domingo, 31 de mayo de 2020

We Are One: Late Marriage

¿Será posible realizar una comedia romántica bajo los patrones tradicionales israelitas? O más bien, ¿alguien tendría la osadía de hacerlo? De producirse (o existir), esta debería ser catalogada como una propaganda fílmica de las insidiosas. Esa suposición es lo que me genera la visión de Late Marriage (2001), una película que le dispone al espectador esa falsa expectativa de que está tratando con una comedia inspirada en los cánones hollywoodenses, con aires de una screwball comedy, y que en su tránsito podría tner algún alto dramático que descenderá a una lección moral o redentora, y siempre ultimada por un happy ending. Para nada. Esta es una trama que le da sus sentidas condolencias a una generación que ha enterrado al romanticismo a fuerza de las extorsiones familiares, encabezada por los padres, esos personajes que, a pesar, tuvieron sus antecedentes románticos. Los padres saben lo que se trata este sacrificio al que están exponiendo a su hijo, esa desesperación de no amar o desear aquello que no ha sido planificado por sus progenitores.
Zaza (Lior Ashkenazi) tiene treinta y un años y se mantiene soltero. Es de los pocos –tal vez el único– hombre de su edad nacido en Israel que ha rechazado todos los compromisos arreglados por su madre. Él está estudiando un doctorado en Filosofía. Inmediatamente, entendemos las razones de esa resistencia. En principio, el director Dover Koshashvili nos ambiente un estado inusual, pero sin escándalo. Es una situación “jocosa”. Vemos a una pareja de padres regañando al “niño”, en tanto, el otro manifiesta ese gesto de indiferencia. Su presencia desaliñada en una cita de compromiso pinta por entero esas pocas ganas que tiene para un proyecto matrimonial arreglado. Ingresan en la escena cuotas místicas, chamanerías, síntomas de una desesperación de los más adultos por vincular al soltero. Pero se atraviesa entonces la cuota filosófica, romántica, aquella que confronta la fe, la ciencia y las mismas tradiciones. Entonces, Late Marriage perfila su conflicto, uno muy serio, muy dramático. El romanticismo es apaleado, humillado. Este filme genera mucha impotencia. Pero esa es la realidad. Es lo que es.

Late Marriage está curado por Festival de Jerusalem. Puede verse la película gratis aquí: https://bit.ly/2XkjjsF

sábado, 30 de mayo de 2020

We Are One: Eeb Allay Ooo!

Tras su retrato cómico, un panorama social va desplegándose en la ópera prima de Prateek Vats. Anjani (Shardul Bharadwaj), protagonista de esta historia, será asignado a un inusual oficio, el de espantar a una raza de monos que, literalmente, conviven con los ciudadanos de Nueva Delhi, capital de la India que por años ha aceptado esta coexistencia de especies –en respeto a las creencias religiosas que reconocen a los primates como vínculos espirituales con el dios Hanuman–, pero que en la actualidad ha promulgado una orden para mantener en raya a los cada vez más faltosos animales. Básicamente, la tarea de Anjani se reduce a intimidar a los primates con el fin de evitar alguna rencilla frente a los humanos. Sería faena fácil para el joven de no ser porque teme a los monos. Eeb Allay Ooo! (2019) es en gran parte el hombre lidiando con los animales, haciendo caso a sus miedos y complejos, resistiéndose a seguir el manual laboral, y, por tanto, fracasando en este oficio. Es decir, a partir de esta curiosa función, podemos tener una idea de qué es lo que no está funcionando en esta enorme y vasta ciudad.
Vats, desde un humor gentil, pone en evidencia un malestar social. Anjani es un hombre viviendo de colado en una ajustada habitación ubicada en uno de los barrios pobres de Nueva Delhi, en donde vive su hermana embarazada y su cuñado, el mismo que le consiguió ese oficio del que Anjani en lugar de aprovechar no deja de quejarse. Existe una desidia de por medio, tal vez, producto de la ignorancia arraigada en una comunidad pobre no asistida, la misma que decidió migrar a la capital al reconocer a este espacio como oasis de oportunidades o, incluso, de asistencia. Pero, bien nos advirtió el neorrealismo italiano, existe una gran diferencia entre la fantasía y la realidad. Dentro de la simpatía y la ocurrencia de esta persona, somos espectadores de alguien sumiéndose en su propia inconsciencia. ¿Es que Anjani es deficiente de todo acto de reflexión? ¿Qué motiva a este hombre a diseñar ridículas tretas para espantar a los monos en lugar de seguir el manual? ¿Es que estamos tratando con un individuo que hace caso a su instinto antes que a su razonamiento?
Anjani no está lejos de ser un reflejo de los monos de Nueva Delhi, una suerte de invasor que en lugar de generar el avance alienta al desorden y al estancamiento. No es gratuito que por dónde pasa este protagonista siempre vemos señales y o escuchamos mensajes que hacen recordar a los ciudadanos asumir una buena postura en público. Así como pasa con los monos, el órgano estatal también mantiene en raya a la sociedad. Ahora, lo cierto también es que Anjani parece ser reflejo de una “seguridad pública” deficiente. A propósito, una escena importante. Un colega le aconseja a Anjani que bastan los gritos para espantar a los monos, en tanto, las armas no solucionan nada. Secuencia seguida, una nueva orden de vigilancia ciudadana acata que desde ahora los elementos de seguridad portarán armamento. Eeb Allay Ooo! pone sobre el banquillo recientes normativas inconsecuentes de un gobierno. Son a propósito de estas enmiendas –tanto las que recaen en los monos como en los humanos– que la realidad ha comenzado a germinar ciertos dilemas. ¿Sigue siendo el mono una deidad o es ahora una raza enemiga? ¿Esta convivencia es fruto de una invasión de monos o de una ciudad que se ha expandido hasta los bosques con descontrol? ¿Es que los anuncios no son suficientes para orientar a una sociedad y por eso se asiste a un artefacto de coacción?


Eeb Allay Ooo! está curado por el Festival de Mumbai. Puede verse la película gratis en este link: https://bit.ly/3ex4b0X

viernes, 29 de mayo de 2020

We Are One: Crazy World

Hoy inicia We Are One A Global Film Festival, una iniciativa de YouTube y Tribeca Enterprises que libera gratuitamente desde la plataforma virtual un catálogo de películas en colaboración con prestigiosos festivales internacionales. Aquí mi primera crítica.

Las películas de Nabwana I.G.G. me tientan a citar esa frase convertida en meme: “Hay talento, solo falta apoyarlo”. Claro que ese comentario es fruto de una reacción entre cómica y espontánea, pues, si se piensa con mayor detenimiento, sucede que las llamadas producciones Wakaliwood manifiestan su encanto cinematográfico a propósito de sus limitaciones presupuestales. De pronto un patrocinio oneroso a este tipo de cine, o sería su ruina –pervirtiéndolo a un cine a la línea de las industrias– o simplemente una colaboración insustancial para sus motivaciones artísticas o de entretenimiento. Es el ejemplo de tantas películas, calificadas por muchos como contenedores de excéntricas tramas, personas pretendiendo ser actores e hilarantes efectos especiales o de maquillaje, y que, a pesar, con el tiempo se convirtieron en obras de culto. Nos referimos a un cine extremadamente no convencional. Fruto de la pasión y las entrañas, como fue la filmografía de Ed Wood, Herschell Gordon Lewis o José Mojica Marins, siempre fieles a sus instintos y su lugar de producción. Sucede pues que hay películas que nacieron para no salir de su espacio de confort.
Crazy World (2019) y demás películas de Nadwana son productos sintomáticos de un contexto en específico, ni siquiera representante de toda Uganda. Estos son filmes que han sacado partida creativa de las carencias y la cultura del lugar; Wakaliga, una barriada de la ciudad de Kampala. Por tanto, inconcebible o forzado sería una producción fuera de ese entorno. A este plano, se suma uno más pasional, que es su propuesta fílmica. Desde su ópera prima Who Killed Captain Alex? (2010) hasta su más reciente, Nadwana ha ido construyendo y enriqueciendo su propio universo en donde conviven comandos, mafiosos, ninjas, brujos y caníbales. Cada nueva producción, literalmente, se alimenta de sus predecesores. Ahí tenemos a la Tiger Mafia, los personajes interpretados por Bruce U, esa versión ugandesa de Bruce Lee que aparece a veces sin razón alguna tan solo para aplicar sus dotes de artes marciales. Y, finalmente, la que tal vez es la gran atracción de su cine, la voz en off de Vj Emmie, ese hilarante equivalente de lo que hacía el benshi en el cine silente japonés, conductor dramático, que viene de la tradición del coro del teatro griego clásico.
Aquí hay algo esencial. Tanto el coro como el benshi fueron oradores que tuvieron una presencia crucial en sus respectivos escenarios. Antes que los actores, estos guías de la trama tenían un vínculo más cercano con el público, en su gran parte, ciudadanos promedio. Ya después el teatro británico democratizó ese vínculo. Pero Vj Emmie parece tener las raíces tanto del coro como del benshi. Ahora, lo cierto es que su función no es la estimular el dramatismo de la película de Nadwana, en este caso, la “mejor película de acción nunca antes vista”, sino de boicotearla. Los momentos más festivos en Crazy World son los de acción y los comentarios del orador. Y son la convergencia de estos dos los que crean los altos de la película. Esos momentos describen la doble personalidad de Nadwana: uno serio y otro cómico. Tenemos las secuencias de acción, aquellas que se esfuerzan por crear un momento enérgico, y las líneas del locutor, aquellas que se esfuerzan por convertir en parodia ese instante de seriedad. El hecho es que cualquiera de esos perfiles no deja de crear el vínculo con el espectador, aquello que de paso describe la verdadera motivación del cine de Nabwana I.G.G.: él está al servicio del entretenimiento.

Crazy World está curado por el Festival Internacional de Toronto. Puede verse la película gratis en este link: https://bit.ly/2XcSBSU