabajar cansa (2009) narra la historia de un padre que ha perdido su
trabajo y una madre que, a propósito de esto, ha decidido emprender su propio
negocio. El filme contempla un plano dramático y otro más optimista. Es la vida
de ambos personajes observados por separado. Pero la cosa no queda ahí. Ocurre
a la mitad algo en la trama, un suceso extraño y escalofriante ha ocurrido de
improvisto. Este filme brasilero asume un nuevo perfil, el del género de
terror. Por un lado, el miedo pisando los talones de la madre, mientras que por
otro el padre angustiado por su infortunio laboral. A esto se suma un perfil
cómico y paródico a cada que la familia se reúne después de sus deberes. El sonido alrededor (2012) va por lo
mismo. La adopción de una variedad de géneros, solo que manifestados sin turnos
establecidos, tan enfáticos pero aún más impredecibles que el filme
anteriormente citado.
El director Kleber
Mendonça Filho realiza una
ópera prima particular al generar una variedad de personajes, emociones y
situaciones distintas, en algunos casos ajenos y en otras correspondientes. Estamos
en la ciudad de Recife y todo (a excepción de un par de escenas) ocurre en un
vecindario plagado de condominios que son propiedad de un viejo patriarca, dueño
además de un ingenio azucarero ubicado a las afueras de la ciudad. En medio de
la arquitectura moderna y simétrica, el espectador será testigo de la rutina y
la intimidad de una serie de personajes, la de los familiares del dueño y la de
algunos inquilinos que habitan en los departamentos de dicho condominio. El sonido alrededor no inspira
convertirse en una trama sobre historias que se cruzan, en su lugar se incita a
que estas historias compartan mismos factores emocionales. La vida en los
condominios, tanto para sus dueños como para sus inquilinos, implica cláusulas
y contraindicaciones que la distinguen de otras zonas al ser este un barrio
estable, propio de la clase media o acomodada.
De plano El sonido alrededor se presenta con una
serie de mezclas de sonidos que entorpecen los sentidos. El ruido natural y el artificial
se combinan, y en paralelo una sinfonía extradiegética compone un ambiente de
inestabilidad (esto ya predicho desde su primera toma donde una cámara en mano
persigue sinuosamente a una niña en patines). Los personajes comienzan a
asomarse y nos percatamos que unos parecen percibir dichos sonidos más que
otros. La sensibilidad de los sentidos no es la misma en todos, tal es el caso
de una mujer que a diario es atormentada por los ladridos de un perro, mientras
que sus imperturbables hijos siguen su itinerario sin malestar. Mendonça Filho en
principio nos envenena de una dosis de nerviosismo, una que ha sido
encabezada por un barullo orquestado y que hasta el final del filme, será
contenido por acciones que invitan a la tensión o la “mala espina” de lo que
podría pasar, pero que finalmente no suceden.
Este filme brasileño
es logrado al tener una actitud manipuladora para con el espectador. Los distintos
personajes hacen sus cosas y es en medio de esta normalidad que vamos
percibiendo elementos, situaciones e incluso hasta nuevos personajes que no
cuadran o que desencajan dentro de nuestras expectativas. Desde el ladrido de
un perro, las cámaras que vigilan el condominio, el nuevo guardián de ojo
tuerto, una mujer planchando sin zapatos, el extraño ruido que emana de un
electrodoméstico, el cartel que anuncia “peligro tiburones”, todos son indicios
que van alimentando la paranoia que sutilmente se nos ha estado transmitiendo.
Es partir de esto que la arquitectura blanca y geométrica gana otro sentido.
Entonces lo que se veía majestuoso de afuera, por dentro simula un encierro. Pasadizos
angostos, espacios no iluminados, altas paredes de concreto, portones y rejas
que aprisionan. La gente que habita este lugar le tiene miedo a la calle.
Se entiende entonces
por qué los protagonistas son de poco salir. Son apenas algunos los que a vista
de otros entran y salen de estos edificios. Ciertamente una de ellas es la
enamorada del nieto, pareja que vivía una historia de amor que de un momento a
otro se ve esfumada. A inicios del filme veíamos cómo la joven había sido
víctima de un robo en dicho vecindario. Su retorno resultaba ser la prueba que
su relación con el nieto estaba por encima del encuentro furtivo. Más adelante,
sin embargo, esto se revierte. Es como si nunca esta mujer hubiera encajado
dentro de ese vecindario, uno que en el pasado ya había abandonado para cuando
los condominios no eran sino casas independientes. El sonido alrededor también manifiesta un aire nostálgico. La
arquitectura nunca parecerá tener el valor sentimental de un barrio común y
silvestre. Por el contrario, sus habitantes son víctimas de la intranquilidad,
una que parece estar más cerca de lo que es.
Un caso anecdótico es sobre
cómo dentro del círculo familiar puede también acechar el sentimiento de
inseguridad. Mientras que los dueños del condominio han repartido
estratégicamente cámaras vigilantes, además de haber contratado una nueva
guardianía, siguen siendo presas de la ansiedad a causa de un familiar a fin,
un joven que es conocido como el ladronzuelo del barrio. Otro caso, la de una
mujer que observa en su hermana como su frecuente enemiga, esto entendido
durante la escena de una pelea por un televisor. Parece indicarse que el miedo
incuba dentro de nuestro propio círculo. El
sonido alrededor es también la notable división social que existe en este
pequeño universo, la del patrón y la servidumbre. En ocasiones contemplándose
ambos grupos como un todo, como en otras vista la servidumbre como una
extensión de un sector dominante. Mendonça
Filho mezcla en su filme
el suspenso, el terror, el thriller, lo romántico, el drama, la comedia, el
surrealismo e incluso el western (una escena donde dos cowboys aparecen a los
extremos de las calles, y el zoom los aproxima feroz). A propósito de los
sueños. Estos no son gratuitos, son predictivos, simbólicos y perturbadores.
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