Capturando a los Friedmans (2003), del director Andrew Jarecki, recrea con perfección
la decadencia de una tradicional “familia americana”. Este aclamado documental
retrata la historia de cómo un grupo de personajes ingresan a un estado de
desmoronamiento a raíz de una acusación que recae en su patriarca –fiel esposo,
padre amado, ciudadano ejemplar –. Jarecki, sin embargo, siempre es neutral
ante el caso. Es así como en el transcurso del filme veremos desfilar a una
serie de personajes, desde amigos, vecinos y curiosos, hasta académicos e
investigadores del asunto. A su vez, se irá manifestando más de una hipótesis
que juzgan o liberan de culpabilidad al acusado. Frente a esto, el espectador
sacará sus propias conclusiones. En Las
historias que contamos (2012),
la directora Sarah Polley se decide a construir similar intencionalidad.
Al igual que en el filme de Jarecki, la directora canadiense
nos introduce al lado gozoso de toda familia. Los testimonios se inclinan a la
mirada nostálgica de una vida matrimonial, sobre las manías, virtudes y
defectos, de los que la conformaban. Se descubre así la historia de un
personaje de actitud compleja, carismática pero con un sesgo afligido. Consigo,
una historia reveladora comienza a perfilarse. Las historias que contamos es la colectividad de crónicas que
toman memoria sobre un ser querido a manera de rompecabezas, en ocasiones con
piezas faltantes o inconexas. Es, además, la obsesión personal de la directora
en exteriorizar su lado íntimo, ese secreto que de pronto gran parte del
círculo supo reprimir.
Sarah Polley construye un filme alineado a las nuevas
dinámicas del documental. A medida que la historia se arma en base a los
testimonios reales, en paralelo se elabora su versión dramatizada. Las historias que contamos se fija entre
lo real y lo ficcional, ambos basados en comentarios que, según sus locutores,
un día ocurrieron. El cierre del filme es anecdótico. Queda claro que la
historia oficial solo lo sabe su propia protagonista. Al respecto, Mario Vargas
Llosa afirmaría que la memoria es selectiva. El recuerdo no es más que la
ilusión de un pasado conveniente. Es decir, la memoria y la ficción se
confunden, y la directora es consciente de esto.
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