Hungría. Una comunidad
de gitanos ha comenzado a ser víctimas de un grupo violento. Nadie reconoce los
rostros del agresor. No existen pruebas que delaten a los culpables. Ellos
cargan armas con perdigones, entran a las casas, golpean a sus habitantes,
violan a las mujeres, incineran todo. Algunos afirman haberlos visto cuando el
sol aún brilla. Siempre husmean, y uno no está seguro cuando atacarán
nuevamente. Solo el viento (2012) se
presenta de esta manera. Es la recolección de evidencias y testimonios que
delatan una atmósfera enferma de miedo a mano de la violencia. Bence Fliegauf
realiza un filme que no encara a su agresor, en su lugar se concentra en la
figura dócil del agredido, medroso, casi paranoico, sensible ante lo incierto.
Es la mirada objetiva al desprotegido; víctima de un verdugo racial.
Solo el viento sigue la historia de una familia gitana en un día entero. Es
la rutina de un grupo de personajes que conviven en medio de una crisis,
aquella que va generando sus propios antecedentes o premisas sobre su posible
origen a medida que la familia se desplaza a los lugares a los que frecuenta,
zonas de trabajo, escuela, el mismo vecindario. Fliegauf es neutral cuando se
trata de describir a la comunidad gitana, por un lado infértil, viciosa y
“carroñera”, pero por otro manifiesta un perfil próspero, rehabilitado y
sensible. En paralelo, una sociedad respondiendo a dicha comunidad con
prejuicio, mientras que otro sector de esta lo acurruca con un abrigo. Hay una
necesidad por recrear una serie de dicotomías. Es pues el lado que crítica y el
otro que reivindica, y la familia de gitanos de la que hace referencia el
director, es sin duda la reivindicativa.
Vemos así a una madre
que viaja de extremo a extremo para dedicarse a dos trabajos, una adolescente
inclinada al estudio y que aflora además un reflejo maternal, y un niño que
dentro de su desapego escolar, es compasivo y, sobretodo, dueño de una actitud
paternalista. Solo el viento retrata
a una infancia cercenada, una que entre juegos y risas asimila la realidad
trágica de su círculo familiar, uno que está en peligro y que al carecer de una
figura paternal, se ingenia una al asumir dicho cargo ausente. El personaje del
menor es así promotor de una nueva dicotomía, aquella que refracta la situación
de los gitanos como una comunidad desprotegida. El niño (o padre de sí mismo),
no teniendo seguridad en su casa, sumisamente fabrica un escondite que servirá
a su familia de refugio. Mientras tanto en la trama, vemos cómo los gitanos
promueven una serie de rondas de seguridad con intención de frenar algo que
debería venir de la misma protección social/gubernamental.
Solo el viento desarrolla una serie de premisas que asumen a la comunidad
gitana como una sociedad frágil, huérfana de un padre que la proteja. La etnia
agredida simula ser el niño que emprende por sí solo un medio de defensa, uno
que predice no va a funcionar. Bence Fliegauf despliega una atmósfera que está
pronunciada por el encierro, el pánico, los claroscuros, la humillación que
pisa los talones, el merodeo agresivo de un rostro anónimo. Durante todo el
largo del filme no dejamos de ver a los miembros de esta familia mirando por
encima de su hombro, presas fáciles de una realidad que todavía deja las
evidencias carbonizadas a pocos metros de su hogar. La película vaticina
tragedia al promover la tensión, viento que sopla implacable y castiga de la
misma manera a un viejo convaleciente o a un menor, uno que es temeroso, empuña
un arma ficticia y se desfoga azotándola con violencia.
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