martes, 20 de enero de 2015

Francotirador (o American Sniper)

Mucho que desear deja la última película de Clint Eastwood sobre el héroe de guerra que planea entre lo patriota y lo personal. Chris Kyle (Bradley Cooper), similar a los otros personajes del director, justifica su moral y personalidad a través de sus precedentes. Ocurre con el general japonés de Cartas desde Iwo Jima (2006), el veterano de guerra de Gran Torino (2008) e incluso con el protagonista principal de su más reciente, Jersey Boys (2013). Hay una necesidad por argumentar una integridad que desde una perspectiva cotidiana puede ser cuestionada, o incluso amoral. Eastwood, de igual forma que en sus otros filmes, tendrá una responsabilidad paternalista para con su personaje principal. La biografía de Kyle, antes de la guerra, va construyendo su discurso a través de sus vivencias que van desde una riña infantil hasta su encuentro en un bar con una joven prejuiciosa. Todo ello, a propósito de esa escena que introduce al filme; la acción “más cuestionable” que tendrá que ejercer el soldado.
American sniper camina sobre la edificación de un héroe nacional, uno que para final de la película intenta razonar que su motor siempre fue la protección hacia sus colegas, que son a su vez representantes de la patria; salvándolo así de cualquier duda moral. Esto se complementa con su acto caritativo, una suerte de “limpia” espiritual. Ello, sin embargo, no corresponde al razonamiento de la última salida de Kyle, quien retorna por un objetivo claro: un amigo caído. Esta situación se remarca. Dicho énfasis es puntual y lo obliga ha regresar al campo de batalla (y no para ser mitificado o hacer honor a su nombre de pila, eso está claro). Lo de él es personal, ya no un interés colectivo, esto al punto de ponerlo en balanza con su familia. Su esposa parece decirle: “¿o somos tú o tu guerra?”. El filme termina siendo un experimento más sobre lo que busca o le fascina al espectador: gestar a un héroe. Chris Kyle defiende a su país, es paternalista (como su director) para con sus compañeros, encuentra a su camino antagónicos (a su nivel) y los derrota, finalizado el combate sigue proveyendo a su nación lo que además lo redime para con su círculo íntimo.
Eastwood además quiere hacer las de Kathryn Bigelow. Realizar su The hurt locker (2008) al enfrentar las rutinas contrarias del soldado dentro del campo de batalla y dentro de su vida familiar. Parece también la recreación de una escena de Zero dark thirty (2012) cambiando la penumbra por una tormenta de arena.  American sniper, sin embargo, no tiene ni la psicología ni la tensión de ambas películas. La paranoia del soldado que retorna a casa, además de ser tema ya casi reciclado, es maquillada, tan forzada como la actuación de su protagonista femenino. Por otro lado, el montaje de Clint Eastwood durante el acorralamiento del enemigo se prevalece de un plano zenital para fabricar el encierro. Por último, Bradley Cooper tampoco es una de las actuaciones del año.

lunes, 12 de enero de 2015

Magia a la luz de la luna

El misterio o la magia como equivalente de lo que está más allá de la razón, eso que Stanley (Colin Firth), mago por oficio, cree y sabe firmemente no existe. Es un invento; una ilusión. Muy a pesar, conocer a Sophie (Emma Stone) será su punto de inflexión. Es así como el encuentro entre este mago pesimista y la bella médium será equivalente al encuentro entre Friedrich Nietzsche y el famoso caballo de Turín, es decir, el punto inicial (o causante) de que el razonamiento sea anulado y la demencia se pose en su lugar. Magia a la luz de la luna (2014) a medida que enfrenta lo empírico y lo irracional, va tejiendo otra lucha, igual de universal aunque menos teórica: la sentimental. Woody Allen revisita a sus personajes amargados, los alienados, conformistas y muchos otros que sobreviven en base a “falsas” satisfacciones; trucos auto medicados a fin de evadir sus propias frustraciones.
Lo mejor de Magia a la luz de la luna tiene que ver con los cambios personales o sentimentales de sus protagonistas. Nada más animado que ver a la razón embaucada por la sin razón, ya luego retornando airada, aunque con rezagos que son irreparables, al menos para la mente. En sintonía a esto, está la fluidez de las acciones, la comedia que sin grandes complicaciones se va abriendo paso. Allen deja transcurrir los eventos de su trama con un despliegue teatralmente dialéctico mas sacándole ventaja al frecuente cambio de locaciones. Lo más decepcionante es su final, uno compasivo y sentimental. Es tal vez un sentido que está más emparentado para una comedia que en cierta forma no quiere generar grandes aspiraciones, pero que sin embargo tiene el peso necesario para entretener no dejando de academizar.