El director William Vega realiza un filme que habla sobre la violencia sin asistir a esta misma. La sirga (2012), su ópera prima, se sostiene de un discurso metafórico que pone como contexto a un mundo baldío con un mínimo de personajes que van y vienen sin una motivación clara. Un poblado pantanoso que un día vivió de la pesca y el carbón, hoy es víctima de la escasez y la resignación; todo esto a causa de los conflictos armados, aquellos que han desaparecido gente, deshabitado hogares y extirpado los recursos. Oscar, un envejecido pescador y dueño de “La sirga”, una posada que ha dejado al abandono, es uno de los pocos que aún habita ese pueblo. La violencia parece no volver ahí, sin embargo existen marcas e indicios que advierten y anuncian que el retorno de la guerra puede estar próximo. La llegada de una forastera revitalizará esto.
La sirga cuenta la historia de un espacio que, a manos de una sobreviviente de la violencia, intentará renacer en medio de la devastación. Alicia, luego de perder a sus padres y su casa, va en busca de su tío Oscar, el único familiar que le queda. “La sirga” así comenzará su reconstrucción, una que tomará un rostro contrario al de su contexto. Alicia junto a una conocida de su tío, serán las que martillarán, compondrán y decorarán ese lugar que desde hace mucho no ha vuelto a ver algún extranjero a causa del miedo, uno que comparte la joven, pero que niega a través de un optimismo que siembra en el hostal. Frente a esto, William Vega se encarga de desvanecer estas esperanzas, sea a manos de la misma naturaleza, una que también es “violenta” a través de sus lluvias y vientos, o del mismo hombre que amenaza o advierte. Alicia es un testimonio más de la frustración, de la orfandad de familia y de la tierra; son los rezagos de una guerra.
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