El cine de terror es
uno de los géneros frecuentemente más visitados por el espectador. Existe pues
una fascinación por ser testigos de “el castigo a los otros”, esa inclinación
retorcida que provoca mirar aquello que por un fragmento de segundos te
convierte en víctima o victimario. El cine, en plano general, nos invita a ser
parte de una catarsis, y, sin duda, el terror se convierte en el género por
excelencia cuando se trata de aproximarnos con mayor efectividad a las
emociones, captando en leves frecuencias a géneros ajenos como la acción o el
drama, los mismos que de alguna u otra forma andan más rezagados de este al
resultar menos perversos. A pesar de ser muestrario de monstruos fantásticos,
seres de otro mundo o criaturas increíbles, el cine de terror además siempre
trae consigo una cuota de realismo, esto reflejado en los arquetipos
omnipresentes en este género que van del héroe al cobarde. Si el espectador no
se refleja en uno, lo hará en el otro.
Ahora, en los últimos
años, el cine de terror se las ha ingeniado por hallar un lenguaje que nos
encare aún más con dicho realismo. El
proyecto de la Bruja de Blair (1999) reconoce en el found footage una técnica que promueve credibilidad en el
espectador. Una forma de mirar al mundo en un plano que parece integrar al
espectador con los personajes, pasando de testigo omnisciente a protagonista.
Es además su naturaleza inestable en el movimiento de cámara la que provoca
confusión, es el punto de vista que “te juega sucio”, recalculándose así los
niveles de tensión, aquello que encausará en un goce más instantáneo o efectivo.
Cementerio general (2013), de Dorian
Fernández-Moris, intenta beber tanto del género como de esta técnica fílmica.
La historia de un grupo de escolares jugando con los espíritus en medio del
crepúsculo y las lápidas, es (siguiendo la ficción de su argumento) documentada
por la grabadora de uno de estos personajes. El filme si bien busca la
necesidad de crear veracidad, comete infracciones tanto en su montaje como en
su misma historia.
El found footage (también traducido como
una fuente fílmica amateur) desatada
durante las escenas en el cementerio, es transgredido intercaladamente por una
segunda mirada, una grabación que observa por encima de los personajes y no con
los personajes. Cementerio general
falta a su misma trama, aquella que minutos atrás indicaba, según uno de sus
personajes, que lo se vería a continuación eran hechos capturados por una
cámara casera. Frente a esto, existe pues una interferencia entre la mirada
ficcional y la documentada. El filme se frustra al no decidir a qué mirada
inclinarse, confunde su objetivo con intención de amoldarse a lo conveniente.
Es decir, cuando la mirada diabólica de la niña es enfocada, la simulación
casera es presta porque se ajusta a la ocasión. Pero cuando esto no sucede, se
hacen presentes las lagunas, entonces hay encuadres que no se amoldan al
enfoque improvisado de una cámara en mano. La película sin querer pierde
realismo y credibilidad.
En trama, Cementerio general absorbe los clichés
del cine de género, desde los estereotipos de una infante poseída hasta los
giros argumentales producto de una antigua promesa. Filmes como The grudge (2002) o Actividad paranormal (2007) se confunden en esta historia que no
provoca tensión desde su antesala, en lugar de eso aguarda a llegar a los
momentos puramente de terror que ocurren en las locaciones del camposanto
cuando el personaje de Flavia Trujillo hace contorsiones de su cuerpo y se
extravía entre las lápidas. La tensión en este filme anda de anónimo. En el
principio de la película, gran parte del ambiente lúgubre se sostiene de la
fotografía, uno de los escasos aciertos del filme. Finalizada la escena
central, y cuando el cierre de la historia parecía verse, nuevos hechos ocurren
y entonces todo es más predecible o familiar. Surge una historia aparte, una
que sucede acelerando el paso. Más clichés. El carisma espontáneo de Nikko
Ponce no logra sobrevivir ante el resto de protagónicos. En resumen, el
problema de Cementerio general es
subestimar al espectador, ofreciendo como resultado un filme que tiene buenas
bromas, pero poco o nada de escalofríos y, sobretodo, mucho reciclado.
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