Hoy se inicia el Festival de Lima. A partir de hoy posteareamos a diario las críticas de las películas que iremos viendo.
El dueño de una finca al sur de Chile ha decidido ponerle fin a la sobrepoblación de carpas que han comenzado a reproducirse en el lago que bordea a su territorio, especie marina que desde su memoria no hace mucho ha iniciado esta invasión, esto a pesar que un cercano suyo insiste en afirmar que las carpas siempre han estado allí. El verano de los peces voladores (2013), ópera prima ficcional de Marcela Said, es un filme plagado de metáforas e indicios que se resisten a concretar algo que está sobredicho en su mismo ambiente, uno que aflora un estado pesado y denso, pero a la vez celestial. El contexto de la película es graficado por una dicotomía anímica, voluble y agresivamente contradictoria (cuestión que curiosamente no parece preocupar a sus habitantes). Este lugar de descanso revela una naturaleza paradisiaca adornada por árboles y recintos campestres, la que frecuentemente es opacada por una bruma espesa que no deja contemplar, que enceguece.
El dueño de una finca al sur de Chile ha decidido ponerle fin a la sobrepoblación de carpas que han comenzado a reproducirse en el lago que bordea a su territorio, especie marina que desde su memoria no hace mucho ha iniciado esta invasión, esto a pesar que un cercano suyo insiste en afirmar que las carpas siempre han estado allí. El verano de los peces voladores (2013), ópera prima ficcional de Marcela Said, es un filme plagado de metáforas e indicios que se resisten a concretar algo que está sobredicho en su mismo ambiente, uno que aflora un estado pesado y denso, pero a la vez celestial. El contexto de la película es graficado por una dicotomía anímica, voluble y agresivamente contradictoria (cuestión que curiosamente no parece preocupar a sus habitantes). Este lugar de descanso revela una naturaleza paradisiaca adornada por árboles y recintos campestres, la que frecuentemente es opacada por una bruma espesa que no deja contemplar, que enceguece.
Said está a un nivel
de consciencia sobre el significado que aporta el poder simbólico y sugerente
de los indicios que componen sus locaciones para la comprensión de su película.
El espacio natural delata un continuo conflicto entre el verdor y lo gris,
entre el espacio que florece pero que a la vez consuma y extermina a las
especies. Entre el brote de hierba habitan las zonas fangosas, lugares que
ponen fin a la vida y que revelan ese lado agreste de lo rural. Se me viene a
la mente el filme colombiano de Willian Vega, La sirga (2012), película donde el contexto juega un rol
protagónico imprescindible. El área muerta e inhabitada resultaba ser símbolo
del conflicto social. Eran pues los rezagos de la violencia. Es bajo similar
idioma que El verano de los peces
voladores parece comunicarse. La naturaleza voluble es solo el atajo a una
historia que alberga sus propios conflictos, los mismos que, de igual forma,
parecen tener un “orden natural”.
En las inmediaciones
de una cabaña ubicada en las entrañas de un bosque, una familia acomodada pasa
sus días de ocio disfrutando de la vida de campo. La pesca, la ruta al sauna,
los juegos de mesa o las charlas infatigables con los amigos, son la rutina
diaria de estos personajes que disfrutan en medio de las pequeñas rencillas que
nunca faltan entre los miembros de esta familia. A Mane (Francisca Walker) le
fastidia la obsesión de su padre por exterminar a las carpas “invasoras”. Le
molesta también la tensión entre papá y mamá; a veces serenos, en otras
peleados. Pero lo que le molesta aún más a Mane es cómo su padre ha comenzado a
imponer reglas estrictas para con los pobladores que también habitan dicha
naturaleza. Es a partir de esto que el bosque comienza a ser testigo de una
confrontación entre los nativos y los foráneos, afrenta que ciertamente es casi
silente, a modo de rumor o comentarios escindidos sobre cómo los mapuches están
siendo intimidados por ajenos a su comunidad. Se entiende entonces la metáfora
del exterminio de carpas.
En Solo el viento (2012), de Bence
Fliegauf, se juega también al poder del intimidamiento entre una sociedad que
intenta expurgar a una pequeña colonia. Al igual que la película de Said, este
filme húngaro manifiesta la tensión en base a su ambiente tétrico, casi
neurótico. Es la estrategia de ocultar al enemigo o al mismo enfrentamiento, y
en su lugar disponer diálogos que indican que “algo está sucediendo”. El verano de los peces voladores,
coindice con los filmes antes citados en disponer “la mirada no adulta” como un
punto de observación neutral. Mane, al igual que los protagonistas principales
de dichas películas, no está dispuesta de un discurso o ideología previa que la
incline a preferir sea a los suyos como a los “otros”. Lo que sí posee Mane es
un acto reflexivo. La adolescente es víctima del cuestionamiento, aquello que
la va inclinando contra su padre y contra su sociedad. Mane ha sido víctima de
un desencanto, tanto amoroso como social.
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