El desgano y el
agotamiento son el diario de Liso (Lisandro Rodríguez), así como la dificultad misma
de replantearse una nueva vida luego de su encierro en un sanatorio por un
largo tiempo. En medio de su juventud y las comodidades de una crianza a manos
de una familia de clase acomodada, Liso no haya remedio o respuesta para
solucionar un desequilibrio mental que está a punto de ceder. La paz (2013), de Santiago Loza, es un
drama que descubre a un personaje plagado de mutismos, uno que aísla sus
conflictos y apenas los descubre en las mordeduras de uñas o miradas al vacío.
Nada se sabe de lo que
fue o lo que hizo Liso tiempo atrás, lo que sí se descubre es su fragilidad, la
actitud dócil de un infante que corre al regazo femenino en busca de la
comprensión maternal, que lo cumplen la misma madre, la abuela, la sirvienta e
incluso una amante furtiva, es por eso que la crisis llega cuando algunas de
estas se van retirando de su vida. Santiago Loza realiza un filme que no
encuentra novedades, componiéndose además de una estructura que no que claro o
que simplemente cumple su rol de estructurar.
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